El oportuno artículo de mi apreciada Carmen Echarri del 18 de febrero último sobre nuestro cada vez más desconocido puerto, me motiva a incidir también sobre el tema. En mi caso lo circunscribo al muelle España desde otras perspectivas, hasta converger en la evidencia que la directora denunciaba.
Voy por partes. Remitiéndome en el tiempo, pues ya escribí sobre este muelle en otras dos ocasiones. El 16 de septiembre de 2018 decía:
“Tradicionalmente, una de las diversiones favoritas de los ceutíes ha sido los paseos por el puerto, especialmente coincidiendo con la visita de buques de la Armada, cruceros u otros barcos muy singulares. No podía ser menos en esta ciudad marinera por excelencia, tan fraternalmente abrazada por sus dos bahías, y carente de tantas posibilidades de expansión o de alicientes dada su reducida superficie.
Bien. Pues hete aquí que, recién llegado a mi pueblo después del veraneo, decido encaminar mis pasos hacia el muelle de España, atraído por mi pasión por los barcos, tras contemplar desde mi atalaya de la Marina la presencia del crucero ‘Marella Spirit’ con sus 1.700 pasajeros a bordo. Habría avanzado unos cincuenta metros desde las puertas del citado recinto, cuando me aborda un agente de la Autoridad Portuaria.
- ¿Es Vd. pasajero de ese barco?
- No, qué más quisiera yo.
- Pues entonces no puede acceder al muelle.
- Y esa orden, ¿desde cuándo? Me deja Vd. frío. Otra puerta más que nos cierran en esta ciudad, y con ésta van…
Correctísimo el policía en cuestión, eludió seguir con el tema. Le sobraban las palabras. Su cara parecía decirlo todo. Así es que decidí proseguir mi paseo matinal por el contiguo muelle Dato, por cuya avenida, paradójicamente, se prodigaban los MENA y toda suerte de indocumentados, pululando por la zona como Mateo por su casa y sin restricciones de ningún tipo. Precisamente los mismos que me han hecho desistir de mis antiguos paseos por dicho lugar cuando se avecina la noche, dados los testimonios de temor de los trabajan en ese recinto o de quienes han sufrido algún contratiempo en el mismo.
Vivir para ver, sí. Unos tan alegremente campando a sus anchas por ese puerto con todas las connotaciones que encierra su presencia en el mismo, y los ceutíes con los accesos vetados desde hace tiempo a esos muelles, en los que tan felices nos sentíamos cuando los recorríamos a pie o en automóvil. ¡Qué tiempos aquellos!
Cómo no recordar aquellas formidables pesqueras en las escolleras o en las terminales de la Puntilla y Alfau que cierran la bocana, donde había lugar también para la contemplación del incomparable paisaje que desde allí se divisa para expansión de chicos y mayores. Glorias perdidas, sí.
Máxima seguridad para el turista. Magnífico. Y los ceutíes, me pregunto yo ahora, ¿no tenemos el derecho a esa misma seguridad?
La realidad es que cada día nos sentimos más encorsetados en esta ciudad”… [Fin de la cita]
De ese episodio han transcurrido cuatro años. Resulta pues que la ciudadanía de a pie lleva ya un lustro sin poder acceder a dicho recinto marinero por excelencia, ahora tan elegantemente exornado con un cambio de imagen total. Cada vez me resulta más difícil asimilarlo y al igual que yo creo que a tantos otros les sucederá lo mismo.
Recuerdos de otros tiempos
Enlazando con lo anterior, vuelvo a la hemeroteca y a propósito de mi entrañable muelle España no he podido por menos que transcribir lo que publicaba al respecto, un año antes, el 16 de abril de 2017:
“Fue en otras épocas uno de los paseos favoritos por excelencia de los ceutíes. Conectado por el Puente del Cristo con aquel otro paseo, ‘el oficial’, que durante muchas décadas fue el de las Palmeras, la prolongación del itinerario hasta el muelle de España solía ser una tentación para quienes gustábamos adentrarnos en tan acogedor dique que, abierto a poniente y a levante, permite desde su término el disfrute de la incomparable contemplación de la bocana y de los otros muelles, Dato, Alfau y Puntilla con su movimiento de buques y sus paisajes de fondo.
Por supuesto que todo ello todavía sigue siendo posible, al menos de momento, [ ¡ay, ya me las venía venir por entonces! ], aunque, ni los gustos ni los hábitos ciudadanos de esta época son los del ayer. Desapareció la pesca con caña en el lugar, tan frecuente antaño; como es historia también la propia costumbre de bajar hasta este muelle para contemplar la llegada o salida de los ferrys; la de tributar la última despedida al familiar o al amigo que viajaba en uno de aquellos trasbordadores desde la misma punta del dique con el emotivo ritual del flamear de pañuelos; la de recrearnos con las muchas embarcaciones que por entonces allí recalaban; la de la actividad de sus desaparecidas grúas; la propia estampa de tantas parejitas buscando la complicidad de la noche en el lugar para sus incipientes escarceos amorosos o, incluso, el baño furtivo en esas aguas disfrutando de su profundidad.
Historia, nostalgia, recuerdos de uno de los rincones, al menos para mí, más encantadores de Ceuta. Hacía ya algún tiempo que no pisaba el muelle de España. Precisamente desde que comenzaron las obras de remodelación del mismo para adaptarlo a las necesidades de los nuevos tiempos y a su puesta en valor para la recepción de cruceros después de que se ampliara su cara de levante y se ganara profundidad en torno a ella para posibilitar la llegada de esos gigantes del mar”. (…)
“Parece que se cuida hasta el último detalle. No se ha olvidado tampoco dejar en un lugar preferente, presidiendo la entrada al muelle, el busto de José E. Rosende, el ingeniero - director que, con su proyecto y lucha, hizo posible la construcción de nuestro puerto. Obra, la del busto, del genial Torvizco, cuya desaparición denuncié en su día en estas páginas cuando, tras retirarse de su primitivo emplazamiento frente a la antigua estación marítima, desapareció durante bastantes años. Creo que es justo recordar como, de inmediato, mi estimado Pepe Torrado, por entonces responsable de Relaciones Externas y Comerciales del Puerto, se interesó por el tema y en poco tiempo, una vez debidamente restaurado, volvía a ser colocado en 1998, más o menos en el mismo lugar en el que hoy podemos verlo con su correspondiente placa identificativa.
Cabe pensar que la misma nueva imagen del muelle contemplará también el remozamiento de la fachada del edificio que actualmente sirve de sede a la Autoridad Portuaria, y que con anterioridad lo fuera de la desaparecida Jefatura de las Fuerzas Navales del Estrecho, además de haber sido la primitiva estación marítima en los tiempos de ‘las palomas’, aquellos simpáticos y valientes vapores correo que nos unían con Algeciras y Melilla. Tan significativo bien patrimonial, fue uno de los primeros edificios modernistas que se levantaron en España con forma de barco (1929). En su caso imitaba a uno de aquellos correos, en dirección a la bocana, como iniciando la travesía. Sería deseable también la recuperación de su popular reloj con sus peculiares campanadas que podían oírse a todo lo largo de la Marina y las Palmeras.
Demolido el penúltimo almacén del muelle, el que acogió las instalaciones de Alice, la desaparecida fábrica de productos lácteos que aterrizó en nuestra ciudad atraída por las fallidas Reglas de Origen y de la que, al igual que la de las citadas Reglas, por cierto, nada más se supo.”
Pongo fin aquí a la cita para conectar, saltando en el tiempo, con lo que nuestra directora escribía hace unos días: “No se ha hecho nada por favorecer que el puerto tenga una imagen mas integrada en la ciudad. Quizás ahora, vía convenio, nos vendan la moto de que se avanzará en ello. Siempre habrá un buen grupo de trabajo para conseguirlo. Seguro”.
Como tantas otras veces no te falta la razón, Carmen, para denunciar la decadencia de este pueblo en el que cada vez nos sentimos más extraños. Y si eso te sucede a ti, fíjate como lo será para los que, como yo, Ceuta ha sido el escenario vital permanente de toda nuestra existencia.
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