Opinión

Como siempre: 'Rifkin´s Festival'

Se me iba haciendo esperar demasiado una tradición anual que tengo desde hace más de lo que recuerdo, que no es otra que diseccionar la última producción del eterno y prolífico Woody Allen.

Rifkin´s Festival es una melancólica, como siempre, y preciosista panorámica de las inquietudes humanas con la ciudad de San Sebastián y su reputado festival de cine como escenario (se conoce que las veces que el cineasta ha alabado las virtudes tanto del enclave vasco como de su prestigiosa cita con los premios de cine eran sinceras). Probablemente, al igual que ocurrió con Vicky, Cristina, Basrcelona, los que viven allí considerarán la imagen de la ciudad demasiado de postal, pero la fotografía del gran Vittorio Storaro (El último tango en París, El último emperador, Apocalypse Now, Novecento…) debe tratarse como souvenir para turistas, como personaje más de la obra, como llamar “Paco” al personaje del pintor catalán que interpreta Sergi López… factible, poco probable y probablemente necesario para llegar al gran público y obtener ciertos objetivos.

Allen explora con esta cinta algunos sentimientos muy recurrentes en su obra, más de una oscuridad interior, amores, como siempre, pero en esta ocasión con un componente platónico que otorga un punto de novedad a la vez que de resignación u amargo ocaso vital, que no creativo (cosas de genio de edad avanzada y mente clara), necesidad de romper con cosas y con personas, y tantas otras ideas primarias que se pueden extraer de una cinta que sin estar en lo mejor de su nutridísimo repertorio pero que, también como siempre, te deja con la sensación de no poder perderte nunca su último trabajo. Aunque sea la misma historia contada una y otra vez, como dicen algunos como ataque o alabanza, de ambas hay con el mismo argumento, aunque los días de Hannah y sus hermanas o Match Point ya no vuelvan, aunque los personajes secundarios parezcan aportar poco y no interesar demasiado al director, aunque tenga más defectos de lo que nos gustaría. Woody Allen siempre es Woody Allen, siempre aporta más que algo, sumergirse en su cine siempre supone atravesar un oasis, siempre merece la pena.

Esta historia intrascendente en su forma y profunda en el fondo narra a través de dos personajes el interpretado por Wallace Shawn, que hace de alter ego del propio director, y el de una Elena Anaya fantástica, la conexión vital a pesar de la evidente diferencia, haciendo a la vez una revisión/legado de las películas que le gustan y del tipo de cine que no le gusta al propio Allen, todo ello con la brutal sinceridad que caracteriza a sus películas. Especialmente para cinéfilos son los momentos de febril ensoñación en blanco y negro. Para no perdérselos. Bienvenido sea, como siempre, ese viejo aire fresco procedente del cine clásico del que ya no hay más que espejismos como estos.

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