Opinión

Los asiáticos

Ya han vuelto al CETI. Lo han hecho con la misma educación y elegancia que han mantenido en su protesta pacífica. Cuando se les comunicó que iban a salir, que se iba a terminar con la incongruente discriminación que estaban sufriendo, hicieron lo que siempre habían dicho que harían: coger sus cuatro pertenencias, abandonar la Plaza de los Reyes y regresar al centro del Jaral.

Durante todas estas semanas su protesta pacífica ha sido un ejemplo. Ellos querían visibilizar su situación, dar a conocer a la ciudadanía lo que estaban pasando, que todos supiéramos que existían y que en algunos casos llevan casi un año en el CETI, viendo cómo otros inmigrantes salían con un mes escaso de residencia. Era una auténtica injusticia que chocaba, además, con el muro de la falta de explicaciones.

Ayer los componentes de este colectivo se mostraban felices. Por fin sus cabezas podían descansar, dejar de lado ese agobio que les lleva martirizando desde que se veían bloqueados en Ceuta, sin poder siquiera ganar algo de dinero para enviar a sus familias porque no se les permitía ni guiar aparcamientos ni ayudar a las puertas de los supermercados. Era injusto, todo lo que les ha pasado lo ha sido, pero ahora solo miran hacia el futuro confiando en que las promesas hechas se puedan plasmar en realidades.

La entereza de este colectivo ha sido digna de admiración; opuesta a lo hecho por el sistema

He hablado varios días con ellos, he podido comprobar la humildad y entereza de quienes se han mantenido firmes en sus ideas. También cómo hay gente buena, anónimos que no necesitan hacerse fotos y que han estado con ellos, durmiendo incluso para ser testigos de todo lo que han pasado, de cómo el sistema fue capaz de desvariar hasta el punto de mandar baldeos indiscriminados o tener a la Policía Local de permanente vigilancia.

No sé. Sinceramente creo que se ha perdido el norte. El recuerdo de los míticos cartonazos o del asentamiento sirio ha trastornado no solo la capacidad de pensamiento sino los corazones de unas administraciones que no han estado a la altura en sus decisiones. No sé hasta dónde llega el límite del atrevimiento de quienes llegan a ver normal el acoso a unos pobres, a los que nada tienen más que una fortaleza de espíritu digna de admiración.

En vez de colocar tantos adornos navideños para extender el espíritu de la Navidad, más valdría recapacitar sobre las maneras estiladas que a mí, personalmente, me han avergonzado.

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