Una profunda impresión embarga a quien contempla un cono volcánico en erupción, el mundo telúrico despierta un sentimiento indescriptible de enanismo. Como puede estar un planeta vivo?; que significa este tipo de existencia animada?; que fuerzas conspiran para que se nos ofrezca este rio de joyas ardientes?; y, lo más importante, ¿cual es la fuente de la que mana este caudal inagotable de roca fundida?
Ciertamente, el interior de la tierra es un gran misterio y solo tenemos datos, gracias a la física de ondas que nos ha proporcionado una abundante información. En términos geológicos, un planeta vivo, es justo aquel que presenta actividad magmática en su interior y no se ha enfriado. Gracias al calor interior que se produce sin cesar en las entrañas de la Tierra, se anima el maravilloso movimiento perpetuo e imperceptible de los continentes; la tectónica de placas desplaza la corteza terrestre, agrupándola y separándola en un continuo, sin aparente final, hasta que se produzca el agotamiento de la energía y todo se torne en bella desolación. La vivacidad planetaria, sin embargo, puede ser muy mortífera para muchos organismos y traer desgracias y penurias a los habitantes humanos de un territorio afectado por el vulcanismo desbocado. He sufrido en la distancia con mis amigos palmeros las terribles consecuencias de la reciente erupción de cumbre vieja; ni siquiera existe el local donde estaba instalado el club de buceo, un lugar familiar, del que salíamos y entrábamos a diario para preparar los equipos y realizar las largas inmersiones. Determinar si un planeta está vivo en su conjunto y esencia, es un maravilloso atrevimiento de científicos románticos, el ser supremo siempre los ampare; ellos forman parte de aquellos que trascienden al puro intelecto racionalista, y son muy capaces de oír palpitar al corazón unificado de toda la biosfera junto a los rítmicos movimientos del sistema autorregulado de nombre “Gaia”. Aquellos que pretendían ridiculizar a James Lovelock, llamándolo místico, no sabían que lo estaban elogiando, pues cualquier pensamiento científico, practicado de forma holística y emotiva, no aliena, sino que abre caminos hacia nuevas formas de entender la vida sin prejuicios racionalistas. Mente, razón, observación, corazón y espíritu se sintonizan en armonía para los pensadores trascendentales, y, una antena invisible, los hace captar mucho más allá de los sentidos convencionales. Como los viejos y magnánimos (de alma amplia y generosa) alquimistas, sin complejos, y, a diferencia de los pusilánimes (de almas pequeñas y acomplejadas), estudiaban, investigaban, observaban y desarrollaban hipótesis y teorías racionales sin dejar de ejercitar la imaginación creativa, ni desatender la oración que elevaban a aquel por lo que todo existe y fue hecho. Esta forma de entender el quehacer humano, es propio de los que desean alcanzar la gracia, que solamente el espíritu de vida puede derramar desde lo más alto. La ola de desacralización que padecemos ha dañado ya a demasiadas almas inteligentes, pero la luz volverá a extenderse por el mundo entre tinieblas, promoviendo la unificación de saberes y sentires sin despreciar formas de conocimiento milenarias. La verdadera sabiduría volverá a recorrer por nuestras venas y protegerá a toda esta bella creación de la que formamos parte indisoluble.
Al parecer de los astrofísicos, la energía térmica del planeta quedó atrapada en su interior en el momento de su formación; las nebulosas que giraban acumulando partículas debido a la fuerza de atracción universal y la fricción fueron generando gases y calor. Como lógica consecuencia física, se produjo una colosal concentración de cantidades inimaginables de energía, que lejos de disiparse, se encuentran en las partes centrales (el nucleo y el manto del planeta). Las zonas exteriores más expuestas a lo intemperie del cosmos, se fueron solidificando y separando del centro, así parece que se creó la costra sólida que cobija a la vida. Los primeros indicios de corteza geológica fueron dando consistencia a la bola incandescente que fue en los primeros momentos nuestro planeta azul. La edad astrofísica de un planeta, parece ser el factor que diferencia, a los planetas vivos o encendidos (llenos de calor interior), de otros muertos o apagados (fríos en sus entrañas). Haciendo un repaso de nuestro sistema solar, podremos comprobar el plan elaborado para que la Tierra (dadas sus actuales características se podría bien llamar Océano), sea un hogar perfecto en el sentido de albergar el inimaginable regalo que constituye la vida orgánica. La excelente obra de ciencia-divulgativa, “El Rumor de los Planetas”, escrito por Gabriel Castilla Cañamero, muestra una galaxia de belleza inconcebible y plena de misterios inimaginables, y planetas diversos e imposibles para la vida orgánica. Un paseo por este libro orienta de forma amena y rigurosa sobre estas obras de arte indescriptibles: los planetas, más que conocerlos, parecería que salen de la imaginación científica, dadas su capacidad tecnológica y necesidad acuciante de explicar lo imposible.
La vida se desarrolla en pequeñas franjas de nuestro mundo físico, se ciñe a la litosfera y la hidrosfera, en comparación con el volumen de la Tierra es algo ínfimo; por ello, en el universo, la calidad, la perfección y la singularidad tiene rango de ley y es una buena pista para entender lo especial de la biosfera, única en la galaxia y en el escaso universo que escrutamos. Su fragilidad y vulnerabilidad ante la inmensidad del universo es enorme, los fenómenos cósmicos pueden dañar el planeta de forma catastrófica y el interior de nuestro propio hogar común, crea caos y destrucción. Sin embargo, la vida resiste a la amenaza cósmica y a los desastres telúricos. Los organismos que son más resistentes a estos eventos devastadores, procuran la recuperación de los otros. En paisajes arrasados, siempre que existan organismos estructurales resilientes en pie, todo volverá a regenerarse más rápido.
En Canarias, existen especies insustituibles, que se han hecho así mismas, soportando condiciones extremas provocadas por las erupciones volcánicas. Son especies elegidas, signadas por su tesón y voluntad de vida, tesoros del planeta, creadores de nichos y posibilidades diversas para la proliferación de muchas otras. Al mantenerse en pie frente a la adversidad más negra, ejercen una irresistible llamada a las otras formas de vida, es una convocatoria continua para alcanzar un nivel aceptable de complejidad ecosistémica. Todo vuelve a comenzar con “los resilientes”, poco a poco se suceden los organismos, se eleva el número de especies bien repartidas en sus abundancias por el sustrato: de esta forma, y por acumulación ordenada, se recupera el paisaje ecológico. Canarias tiene la suerte de contar con dos “árboles” únicos adaptados al volcán. Uno verdadero, el pino canario: una planta perenne que vive en el medio emergido, y otro, creado por analogía, el coral negro macaronésico: una zoófito colonial que habita los fondos marinos de luz atenuada. Ambos, son preciosos ejemplos de resiliencia a las catástrofes relacionadas con los movimientos sísmicos y los ríos de lava; son hijas del fuego y el magma. El pino canario, resiste al fuego y al calor abrasante con gran vigor, y es capaz de volver a brotar, después de quedar seriamente afectado, ennegrecido por fuera y despojado de verdor. Conserva un admirable poder interno de regeneración si sus raíces bien guardadas bajo tierra. Es una antorcha de tea ardiente que guarda el tesoro de la inmortalidad en su tronco sagrado, gracias a su tesón y fe, ha vivido resistiendo y a resistido viviendo, se ha hecho a sí mismo, logrando esta proeza de la naturaleza. El coral negro macaronésico forma cinturones alrededor de los fondos de penumbra en Canarias, Azores, Madeira y Cabo Verde. Resiste a la influencia submarina del vulcanismo creciendo con relativa rapidez del fondo y alejándose de las avalanchas y los magmas ardientes. Gana la batalla muriendo un poco y cediendo ramas al fuego, resiste porque vive sobre su armazón esquelético y no dentro de él, no tiene raíces de las que alimentarse. El magma ardiente se enfría muy rápido en contacto con el agua y se va recubriendo de una costra; se desparrama como criatura ctónica convertida en lava almohadillada. Las bases del coral pueden quedar atrapadas en ellas y destruir parte de la colonia en su tronco basal pero no impide que el resto continúe viviendo. A diferencia de las plantas, que necesitan la savia fluyendo a través del interior del tronco; en los corales negros el alimento y la comunicación química se producen a través de un tejido común que une a la colonia exteriormente. Parece una pequeña conífera de brillante colorido cuando se le observa por primera vez, este gran superviviente construye intrincadas selvas animadas en las pendientes sumergidas de las islas.
Por todo ello, una erupción volcánica podrá destruir casi todo a su paso pero siempre quedan elementos para regenerar otro paisaje sobre el que se ha perdido. Si quedan resilientes, todo será más fácil, bello y la vida se repondrá mucho antes de lo que puede parecer.
Si consideramos que todo lo creado emana del amor puro y supremo, entonces, el amor supera a la muerte. Aquello que parece muerto vive en esencia y el espíritu de vida nunca se extingue.
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