Opinión

Las garras de Ezis

La palabra depresión deriva del latín “depressio”, que significa hundimiento. Esta enfermedad de siempre, pero cada vez más de ahora, convierte de repente la vida de sus dolientes en una zona de temblores, un hundimiento del suelo que pisan y que los recoloca en las mismas entrañas de la tristeza. Los griegos tenían una divinidad que personificaba la angustia y la miseria, la aflicción y el dolor. Se trataba de Ezis y era digna descendiente de la noche. Mientras pasamos nuestros ojos por estas líneas, los expertos nos anuncian que Ezis tiene atrapados entre sus garras a unos 280 millones de personas en el mundo, personas a las que la realización de lo cotidiano les supone un esfuerzo tan ingente que la vida les difumina la utilidad de lo esencial: salir, mirarse, lavarse el pelo, hablar, cuidar. Apenas sostenidos por un velo frágil, todo es vértigo a su alrededor. Según la mitología griega, Sísifo, rey de Corinto, era tan astuto que había logrado engañar varias veces a los dioses. Estos, como venganza, le impusieron un castigo ejemplar y eterno. Tendría que cargar una pesada piedra por la ladera de una empinada montaña hasta la cumbre, al llegar a la cima la piedra caería hasta abajo y Sísifo debería volver a empezar. Así para toda la eternidad, un castigo sin fin, para siempre y más aún. Este castigo puede parecer, además de una crueldad, un absurdo. La entrega a una acción inútil como castigo. Sin embargo, lo que el mito nos enseña es que ante el sufrimiento que nos plantea la vida debemos ocuparnos y actuar. Sufrimos porque la tristeza es parte de la vida. Es el sufrimiento el que nos hace contemplar el placer, realizarnos en él. Por placer el ser humano ha pintado, ha escrito, ha construido e inventado y sin la asunción del sufrimiento, la vida, la que hemos diseñado entre todos, no se contempla. A lo largo de nuestra vida ascendemos con pesadas rocas que caen ante nuestros ojos impotentes, sin embargo somos capaces de subir otra vez hasta la cima y dirigirnos a un nuevo intento, a un nuevo reto, a un nuevo día, a un renacer, a veces. Para los que sufren de depresión, la vida no es más que una carga pesada, infructuosa e inútil, una roca sin sentido. Desaparecida la alegría y la capacidad de bienestar, todo se convierte en dureza, un peso muerto sobre las espaldas que les demanda un esfuerzo heroico. A veces no los reconocemos, se han apartado tanto de las personas que fueron que el nuevo aspecto que nos muestran nos deja asustados y sin respuestas. Nietzsche llama a la depresión "una ladrona de la identidad". El filósofo, que sufrió esta enfermedad, dejó escrito que cuando caemos en las zarpas de la depresión olvidamos que alguna vez fuimos felices. Yo no he sufrido nunca de depresión, pero me coloco en la primera persona del plural porque a todos nos puede afectar sin aparente motivo. Hacemos bien en ser conscientes de ello. El ser humano ha avanzado en la medicina del cuerpo. Hemos hecho desaparecer enfermedades, hemos encontrado remedios y curas, somos más fuertes, más sanos, vivimos más tiempo. Sin embargo, hemos pasado por alto las enfermedades del alma, tal vez porque son silenciosas e invisibles. El dolor del alma no deja cicatrices, no sangra, no se inflama ni se infecta, tampoco se cubre con vendajes ni se corrige con aparatosas ortopedias, pero está ahí, entre nosotros.

Hoy deberíamos reflexionar hacia qué mundo nos dirigimos y si habremos de entrenar nuestras emociones al igual que hacemos con nuestros músculos. La conversación amistosa, el tiempo, el disfrute de los otros, el conocimiento personal y la argumentación pausada pueden ser algunas buenas prácticas con las que ejercitarnos contra Ezis

El dolor de vivir es la pena más profunda, un viaje oscuro que flirtea peligrosamente con la muerte. Albert Camus afirma que el suicidio no es otra cosa que confesar que se ha sido sobrepasado por la vida o que simplemente no se la comprende. Sin embargo, el apego que el ser humano muestra ante la vida, nos sigue diciendo el escritor existencialista, es más fuerte que todas las miserias del mundo. "Adquirimos la costumbre de vivir antes que la de pensar". Los sufridores de esta enfermedad han de agarrarse a ese pensamiento y aferrarse a la idea de que es posible volver al camino de la luz y abandonar las sombras. Las enfermedades mentales merecen toda nuestra atención. Se estima que en diez años la depresión será la principal causa de discapacidad en el mundo. Este mal necesitará del diseño de políticas sanitarias específicas y más eficaces, pero todos estamos obligados a escuchar a Ezis, que nos está reclamando a gritos una sociedad más sensible, una cultura más pura, más sana, en la que seamos capaces de comprender que la felicidad se sustenta en las cosas más sencillas. No tenemos datos para afirmar que el exigente mundo de hoy nos pueda estar apretando el alma a todos, pero intuimos que sí. La excelente película “Las Horas”, de David Hare (2002), basada en la novela homónima de Michael Cunningham, recoge con maestría la depresión de tres mujeres en tres épocas diferentes y su lucha por encontrar el sentido de sus vidas. En la piel de Nicole Kidman, Julianne Moore y Meryl Streep, las tres protagonistas se desarrollan en medio de una tristeza envolvente, que nos invade durante toda la película, pero que nos enseña a entender un estado de ánimo que no responde a la razón. “Si pudiera pensar con claridad, Leonard, te diría que lucho sola en la oscuridad, en la profunda oscuridad, y que sólo yo puedo saber, sólo yo puedo comprender mi propia situación” dice Nicole Kidman en la piel de Virginia Woolf a su marido en una secuencia. Hoy deberíamos reflexionar hacia qué mundo nos dirigimos y si habremos de entrenar nuestras emociones al igual que hacemos con nuestros músculos. La conversación amistosa, el tiempo, el disfrute de los otros, el conocimiento personal y la argumentación pausada pueden ser algunas buenas prácticas con las que ejercitarnos contra Ezis. Mientras tanto, sirvan estas palabras como reivindicación de una mayor atención a la salud mental y sean también un acompañamiento, sincero y colectivo, de los que en estos momentos se afanan por despertar, con fuerzas recuperadas, a un nuevo mañana. Todos deseamos su recuperación para que pronto puedan decirle al mundo, como Laura Brown en Las Horas: “era la muerte y elegí la vida”.

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