El acoso escolar es un fenómeno social que se remonta a un tiempo inmemorial. No es una cuestión menor. Esta conducta, infinitamente cruel, deja en las víctimas una huella muy difícil de borrar que, en muchos casos, condiciona definitivamente su personalidad.
Es cierto que siempre han existido jóvenes que han sufrido la mofa, el escarnio, la amenaza, la coacción, o cualquier otra agresión psicológica (o física, en menor medida) de sus iguales. Tanto en los centros docentes como en otros espacios de convivencia adolescente. Sin embargo, en estos momentos, se tiene la percepción de que, lejos de corregirse, estas prácticas se están extendiendo paulatinamente. Sus efectos se agudizan y se extreman. Una creciente inquietud sobre lo que puede pasar en el interior de la escuela, está convirtiendo el acoso escolar en un problema social de primer orden.
¿Es cierta esta percepción? ¿Se producen cada vez más casos de acoso escolar? ¿O es sólo que “ahora se conocen y antes no”? La respuesta a estas preguntas quizá la podemos encontrar en un conocido programa para erradicar el acoso escolar, diseñado y aplicado por una universidad finlandesa. La clave de esta iniciativa, que ha cosechado un éxito espectacular, está en modificar la actitud pasiva de los testigos. A juicio de estos expertos, la cuestión no es tanto reprender y sancionar al acosador, como lograr que el entorno se identifique y defienda activamente a la víctima. El auténtico caldo de cultivo es la indiferencia. Pero esto no es más que una manifestación concreta (más) de la enfermedad social de este tiempo. La escuela no es una institución aislada de la sociedad que actúe como un laboratorio educativo aséptico, fundamentado en principios y valores teóricos. Tanto profesores como alumnos reproducen las pautas de comportamiento que impregnan la comunidad de la que provienen y en la que se desenvuelven. La indiferencia imperante también se ha adueñado de las aulas. Es, sin duda, la peor lacra del siglo veinte que se prolonga amargamente. Lo explicaba perfectamente Hanna Arendt cuando definía la “sociedad de masas contemporánea”, cuya característica fundamental es la desarticulación del espacio público. Es el triunfo de un individuo despreocupado de la vida en común, centrado en sus intereses privados, interesado únicamente en la seguridad de los suyos a cualquier precio. Este individuo representa la figura opuesta del ciudadano (aquel que mantiene un compromiso activo con el mundo). El individuo “privado” representa la “triste opacidad de la vida privada”, de una vida centrada sólo en sí misma, un individuo aislado en sus intereses de confort y consumo. Las personas viven juntas pero sin tener nada en común, ningún interés compartido.
La reacción de la práctica totalidad de los jóvenes ante un caso de acoso escolar es muy similar a la que se observa entre la inmensa mayoría ciudadanía ante el sufrimiento de los inmigrantes, la pobreza infantil, o cualquier otro acto de agresión a la humanidad (aunque sólo afecte a una parte ínfima de ella). Indiferencia. Es necesario activar una revolución contra la indiferencia. Porque nunca es neutral. Es la mejor aliada de la maldad. Y toda persona que se considere buena, tiene la ineludible obligación moral de combatir el mal. Es imposible resumirlo mejor que Martin Luther King: “Nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos”.