Hay días en los que merece salir a la calle y ver cómo todavía existen personas que confían a el calor de la sociedad. Pero no quiero distraeros de esta narración.
Y llegó el clásico día de la reunión familiar.
Solo faltaba un pilar muy grande para nosotros. Mi marido. Pero tenía que asumir la pérdida tan grande que había sido hacía muy pocas fechas.
Todavía lo escucho muy cerca de mí. Esas palabras que están grabadas a fuego en mi mente: "Chacha".
Se me quiebra el corazón. Mis lágrimas siguen saliendo a la palestra cada vez que veo o escucho algo que se relacione con él.
Fuimos muy felices y eso no se podrá olvidar en la vida.
Mis hijos son los primeros que me obligaron a desistir de vestirme con negro.
"Te sienta muy mal". "Hay que pensar en el futuro".
Yo la verdad que deseo ser útil. Y creo que con mi experiencia vivida puedo aportar algo de claridad en las nubes que pueden entrar en los caminos de los míos y de mis amigas.
Por eso yo misma he puesto mis metas. Fuera como es lógico de la añoranza.
Los restos de él están en una urna. De allí no saldrá hasta que consiga dispersar sus cenizas en donde el quería estar.
Me confesó en uno de esos días tan maravillosos que estaba junto a él, que nació en Tánger y que allí desearía descansar para siempre.
Yo no dudo que algún día pueda ir a ese lugar y derramar sus restos por los rincones que acompañan sus álbumes de fotos que cuando puedo repaso en silencio y sin que mis hijos lo sepan. Me llevaría seguro una buena bronca. Pero ya soy una anciana. Y todas vivimos de nuestros recuerdos.
Mi marido se fue de este mundo un día muy señalado para todas las mujeres y a la vez madres del mundo. El día que se ha establecido de mayo que sea el día de la madre.
Por eso nunca se me olvidará este día. No recibí ningún regalo de los míos. Y ¡ojo!, no se me quita de la cabeza que me debéis uno.
Ese puede ser que pueda ver a mis futuros nietos con sus novias. Aunque al ritmo que va la evolución no creo que pueda cuajar ese bien que deseo.
Recuerdo el primer día del 24 de diciembre. Mi marido siempre presidía la mesa y por ello decidí yo ese día el mantel.
Cuando ya íbamos deleitándonos por los postres, mi consuegra se levantó de la mesa y corriendo fue al servicio.
Cuando salió tenía la pintura corrida y me acerqué para en el oído decirle que fuera nuevamente al WC para retocarse.
Yo la acompañe y fue cuando me dijo:
"¿Sabes por qué he salido tan estrepitosamente corriendo?".
Yo le dije que no.
He visto junto a ti a tu marido. Estaba sonriente. Iba mirando a todos y lanzando con su mano derecha un beso a cada uno de nosotros.
No lo he podido resistir y me he tenido que ausentar de la mesa.
Fue muy fuerte esta revelación, pero más fue cuando esa noche cuando estaba muy dormida sentí un beso en mi mejilla derecha y unas palabras que me dejaron muerta: "Te quiero mucho".
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