Siento un gran placer recorriendo las montañas de mi amado territorio yebalí en la búsqueda interminable de tesoros naturales y de exquisiteces para el paladar científico. Quiero trasladar todo lo que siento, y me emociona, a los jóvenes que tengo el honor de poder mentorizar en estos asuntos del naturalismo científico. Estoy bastante reconfortado con la novedosa compañía que me contagia todo su entusiasmo y ganas de progresar en los conocimientos de fauna y flora. No me siento viejo, pero si en recuperación emocional derivado de mi condición de apátrida forzado, por haber perdido el único territorio humano que mi alma concebía: mi querida esposa. A ella volvía repetidamente a intervalos regulares de horas o días según estuviera en Ceuta o de campaña científica fuera de la ciudad. Sea como fuere, vuelvo a sentir ganas de explorar y dedicar cosas a mi amada. Compartiendo se aprende, y sirviendo a los demás, es como mejor se sirve uno a sí mismo, no hay mayor logro en esta vida temporal que entregarse con pasión a los demás, sean otros seres humanos, o a las especies naturales, tan necesitadas de atención y cuidados en estos momentos convulsos y algo repelentes. He recibido una felicitación de Navidad de mi querida amiga María Jesús Fuentes, siempre con esa sutileza y primorosa escritura que llena todo con su gracia femenina. Su militancia en la ilusión por un mundo mejor es apasionante y perseverante en su empeño; no es una ingenua y sabe bien como andamos todos enloquecidos, huyendo de nosotros mismos. Pero me encanta como termina su alegato navideño a lo Dickens, porque habla de amor y caridad; de justicia y de paz; de ternura y perdón; de magnanimidad y paciencia; de sabiduría y conocimiento; de misericordia y compasión, habla de verdadera humildad.
Debe ser porque nunca llegué a compartir trabajos de campo con ellas; y sé perfectamente, porque lo siento en mi alma, que deambular por los ecosistemas otorga unas posibilidades de establecer vínculos que solo se comprende por el carácter trascendental que tiene la propia naturaleza salvaje.
Sinceramente, debo decir que no podría trabajar ni crear mi producción científica sin las experiencias en la naturaleza. No me refiero a la mera realización y obtención de datos, esto solo justificaría una labor meramente profesional que podría convertirse en pura rutina. Quiero decir que siento la secreta e íntima necesidad de estar en contacto directo con el medio y sentir a mi alrededor la infinita belleza. Tengo que interrogarla e incluso hablarle directamente, si hace falta, aunque no me responda. Para crear necesito mi dosis de salvajismo y llenar mi corazón con experiencias cargadas de significado y simbolismo mítico. Cada cuestión que analizo sobre las especies de corales o los paisajes submarinos me llevan a encontrarme una y otra vez con la historia del planeta y sus muchos aconteceres geológicos. Las exploraciones e indagaciones me sumergen en un universo cargado de sucesos que hay que interpretar para poder entender a las poblaciones y los hábitats que estamos contemplando en los fondos marinos. Un solo género de gorgonias puede contarnos una sublime historia de superación y adaptación a un medio cambiante que habla de reductos geográficos, y de distribuciones restringidas que debemos explicar a la luz de los hechos estudiados. Son estos momentos de interacción entre la parte más salvaje y completamente desconocida del planeta con los hechos conocidos y los que debemos suponer, adornados con los intensos sentimientos de pequeñez ante fenómenos grandiosos, los que elevan el espíritu hacia lo sublime. Nada se compara a estar en estos lugares en persona y sentir la magia alrededor, para sacar las conclusiones de los estudios llevados a cabo tanto en el medio como en el laboratorio. Esto es lo que trato de inculcar a mis cachorros aspirantes a naturalistas científicos.
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