A lo largo de mi vida laboral son muchas las anécdotas que me han pasado, algunas de ellas graciosas y otras no tanto, en este caso la que voy a narrar más bien demuestra la poca empatía y flojo que son más de un funcionario/a municipal.
Yo siempre hablaré de funcionarios y funcionarias municipales, porque es lo que soy desde que era un niño.
Podía hablar de los funcionarios de la administración central, pero ese no es mi campo y además considero que son muy diferente a nosotros. En mi opinión, están mucho más preparados, normalmente tienen bastante más formación y sus formas de entrar en la administración pública dista mucho (para bien) de la de un funcionario/a municipal qué vaya usted a saber cómo terminó entrando en el ayuntamiento. Esto lo digo por experiencia propia, porque el que escribe entró por la "puta cara" y doy fe de notario que no soy el único.
La anécdota que voy a contar hoy, de graciosa tiene bien poco, y de humanitaria menos todavía. Eso sí, para evitar líos omitiré algunos datos para no ofender a nadie.
Corrían los años 90 tirando ya para el 2000, uno era joven, empático y tenía algo de chulería buena, esa que nunca se debería de perder. Dice el refrán que el "que el que tuvo, retuvo y guardo para la vejez", así que algo me debe de quedar, aunque sea poca.
Estando trabajando de funcionario en un sitio que su principal función debería ser ayudar a los demás, estando la cancela corredera de la puerta de la entrada cerrada, se cerraba una hora y media más o menos antes de la salida, una señora que venía sudando (porque la pobre venía andando rápido), abrió la cancela y pasó para que la atendieran. Aclarar que venía a esa hora porque lo primero que hacía, es muy trabajadora, era vender el paquete de lotería que le daban en Cruz Roja para "buscarse la vida".
Una funcionaria, de esas que cobran un pastón grande por hacer más bien poco y que el tema no iba con ella, se dirigió a mí y me dijo que no eran horas de dejar pasar a nadie y que la atención al público ya se había terminado.
Ya se pueden imaginar lo que se hacía normalmente cuando la atención al público se había terminado hasta que llegaba la hora de salir.
Aquí va la anécdota: ¿Qué hice yo cuando la funcionaria en cuestión, que nada iba con ella, me dijo que no era horario de atención al público? La contestación, visto lo visto, y sabiendo uno lo que sabía, fue clara y contundente: "Si mi misión aquí es negarle la entrada a esta pobre mujer que no puede venir antes y tiene 20.000 problemas, ahora mismo me voy para Recursos Humanos y pido un cambio de puesto de trabajo, porque yo no le niego la entrada a esta pobre mujer que viene corriendo de hacer su trabajo y no puede venir antes”.
La funcionaria que me había recriminado que hubiese dejado entrar a la señora debió de "iluminarse" y le entró algo de empatía (digo yo, por decir algo). Y me contestó "que tampoco era para que me pusiera así". La verdad es que no era para que me pusiese así, era para que me hubiese puesto mucho peor y le hubiese dicho que los funcionarios estamos para servir a los ciudadanos y que en este caso en concreto se trataba de una señora con minusvalía reconocida y con bastante necesidades.
En fin, una anécdota más de las tantas que te hacen pensar que para entrar de funcionario municipal no había ningún tema dedicado a la empatía. Y en este caso en concreto, empatía hacia una persona necesitada, con minusvalía reconocida.
Esta señora de la que hablo es muy conocida y querida en Ceuta por ser muy "busca vidas" vendiendo toda lotería que dan en Cruz Roja.
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