Cuando llegó el general José Héctor Vázquez a El Aaiún como gobernador del Sector del Sáhara, llegaba un hombre de unas ideas claras, determinadas, rápidas y eficaces. Llegaba con su estado mayor, que inmediatamente trazaron el desarrollo de la maniobra en la zona norte del Sáhara. Todo ello con el objetivo de hacer desaparecer las bandas armadas que se encontraban en la Saguía y sus afluentes, y que hasta ese momento campaban a sus anchas.
El 28 de enero de 1958 el entonces coronel Manuel Mulero Clemente, un militar con el valor acreditado que sobre su pecho lucia la Medalla Militar Individual, y el cual sabía perfectamente lo que era la guerra. Lo demostraba que, para conseguir esa preciada condecoración, hay que reunir los suficientes méritos avaladores en un juicio contradictorio.
Ante los jefes, oficiales, suboficiales y tropas en el Acuartelamiento de El Aaiún les dirigió una arenga a los que iban a participar en las operaciones de limpieza con ese lenguaje militar, claro, conciso y concreto. Asé les habló este ilustre soldado: “esta es una guerra muy distinta a la guerra mundial y a nuestra guerra. Aquí tenemos un enemigo duro que conoce bien su terreno y además sabe combatir. Pasareis fatigas y privaciones, pero estoy seguro de que vuestro espíritu militar sabrá sobreponerse a todo y venceréis. Están tomadas todas las medidas necesarias para ello. Permaneced siempre alerta, siempre dispuestos a obtener rendimiento con vuestros medios. La Patria os necesita y aquí sois el principal eslabón de la cadena de los que la sirven. Señores, ¡viva España!”.
Un buen amigo, el general Rafael Casas de la Vega, ante todo un magnífico historiador, relata con todo lujo de detalles y con claridad en su libro “La última Guerra de África" lo que fue aquella guerra, así como quienes eran los instigadores y los que financiaban y ayudaban a las bandas rebeldes.
Así relata este general las operaciones: “el 10 de febrero de 1958, desde El Aaiún salen las agrupaciones A (1A) y (2-A), la subagrupación (1-A) era la fuerza de vanguardia compuesta por el Grupo Expedicionario de Caballería Santiago 1, la IV Bandera de la Legión, otra bandera legionaria y una sección de morteros del Batallón Expedicionario Extremadura 15. En la retaguardia iba el grueso de la columna, la IX Bandera de la Legión, una batería de artillería 105/26 y las secciones de sanidad, intendencia y automóviles con avituallamiento para varios días además de combustible para los vehículos”.
Sigo opinando que, desgraciadamente, las acciones de la caballería en aquella Guerra de Ifni-Sáhara de los Grupos Expedicionarios Santiago y Pavía por desgracia, la mayor parte de las veces, quedan en el anonimato. Es justo y así se le merecen, ponerlos en el lugar de honor que se merecen.
A las 07:30 horas del 10 de febrero de 1958 emprendían la marcha. La vanguardia iba constituida en dos partes, al norte de la Saguía avanzaba la XIII Bandera de la Legión, mientras que más al sur se encontraba la IV Bandera, donde le precedía el Grupo de Caballería Santiago.
Apenas se aproximaban a la Saguía, el enemigo iniciaba el ataque con fuego de ametralladoras, fusilería y morteros. Este ataque es contrarrestado con intenso fuego de los carros del Grupo Santiago. El todoterreno donde iba el sargento Antonio Soto García iba sin protección puesto que llevaba el parabrisas abatido con el objetivo de tener mayor visibilidad. Esto provoca que un disparo enemigo hiera al soldado conductor, haciéndose cargo del vehículo el sargento Antonio Soto García, el cual siguiendo el avance recibe un tiro en la tetilla izquierda, pero con el heroísmo que caracterizaba al sargento Soto, este sigue adelante. De nuevo, otro disparo le alcanza, pero esta vez en la mano derecha. Detiene el vehículo y salta a tierra. Por su cuerpo corre la sangre de sus heridas, pero se echa al hombro al soldado conductor y sale corriendo para llevarlo a cubierto. En el momento en el que deja al soldado herido en el suelo recibe otros disparos por la espalda, pero con coraje, este sargento todavía tiene el valor de trasladarse donde están sus soldados, recibiendo otro disparo en el cuello y cae a tierra, para no levantarse más, donde encontró gloriosa muerte solo para los héroes como lo fue este sargento. Hoy en día su heroísmo sigue ignorado.
El enemigo, ante la heroica reacción de las fuerzas españolas, especialmente por el intenso fuego de las autoametralladoras del Grupo Santiago (M-8), se retira en desbandada. El tributo de bajas enemigas fue de 15 muertos y por parte española, el sargento Antonio Soto García y los soldados Francisco Gutiérrez López y José Ruiz Barraguero. Creo es de justicia también mencionar los heridos del Grupo de Caballería Santiago, el cabo 1ª Manuel Alonso García, el teniente Ángel León Valderrábanos, los soldados Ventura Luque Sánchez, Antonio Morales Medina, Jesús Peña Monroy y Martín Pérez Gil, además del capitán Iván Santos del Valle y los cabos Alfredo Moreno Ruidorvo y Francisco Vázquez Machuca.
Aquí viene bien la cita sobre estos héroes de un celebre filósofo: “los cobardes mueren muchas veces antes de su verdadera muerte. Los valientes prueban la muerte sólo una vez”, Shakespeare.
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