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Cómo fueron consideradas las mujeres magrebíes en el pasado

Los musulmanes consideraban a las mujeres como seres de inferior categoría que los hombres y las sometían por lo tanto a un estado muy semejante a unas avientas criaturas a su servidumbre. Faltando por estas razones a las bases principales de una familia, se doblegaba a este vicio originario que no podía engendrar otra cosa que el embrutecimiento y el despotismo.
Entre las kabilas que viven en los campos o en sus adicciones movibles dedicadas a la agricultura, la mujer es la encargada de la agricultura, también es la dedicada a los más pesados trabajos y las rudas tareas, mientras que el hombre permanece indolente y despectivo. Estas circunstancias, creen que para ellos no existe otra ocupación digna que dedicarse a las acciones bélicas o deportivas. Estas circunstancias supone una civilización muy atrasada, pues ya de iguales costumbres nos hablaron los antiguos historiadores refiriéndose a poblaciones que se hallaban sumidas en un estado próximo a la barbarie y entre las tribus salvajes, y de esta forma así los denominaban los antiguos historiadores.
En esta forma de vida, más bien no es de extrañar que la compañera que la compañera de los hombres era una especie de ‘esclava’, sometida a todo tipo de privaciones. Y es tal la fuerza de estas costumbres que aquellos seres desgraciados se consideran todavía unas indignas si se les privase de las faenas que constituyen su cotidiana ocupación y que justifican la necesidad de su permanencia en el hogar.
Aún todavía es muy común encontrar en este país a pequeños grupos familiares formados por el jefe de la familia, montado en un caballo, mulo o asno, mientras que las mujeres y sus hijas le siguen a pie llevando pesadas cargas sobre sus cabezas o espaldas traídas del mercado vecino, sin que el indolente hombre se preocupe lo más mínimo y que se las someten, sabiendo que en otros lugares se las consideran como las prendas más caras y estimadas, dignas de todo afecto y cariño, por lo que nada tiene de extraño que la mujer se vea expuesta a una prematura vejez y que sin haber conocido apenas los placeres de la familia, arrastran toda la vida una existencia insoportable, para el que ha podido vislumbrar otra más en armonía con la organización de los pueblos que han llegado a adquirir algunas nociones de cultura y cariño familiar.
Del campo nos trasladamos a las ciudades, la escena cambiará en su apariencia, pero en el fondo será todavía si cabe más desagradable y repugnante. Al estar establecida la poligamia en estos pueblos, aunque limitado el número de mujeres legítimas a cuatro, se puede proceder en el concepto de concubinas todas cuantas les permitan sus recursos, de la misma que en el matrimonio, de manera no entran para nada en el mutuo efecto, ni ningún sentimiento delicado del corazón, sino simplemente de la conveniencia del hombre y sus posibilidades de adquirir la mujer que deseen sus padres entregando la cantidad estipulada, sin que se consulte la voluntad de la que ha de verse sometida a esta clase de servidumbre.
Así como para el rico no existe otra traba que le imponga su fortuna, el hombre de la clase media aspira a acrecentar sus caudales para aumentar el número de mujeres y el pobre ambiciona el dinero a fin de hacerse con otra y repudiar a la que ya tiene, de la que ya se encuentra hastiado, y de esta forma fácilmente se concibe la situación especial en que se hallan colocadas aquellos desgraciados seres, privados de todo aliciente y de todo estímulo noble y generoso.
Al no existir estimación alguna hacia la mujer, no puede experimentar el musulmán el verdadero amor, de manera que los sombríos celos de que se hallan poseídos nacen de la desconfianza en un ser en quien se le ha arruinado todo género de virtud y de poder. De aquí las delicadas precauciones que se toman para guardar a las mujeres, para separarlas de todo trato con los demás hombres, condenándolas a un perpetuo encierro y castigándolas de un modo despiadado a impulsos de la más ligera sospecha.
Los ricos en el interior de sus casas, emplean profusión de joyas y obras de arte, telas y alfombras de toda clase de fastuosidades en el adorno de sus mujeres, así es que en las habitaciones reservadas o en sus harenes, lucen aquellas desgraciadas criaturas magníficos trajes de largas túnicas de paño, sedas o damascos, brazaletes de oro o plata y alforjas.
Cuando por cualquier circunstancia extraordinaria les es permitido salir a la calle, ha de cubrirse completamente con un jaique, dejando solo una pequeña apertura para poder ver, de suerte que es muy difícil saber quién es, si es joven, o vieja, fea o hermosa, porque solo ofrecen las apariencias de una masa informe.
Entre los musulmanes, una de las condiciones que realzan más la belleza de las mujeres, es la obesidad, a la que contribuye la vida sedentaria a la que están sometidas, sus ojos son grandes y negros y expresivos, que resaltan más por falta de aire puro y del indispensable ejercicio corporal.

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