Caballas jugó ayer con los periodistas. Lo hizo al convocar una rueda de prensa en la que aprovechó para denunciar suposiciones en torno a una posible manipulación popular de los votos por correo. Lo han leído bien, denunció suposiciones, posibles maniobras barriobajeras, pidiendo la intervención del delegado del Gobierno para parar una irregularidad de la que ni tienen pruebas pero sí temores. A Mohamed Alí y a Juan Luis Aróstegui seguro que les embaucó la película Minority Report. Ven, en eso coinciden con la Policía Nacional, que detenía a los subsaharianos porque representaban una violencia moral. Aquí pasa lo mismo, Caballas ve delitos antes que nadie, denuncia irregularidades que se van a producir en un futuro y pide la actuación del delegado y hasta del fiscal. Me veo a don José con una bola de cristal acompañado de su gabinete analizando en el futuro las posibles medidas para frenar esas irregularidades que denuncia la coalición. La columpiada de la pareja ha sido total. Ni es serio ni es digno de un partido salir ante los medios de comunicación para denunciar algo de lo que no tienen pruebas, buscando el amparo de todo un delegado al que, por no actuar, ahora le querran zurrar de lo lindo. ¿Estamos ante una política seria o ante el Sálvame Deluxe en el que se publicitan denuncias sin fundamento, sin respaldo, pretendiendo titulares tendenciosos y amarillistas para sembrar dudas?
Estas no son las maneras serias de hacer política. La comparecencia de Caballas debería haberse sustentado en una denuncia en toda regla, en unas pruebas, en unas informaciones que vayan más allá de cuatro chismes. Porque sembrar duda de esta manera en política es peligroso, y aparece como una herencia de la política radical que en Melilla aplica el señor Aberchan, del que, por cierto, ya sabemos la deriva que ha cogido su partido.
Alí y Aróstegui no están para ahí para advertirnos de que ven delitos en el horizonte, para señalarnos las premoniciones que tienen en política. Están para defender un proyecto en el que dicen que creen y comparecer cuando tengan la decencia moral de poder hacer algo más que el ridículo.
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