El mar sigue devolviendo cadáveres. Ilusiones con el rostro fatalmente desfigurado se agolpan lentamente en nuestras playas. Muerte cruel de seres humanos, devenida en inflexible acusación a una sociedad moralmente corrompida que ha difuminado sus valores hasta la más execrable confusión.
La tragedia acontecida en Ceuta el pasado seis de febrero es tan monstruosa, que ya es imposible la indiferencia. La atención es exhaustiva y universal. La revolución tecnológica ha sepultado definitivamente el método de opacidad impuesta, utilizado normalmente por los regímenes autoritarios para sostener una “verdad oficial” por alejada que estuviera de los hechos. Querían que nada se supiera. Y se sabe todo. Quisieron aislar a los pioneros de la protesta, pero la riada se los llevó por delante. No era sólo el grupúsculo de radicales habituales, todos los partidos políticos (el PP no se sabe muy bien que puede ser), todos los medios de comunicación, todas las entidades, asociaciones y colectivos ciudadanos; e incluso las instituciones europeas, se han hecho partícipes del rechazo generalizado a una barbaridad que ya no es posible ocultar.
El comportamiento del Gobierno de la Nación provoca arcadas. Repugnancia en estado puro. Democráticamente inaceptable. El amasijo de mentira y cinismo que brota como bazofia desde sus almas enfermizas no puede tapar tamaña atrocidad. El Delegado del Gobierno (cruel), el Director General de la Guardia Civil (energúmeno soberbio y altanero), y el Ministro del Interior (hipócrita sin escrúpulos) han hecho un ridículo monumental.
Ningún ciudadano decente puede, hoy, prestar su apoyo a la gestión del Gobierno en este asunto, sin deslizarse inexorablemente hacia la ignominia. El PP es perfectamente consciente del inhóspito escenario en el que se desenvuelve. Por ello se esconden detrás de la Guardia Civil. Además de cobardes son unos tramposos. No tienen la gallardía necesaria para asumir las consecuencias de sus propios actos. Y se afanan en desplazar la responsabilidad a los funcionarios que ejecutaban sus órdenes. Pretenden que las justas y fundadas críticas al Gobierno se conviertan en un falso enfrentamiento entre ciudadanos a favor y en contra de la Guardia Civil. Un truco de una vileza insoportable.
Ninguno de los infinitos pronunciamientos exigiendo justicia se ha dirigido al cuerpo de la Guardia Civil. Nadie ha cuestionado a los funcionarios públicos. La Guardia Civil goza de un prestigio y una consideración generalizada en nuestro país que en ningún caso se ha puesto en duda. Otra cosa bien distinta son los cargos políticos que han dirigido la operación concreta objeto de reprobación. Es más, incluso las asociaciones representativas de los guardias civiles han mostrado (lógicamente dentro de sus limitadísimas posibilidades) sus discrepancias.
Este burdo intento de manipulación dialéctica está destinado al más absoluto fracaso. Así es en todo el territorio nacional. Nadie cae en la trampa. Ceuta es diferente. La semilla de maldad sembrada por el PP encuentra su abono ideal en un cuerpo social carcomido por el racismo y la xenofobia, del que emerge un sentimiento de odio que pervierte los valores humanos esenciales. La tremenda presión social acompleja a quienes defienden los derechos humanos, que terminan por sentirse como extravagantes excepciones. Pero esa batalla tampoco la van a ganar. Lucharemos. Frente a la cobardía tramposa de la más funesta insolidaridad, enarbolaremos la causa de la libertad y la dignidad de todos los seres humanos. No quedará huérfana esa voz en nuestra Ciudad.
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