Opinión

Indolencia

Continuamos viviendo una época de gran tribulación ambiental y moral provocada por un alejamiento de la verdad, la belleza y la bondad. Esta sociedad opulenta occidental es inmisericorde y está postrada ante el consumo, el confort y el hedonismo, deseando solo vivir el presente. Se vive una vida superficial, solo interesa que este rebosante de bienes materiales y consecuciones personales que afirmen y afiancen más el egoísmo y la preponderancia de la conciencia de uno mismo. Del cristianismo occidental, solo interesan ciertas enseñanzas éticas, siempre que sean benevolentes contra el sacrosanto individualismo en el que andamos todos enredados. Del sufrimiento, nada se quiere saber ni conocer, y la muerte está desterrada y sustituida por la vana ilusión de la vida prolongada por la tecnología médica al alcance de los adinerados. Las palabras sacrificios, reparto de riqueza y bien común están siendo sustituidas por beneficio, egoísmo y ventaja ante los demás. Solamente nos sacrificamos para poder conseguir un futuro económico mejor y nunca por nuestros semejantes. No atendemos a las necesidades de nuestros hermanos humanos; no deseamos aprender ayudando a los demás ni entendemos los grandes bienes del sacrificio por los otros. El sufrimiento compartido es mucho menor para los que lo sufren habitualmente, ayudar reconforta más a aquellos que nunca lo han padecido y que sin saberlo tanta necesidad tienen de ello. Aquí, en este mundo rico económicamente, padecemos de males del alma por ser tan egoístas. La respuesta médica habitual ante este mal generalizado, son los ansiolíticos que adormecen los cerebros por un tiempo hasta la siguiente dosis. Esta desazón que se siente en nuestro mundo de riquezas económicas, es similar a la dejadez por la cuestión ambiental, que no se arregla preservando algunos entornos para disfrute vacacional hedonista, mientras se permite que la destrucción se extienda por el planeta.

El paulatino declive del patrimonio natural nos está machacando cada vez más espiritualmente, y esto, unido a la negación sistemática de la existencia del ser supremo, nos hace acampar a la intemperie, sin un refugio sagrado, en aquellos páramos donde los demonios del alma campan a sus anchas y la vida pierde todo sentido. La llamada interior para desarrollarnos como seres humanos plenos siguiendo las muchas sendas que llevan a la vida significativa, es desoída sistemáticamente, y cuando se logra percibir, es ya demasiado tarde o hay mucho ruido de fondo para atenderla. La fiesta sin fin acalla la conciencia por un tiempo, pero vuelven a resurgir los fantasmas de la vacuidad una y otra vez. No se consigue nada esperando que otros hagan el trabajo, hay que pasar a la acción, cada uno con los talentos y las habilidades que les han sido otorgadas. Practicando las virtudes básicas, en especial de la humildad, y entrando en combate contra la soberbia, se logran maravillas para estar prevenido ante el mundo y las trampas que existen por doquier: vicios, tendencias y costumbres mal sanas, la codicia, la falta de caridad, el egotismo, el gusto por el poder y la indolencia hacia todo lo que no reporte un beneficio personal. Justamente, la sociedad humana debe aspirar a la excelencia en su organización y para ello lo primero es la atención del prójimo y de la obra de la naturaleza a nuestro cargo. Una grupo de personas que viven en un territorio no tienen porque conformar necesariamente una sociedad en el sentido pleno del término. No se puede vivir con un grado básico de felicidad si hay muchas personas sufriendo necesidades y si nos estamos comportando como una plaga ante los ecosistemas del precioso planeta en el que tenemos la dicha de vivir. En el contexto de Ceuta, se aprecian muy bien las anomalías y desajustes del mundo. Tenemos que aceptar nuestras limitaciones como seres humanos y como sociedad pero jamás rendirnos ni dejar de alzar la voz ante lo que es justo y bueno. Como vamos a avanzar en una sociedad con tanto paro y desidia laboral, y donde existen unas diferencias salariales abrumadoras. Cuando se entenderá que hay que repartir y que tenemos que ocuparnos todos de los otros y no solo perseguir nuestro propio beneficio. La sociedad ceutí, al igual que otras está muy enferma y algunos de los remedios para mejora, de verdad, la situación, son el reparto y el apoyo mutuo, pero también la preservación de la naturaleza y de todo lo que es bello y salvaje. Nuestro inconsciente colectivo lo necesita, acudir a la naturaleza es un bálsamo para el espíritu, somos hijos de la biosfera y no podemos romper el vínculo sagrado que nos une a ella. No solamente es imposible sino que además es tremendamente irracional. Hace poco, tuvimos la suerte de participar en un libro colectivo sobre Espiritualidad y Naturaleza que esperamos presentar junto a los otros autores gracias al patrocinio de la Ciudad Autónoma.

Todos los estudiosos de las religiones que participan en el mentado libro, coinciden en sacralizar el medio natural y la importancia de la conservación tanto por razones espirituales como de justicia y equidad; nosotros que aportamos la visión del trascendentalismo natural, también lo ponemos de manifiesto incorporando las experiencias y vivencias en el territorio de Ceuta. Una ciudad tan antigua como la nuestra, donde se perciben los muchos milenios de tradiciones espirituales y de oración, bien haría en respetarse a sí misma y restaurar y preservar sus montes, costas y fondos marinos de la depredación y dejadez crónica.

Esta misma semana, hemos estado explorando nuevas zonas de los fondos marinos de Ceuta gracias a un nuevo proyecto financiado por el estado. Estamos aportando nuevos hallazgos para el litoral de Ceuta con gran satisfacción en fondos donde antes no habíamos explorado. Continuamos en una situación de falta de ordenación del litoral y de sobrepesca realmente lamentable. Las huellas de estos impactos son muy evidentes en forma de paisajes sumergidos alterados y metros de hilos de pesca perdidos en el fondo. Sabemos que es muy difícil luchar contra todos estos desajustes pero también tenemos que denunciar públicamente la indolencia política en estos temas que no interesan a los partidos políticos de nuestra querida ciudad. Es seguro, que nuestros informes reflejarán todas estas alteraciones detectadas, pero también sabemos que quedarán archivadas en el cajón de los despachos correspondientes. A la aparente falta de preocupación por la pérdida de calidad de vida, en relación a lo que llamamos “la experiencia de la vida”, en un ambiente natural bello y sano, se une la indolencia en el cumplimiento de las leyes ambientales y el propio futuro económico del sector del turismo sostenible que se está poniendo en serio riesgo con estas actitudes de abandono. Nuestra ciudad está enferma de indolencia, fuertemente sacudida de tribalismo político y aquejada de un plaga de interesados que dan vueltas alrededor del poder para sacar su tajada económica.

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