Podemos es la expresión de una voluntad colectiva de reencontrar el sentido primigenio de la política. Treinta años de democracia adulterada han llevado a los sectores más dinámicos de la sociedad a la conclusión de que es necesario destruir un sistema corrupto hasta la médula.
La corrupción es el hilo conductor de nuestra vida política para goce y regocijo del poder económico que ha elegido esta fórmula para ejercer su omnímodo dominio sin capacidad de contestación alguna. Han desnaturalizado la política hasta extremos repugnantes. No es sólo un permanente saqueo de fondos públicos (acaso su manifestación más visible), sino una absoluta erradicación de los principios éticos, y una ofensiva subversión de los valores colectivos. Todas las instituciones están podridas. El interés general ha sido laminado. Las estructuras de poder son meros instrumentos al servicio del capital más despiadado. El debate político ha sido intencionadamente vaciado de pensamiento para sustituirlo por una infame catarata de mentiras, enunciadas desde una hipocresía estremecedora. Los partidos que integran el sistema se han mimetizado entre sí hasta el extremo de que son indistinguibles. La perversión ideológica y dialéctica, acompañada de fenómenos como la práctica impune del transfuguismo y el sistemático incumplimiento de los compromisos públicos, han terminado por arrancar el menor vestigio de credibilidad en la actividad política.
En este contexto, Podemos se yergue como un reconfortante canto a la esperanza. Es imposible desde la decencia intelectual no sintonizar con este movimiento popular arraigado en los principios que hacen de la política la actividad más noble de la dimensión social del ser humano. Como toda acción innovadora está sometida al principio de incertidumbre, y ello conlleva la existencia un amplio espacio para la discrepancia; pero el núcleo ideológico que lo inspira es irrebatible. Apoyar a Podemos es, en la España del siglo veintiuno, más que una opción, un deber moral y una deuda con las próximas generaciones. Este hecho es el que ha atemorizado al poder. Los partidos domesticados no ponen en riesgo su estatus, no les importuna un recambio de siglas o de nombres, si al fin y al cabo todos beben del mismo pesebre. Pero una revuelta ciudadana fundamentada en la dignidad y sustentada por una inquebrantable fuerza moral, es otra historia. Eso sí es un peligro, porque sí puede promover un cambio auténtico de correlación de fuerzas, y devolver el poder al pueblo. Así que se han remangado, y se están empleando a fondo, todos, para destruir el monstruo antes de que su tamaño lo convierta en invencible. Los insultos y descalificaciones son la versión burda de esta operación; pero la menos eficaz. El objetivo inteligente es lograr que los ciudadanos terminen por identificar a Podemos como “un partido más”. Esa es la clave. Se trata de convencer al cuerpo electoral que todo lo que dice y hace Podemos es fruto de su bisoñez (“cuando tengan que gobernar serán como los demás”). De confirmarse esta hipótesis, el sistema estaría a salvo. Habría quedado demostrado que cuanto ha sucedido obedece a una ley natural inmutable, porque la corrupción es consustancial al ser humano, y es imposible hacer las cosas de otra manera. Mientras, los conservadores (protectores del bipartidismo), llaman a la tranquilidad: “La indignación actual es un fruto de la crisis económica que una segura recuperación hará olvidar para siempre”.
En nuestra ciudad también se experimenta este intento de reducir a escombros la ilusión por cambiar el sistema. Aunque, siendo fieles a nuestra condición de paraíso de la peculiaridad, de una manera particular. Quienes tienen una concepción miserable de la política, entendiéndola como un concurso de televisión, sin mayor grandeza; y cuya única capacidad de análisis se limita al manejo de las reglas aritméticas básicas; pretenden simplificar el fenómeno que representa Podemos, etiquetándolo como una opción electoral al uso. De ahí que un inexistente acuerdo con Caballas para las elecciones municipales haya cobrado un inusitado protagonismo mediático. Eso sería un triunfo para los que no quieren que nada cambie. Por eso lo pregonan, aún sabiendo que no es cierto. Pero este hecho, en sí mismo, si merece una reflexión pública. Los que inicialmente representaban Podemos en Ceuta, constituían un pequeño grupo de personas excelentes. Comprometidos y combativos, sin ninguna duda, compañeros. Porque los compañeros son los que comparten causas. Y por ese motivo la gente de Caballas y la gente de Podemos mantenemos una relación frecuente, fluida y fructífera (en la que también se habla de elecciones). Nos encontramos en la lucha. Cuando murieron quince personas en la frontera del Tarajal, y en Ceuta se quería pasar de puntillas, Caballas y Podemos nos manifestamos públicamente reclamando una política de inmigración respetuosa con los derechos humanos. Cuando hubo que reclamar un cambio en la política de seguridad ciudadana, volvimos a coincidir los de Caballas y los de Podemos. La defensa de los derechos de los refugiados sirios, víctimas de una coacción institucional intolerable, congregó a las mismas personas. En la trinchera contra el Ministro de Educación, denunciando el desmantelamiento de la escuela pública y su nefasta política en Ceuta, se unieron las idénticas voces. En la movilización sostenida contra la reforma laboral, Caballas y Podemos, como siempre, figuraban en la primera línea de combate. Estuvimos juntos en las iniciativas en defensa de la sanidad pública. En la marcha por el empleo, convocada por las asociaciones de parados, caminábamos codo con codo, inasequibles al desaliento. Compartimos, sobrecogidos por la consternación, el rechazo al genocidio palestino…
No sé lo que hará Podemos en las elecciones municipales. No sé lo que votará ninguno de sus miembros en caso de no presentarse; pero no me importa lo más mínimo. Lo que si tengo es una certeza absoluta. En cada causa justa que se defienda en esta Ciudad se encontrarán en la calle la gente de Caballas y la gente de Podemos. Eso es lo que importa. Evocaré unos versos de aquel precioso poema de Mario Benedetti: “la unidad que sirve es la que no une en la lucha”.
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