Opinión

Cómo la naturaleza me ha indicado la existencia de un yacimiento arqueológico

Quiero aprovechar todas las ocasiones que tenga para salir al campo. Esta mañana he estado consultando en internet la ubicación exacta de un algarrobo existente en la cercanía de la pista de la Lastra. Con esta información en mi poder he salido en dirección a Calamocarro.

Desde aquí he tomado la pista forestal que con dirección oriental conduce al tiro de Pichón. En el camino me ha parado a hablar con los responsables de los trabajos de desbroce del entorno del tendido eléctrico. Desde Septem Nostra hemos pedido explicaciones a la Consejería de Medio Ambiente sobre esta actuación por la tala de algunos árboles sin justificación alguna.

Tras esta breve conversación he seguido mi camino hasta el mencionado algarrobo. Por desgracia lo he encontrado bastante deteriorado, aunque sigue vivo.

He dejado atrás el algarrobo para subir por la pista forestal que desemboca en las cercanías del fuerte de Aranguren. Cuando iba a emprender la ardua subida de la empinada cuesta he observado que a mano derecha se abría una estrecha senda que no figura en los planos. Me he adentrado en ella sin saber muy bien adónde conducía. Por suerte me he cruzado en el camino con un ciclista que me ha facilitado las indicaciones que necesitaba.

Esta senda es realmente bella. He identificado algunas especies de planta que no había visto hasta ahora y he disfrutado de los pinos, -algunos de ellos muy jóvenes-, de los alcornoques, los brezos y las hermosas flores rosáceas de la jara rizada.

Al poco que iniciarse la bajada que me llevará de vuelta a Calamocarro he dado con frondoso pino que me ha invitado a sentarme junto a él. No podía rechazar su propuesta. Lo observo con admiración y respeto.

Introduzco con mimo mi dedo corazón bajo su corteza para impregnarlo de su savia olorosa. Me llevo el dedo a mi nariz y me deleito con su aroma. Lo pegajoso de la sangre transparente del pino hace que el bolígrafo quede adherido a mis dedos. El pino desea que no deje de escribir sobre él. Me fijo en su corteza desgajada y su cambiante piel. Una piel que siempre le queda pequeña y que en su lento crecimiento va rompiendo.

Sus ramas parecen estacas clavadas en su corazón. De ahí que sangre su perfumada savia. Sobre mí cuelgan unas piñas ahora abiertas y vacías. En cuanto a sus hojas, son finas y alargadas como las agujas para la carne. Al caer sobre el suelo forman un mullido colchón natural que invita a sentarse a su vera.

Una densa enredadera ha colonizado sus ramas y las hunde con su peso. Quisiera liberarlas, pero no dispongo de los medios ni del tiempo para hacerlo. Por desgracia, tanto los seres humanos, como algunos árboles, sufrimos las consecuencias de ciertos pesos externos que nos hunden e impiden nuestro normal crecimiento y desarrollo.

Al mirar a mi alrededor observo el fragmento de un lebrillo cerámico que bien podría ser medieval. Es muy probable que lo haya arrastrado la corriente hasta aquí desde algún yacimiento arqueológico cercano.

Remonto la pendiente escudriñando con detalle el terreno y encuentro más indicios arqueológicos que confirman mi sospecha de que estoy próximo a un lugar de interés histórico. Siguiendo el rastro de los fragmentos cerámicos dispersos por una amplia meseta me topo con una gran estructura de planta rectangular.

El edificio está completamente derruido y cubierto de vegetación. Lo rodeo para comprobar sus dimensiones y su estado de conservación.

En la pared oriental es posible observar varias capas de enlucido. Resulta muy difícil determinar la cronología de esta construcción, así como su funcionalidad. Los fragmentos cerámicos que he visto a su alrededor parecen de época medieval, pero el tratamiento de las paredes me recuerda al de estructuras de tiempos modernos o incluso contemporáneos. Tampoco sería extraño que este edificio hubiera estado en funcionamiento durante varios siglos.

La estructura que he encontrado, y que seguramente figura en la carta arqueológica de Ceuta, está ubicada en una zona de gran visibilidad y entre dos profundas ramblas. Una de ellas, la occidental, lleva abundante agua. Intento acercarme lo más posible a este cauce natural atraído por un saliente rocoso en la que se abren algunas cuevas.

Sin duda resulta un lugar ideal para la ocupación prehistórica. En cuanto pueda iré a conocer este sitio tan atractivo e interesante.

Después de un rato merodeando por este yacimiento arqueológico tomo una vereda que se abre a pocos metros de la estructura arqueológica. Este camino se adentra en el alcornocal que cubre la ladera occidental de esta abierta meseta. Ando entre los alcornoques sin saber muy bien adónde me llevan. A los pocos minutos los alcornoques me dejan frente al pino con el que he conversado esta mañana. Desde luego no es causal que esto haya ocurrido. Este pino ha querido que me parara a hablar con él y que escribiera sobre su hermosa figura. Si no llego a hacerlo no habría visto el fragmento cerámico que me ha permitido descubrir este yacimiento arqueológico visible desde el cielo, según he podido comprobar en el google Earth.

…El camino que lleva hasta Calamocarro está muy bien marcado. La pendiente descendente cada vez es más marcada. Llego así a un grupo de alcornoques y acebuches entre los que el camino se pierde. No sé muy bien qué dirección tomar. Un cortado se abre cerca de donde estoy y lo voy bordeando. Al final no me queda más remedio que bajar hasta el mismo cauce del arroyo para hallar una ruta segura que conduzca a Calamocarro. Esta circunstancia me permite descubrir un bellísimo bosque de acantos que cubre el cauce del arroyo.

Andar por el arroyo no resulta nada fácil. El cauce está cerrado por anchas ramas de zarzamoras que arañan mis brazos y traspasan la ligera tela de mis pantalones. Pero aquí no acaban las dificultades. Cuando avanzo unos metros me encuentro con una presa de unos dos metros de altura. No tengo tiempo para deshacer el camino. De modo que me arriesgo a descender por la presa dejándome deslizar por el tronco de un árbol caído sobre el muro.

Bastante cansado, con algún corte en los dedos y los pies empapados terminó mi aventura de hoy. Volveré a estar lugar, pero no lo haré solo.

Ceuta, 31 de mayo de 2017.

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