Categorías: Opinión

Comandante José Ledo, in memoriam (I)

Varias veces de las muchas que he escrito sobre temas militares se me ha reprochado por algunos lectores amigos el hecho de que nunca antes haya escrito sobre el emblemático Cuerpo de Regulares. Y, efectivamente, no estaban desprovistos de razón, porque hasta ahora no lo había hecho, aunque en ningún caso sea atribuible tal omisión mía a falta de reconocimiento hacia tan admirado Cuerpo, sino a no haberse terciado la oportunidad de hacerlo. Y de ningún modo mi anterior silencio significa que tenga en demérito ni en menor consideración a Regulares respecto a otras Unidades, pues bien sé que es una Fuerza de élite y la más condecorada del Ejército español, a la que en particular Ceuta, Melilla y España entera le deben los buenos servicios que les ha prestado.
Concretamente, en Ceuta fue enterrado uno de sus héroes más destacados, el Teniente Coronel  Santiago González Tablas, que en vida hizo de la ciudad su hogar, fue padre de ceutíes y Ceuta lo honró dedicándole en 1935 un monumento a su memoria en el céntrico Paseo de las Palmeras, donde cada 13 de mayo le rinde un homenaje desde que en 1922 muriera heroicamente en combate en una de las alturas de la posición de El Jemis, que domina la kabila Tazaruk, entonces refugio casi inexpugnable del cabecilla rifeño El Raisuni, y después baluarte de las últimas kabilas fieles a Abd El-Krim que resistieron tras haberse rendido éste a las tropas francesas, y que incluso declaró la República islámica del Rif. Vencer la insumisión y rebeldía de ambos a la monarquía marroquí costó a España mucha sangre, medios económicos y sacrificios hasta haber desarmado a sus huestes en el antiguo Protectorado y pacificado toda la zona, salvando con ello la pervivencia de la monarquía alauita. Ese fue un ingente servicio prestado por España a Marruecos, que nunca la corona marroquí nos ha reconocido ni agradecido.
Pues, para honrar desde aquí a Regulares, también para dar satisfacción a los amigos que de buen agrado me han recordado mi tardanza en ocuparme de tan heroico Cuerpo y, a la vez, para reivindicar la figura militar y poner en valor y buen nombre a un regular ejemplar, paisano mío, me voy a ocupar este lunes y el próximo de resaltar su trayectoria militar como destacado miembro de dichas Fuerzas, que en 1927 estuvo a punto de escribir parecida gesta a la de González Tablas y en el mismo lugar. Entonces tuvo la gran suerte de sobrevivir al disparo que también en El Jemis recibió, aunque después en 1936 le esperara la misma fatídica suerte final que al valiente jefe de Regulares, al caer mortalmente herido luchando al mando de su Compañía en el frente de Madrid. Por tan heroica hazaña, una calle de mi pueblo lleva su nombre, y la casa donde nació luce una inscripción mural calificándolo de “bravo” y “valiente”. Sin embargo, este hombre estaba ya olvidado. Nadie – ni siquiera su actual familia – conocía su brillante historial castrense, ni los lugares donde estuvo, ni los méritos y acrisoladas virtudes militares y personales que le adornaron, hasta que se me ocurrió investigarlos y que ha dado lugar a mi libro número 11: “José Ledo, un valiente de Mirandilla en África”, ya terminado, aunque todavía inédito en imprenta.
Me refiero al Comandante de Infantería D. José Ledo Rodríguez, quien estuvo combatiendo desde 1918 hasta 1931 en la zona noroccidental de Marruecos (Larache, Arcila, Alcazarquivir, Xauen, Tetuán, etc), en los mismos lugares – y en algunos casos con ellos mismos - que Franco, Millán Astray, Yagüe, Varela, Mola, Berenguer, Sanjurjo, Valenzuela, González Tablas, etc, habiendo sido herido hasta tres veces: el 7-05-1927 en las alturas de la kabila El Jemis, la misma donde el Jefe de Regulares encontró su muerte; también, en su pueblo en la Guerra Civil y al intentar romper con su Compañía el frente de Madrid por Campamento, donde murió con sólo 40 años. Por esta hazaña, fue ascendido a Comandante, a título póstumo, por méritos de guerra. Había nacido el 12-01-1896 en Mirandilla (Badajoz), mi pueblo, una preciosa localidad situada a 12 kms. de Mérida, en la que se disfruta de la más pura naturaleza, con paisajes maravillosos y un envidiable entorno natural que permite disfrutar de aire puro, paz y sosiego, y se puede vivir  alejado del mundanal ruido y de la polución atmosférica, junto a su buena gente.
En la familia Ledo Rodríguez no había ningún precedente de militar profesional que por tradición le hubiera llevado a abrazar la carrera de las armas. Era hijo de labradores y ganaderos con un holgado patrimonio que le hubiera permitido vivir sin necesidad de que tuviera que buscarse otro horizonte profesional ni en el Ejército ni en ningún otro lugar. Pero un día debió sentir la llamada de la milicia, y en 1914 consiguió aprobar la Oposición a ingreso en la Academia de Infantería de Toledo. Según mi investigación, se preparó para el ingreso en la toledana “Academia Verdú”, con cuyo director, Gregorio Verdú Verdú, entonces Capitán en excedencia y después reingresado al servicio activo al ascender a Comandante, haría buena parte de su vida militar en el antiguo Protectorado, habiendo permanecido siempre en servicios de campaña hasta que en 1927 quedó pacificado todo el territorio. Había superado los distintos cursos en la Academia Militar con una calificación de sobresaliente tanto en conceptuación académica como en conducta personal. Y, en una época en que muy pocos lo hacían, logró dominar el idioma inglés y traducir el francés, con magníficas cualidades también para el dibujo y la pintura.
Finalizada en 1917 su formación militar, ascendió a Segundo Teniente y, después de breves destinos en Santoña y Badajoz, sintió la llamada de África y marchó voluntario a Larache, como uno más de los llamados “africanistas”, que, como se sabe, era el sobrenombre que se daba a los que permanecían voluntarios en Marruecos, por oposición a los denominados “junteros”, o afiliados a las Juntas de Defensa, especie de sindicato militar que la mayoría de los historiadores coinciden en señalar que produjo honda división y profundo malestar en el Ejército. Pertenecía a la 21 Promoción de Oficiales de Toledo, a la misma que tres antiguos Ministros del Ejército y del Aire: Pablo Martín Alonso, Camilo Meléndez Tolosa y José Lacalle Larraga, más otros Generales relacionados con Ceuta, como Gumersindo Manso Fernández-Serrano, ex Comandante General, Carvajal Arrieta, ex Administrador General de los territorios del Norte de África; Almansa, etc. Lo que significa que, de haber sobrevivido a la Guerra Civil, José Ledo casi seguro que hubiera alcanzado el generalato, tanto por su destacado historial militar como por haber estado en el centro neurálgico de importantísimas operaciones de campaña que tuvieron lugar en el Protectorado español, donde participó en la toma de más de 90 posiciones rebeldes y directamente en 36 combates con fuego cruzado, algunos de ellos luchando cuerpo a cuerpo y a bayoneta calada.
Por sus destacados servicios de campaña prestados en el Grupo de Regulares de Larache nº 4 y en la Policía Indígena, en 1923 le fue instruido “juicio contradictorio” para el ascenso a Capitán por méritos de guerra, en cuya Orden General se dice: “El 28 de abril este Oficial logró contener en sus puestos con subordinación a los indígenas gracias a su valor, serenidad y entusiasmo, salvando el momento difícil de la oposición. El día 21 de mayo, al frente de su tropa y animándoles con el ejemplo, se lanzó a ocupar las posiciones que el enemigo tenía en su poder, a pesar del intenso fuego que se hacía, consiguiendo el objetivo y pudiendo continuar el avance”. Fue propuesto para este ascenso en mérito de las destacadas operaciones realizadas desde 1º de febrero al 31-07-1922. El 27-05-1927, cuando combatía al mando de su Compañía en las alturas de la posición de El Jemis contra los rebeldes de Abd El-Krim, que recibió la orden de romper la tenaz resistencia del enemigo y, pese al nutrido fuego de éste, avanzó hacia el adversario consiguiendo el objetivo, a pesar de haber recibido una herida de fuego con orificio de entrada en línea mandibular y de salida a la misma altura, en línea axilar anterior, siendo trasladado primero al Hospital Militar de Arcila y luego al de Larache, siendo dado de alta el 14-06-1927.
En julio de 1927 se declaró pacificada toda la zona. José Ledo a partir de entonces se aburría prestando el simple servicio de guarnición en el cuartel; él necesitaba entrar en combate, le hervía la sangre y lo suyo era la hiperactividad guerrera; buscaba siempre los lugares de mayor peligro sin importarle el riesgo que tuviera que correr y jugándose cada día la vida; pero tenía también la virtud de velar y defender todo lo que podía a los hombres que tenía bajo su mando, comportándose como un compañero más que siempre se hacía querer y respetar, siendo tenido por la tropa como una “excelente persona” que se preocupaba por los problemas de todos y cada uno de los miembros de su Compañía. Y viendo que la guerra había finalizado, en 1928 solicitó pasar a la situación de “disponible voluntario”; por lo que, después de más de 12 años de campaña, se tomó medio año sabático en Mirandilla con los suyos, donde se dedicó a socorrer y hacer obras de caridad entre los más necesitados, que por sus buenas acciones con ellos le llamaban cariñosamente en su pueblo “el padre”.
Pero enseguida se dio cuenta de que, aunque materialmente no necesitaba nada del Ejército, moral y profesionalmente no podía vivir sin él. Se acordaba de sus compañeros de armas, necesitaba relacionarse con ellos en los servicios y recordar a su lado las distintas acciones de guerra, oír cada mañana y noche los toques de izado de bandera y de oración, cerciorarse de la marcialidad y paso acompasado de su Compañía desfilando, sentía el vivo recuerdo y la añorada nostalgia hacia la profesión y la causa que con tanto entusiasmo e ilusión abrazó y por la que tantas veces luchó jugándose la vida.  Por lo que a los seis meses solicitó el reingreso y le encomendaron el mando de la misma Compañía.
Sin embargo, al llegar al cuartel vio que ya nada era igual, que sin servicios de campaña él no era el mismo, que se veía inoficioso y sin apenas tener nada que hacer. Solicitó tres meses de permiso sin sueldo. Al final, se volvió a incorporar a su Grupo de Regulares nº 4; pero se promulgó la “Ley de Azaña” de 1931 que mandó a la “reserva forzosa” a miles de militares, y él fue uno de ellos.
Había sido condecorado hasta siete veces y citado varias como “muy distinguido”, concediéndosele, entre otras distinciones, dos Cruces del Mérito Militar de 1ª clase con distintivo rojo y la Medalla Militar de Marruecos. Y así finalizó su primera etapa militar. La segunda la comenzaría al estallar la Guerra Civil, pero será expuesta el próximo lunes.

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