Opinión

Un piropo

Yo sabía que con este día alguien me vendría a contar una nueva historia. Y así fue.

“Paseaba por el centro de la ciudad y observé a unos pasos míos una muchacha. Era una escultura. Tenía una larga cabellera recogida en una cola, de color negro.

Esgrimía un pantalón bien ajustado de cuero, de color marrón oscuro.

Unos tacones altos a juego.

Una blusa negra que por detrás iba con un nudo.

Me quedé prendado por la manera de llevar su bolso negro.

Se movía toda que a mí casi me da un mareo.

Pensé para mis adentros: “Cualquiera le dice algo a esta jaca”.

Y es que la cosa hoy en día está como para salirle a decir algo. Me puedo ver dentro de una jaula y no para pájaros, sino para tontos que dicen un piropo.

Pero no la perdí de vista y la seguí.

Se fue a tomar una cerveza a un local céntrico de moda. Y yo como hombre de sabiduría me senté muy cerca de ella.

Busqué alguna treta para lanzar mi poderío seductor.

Pero no hizo falta, ella fue la que me vino a pedir fuego.

Yo no lo creía.

Ella me pide fuego y yo no tenía, ya que no fumo.

Con mucha gracia le expliqué que no portaba dicho material, pero que en un plis plas se lo conseguiría.

Y abordé al camarero que también vio esa belleza y con sutileza le birlé ese material para el arte mortal del tabaquismo.

Me puse junto a ella le di lumbre y a la vez empecé a cacarear.

Me hizo caso y salí de esta misión especial con el teléfono de esa Diosa de la naturaleza.

Fueron muchos wasap que intercambiamos y más de una cita.

Estaba enamorado, prendado, de mi querida mujer.

Sí, lo digo bien. Mi mujer. Ya que a los cinco años nos casamos.

Pero después de tener tres bellos churumbeles con ella, una mujer me abrió los ojos.

Me detalló que en las noches de luna llena se reunían en una casita ya derruida, que hay en cierto lugar de nuestro bosque, muchas mujeres, y entre ellas, había visto a mi mujer.

Hacían unos ritos que culminaban con unos bailes al rededor de una gran hoguera, donde todas lo hacían completamente desnudas.

Su protección eran unos perros grandísimos que parecían de la raza rottweiler.

Ella había sido testigo presencial de un par de ocasiones.

Tuve que recapacitar durante un gran rato. Y la verdad que cuadraban mucho con las salidas nocturnas de mi esposa con sus amigas.

Pero yo, ¿qué podía hacer?

Busqué un plan y lo puse en práctica.

Y la seguí con mucho disimulo.

Y efectivamente se reunían en un bosque.

Pero allí tuve un altercado terrible. Un perro que parecía de la raza ya indicada me mordió en mi brazo izquierdo y si no es por mis reflejos y mi estado de forma me hubiera matado.

Pero ahora quedaba la segunda parte, ¿cómo podía explicar la herida que tenía?

Tarde o temprano la vería.

Intenté silenciarlo todo lo que pude y fue un día de pasión amorosa cuando la vio.

Cambió su expresión tan bella.

Y aunque no dijo nada yo intuí que sospechaba.

Solo pensaba como reaccionaría.

Y así pasaron los años hasta su muerte.

Me dejó una carta donde me contaba una serie de cosas que yo no comprendí, ni comprendo hoy en día “a pesar de mis años que tengo”.

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