Opinión

Una ciudad sucia

La mayoría de los ceutíes estamos observando con preocupación la suciedad que embadurna las calles de nuestra ciudad. Es una suciedad que no sólo se ve, sino que también se huele. Las aceras presentan notables manchas que desprenden un olor nauseabundo. Este mal estado de las calles de Ceuta se ha incrementado desde la entrada masiva de inmigrantes a mediados del pasado mes de mayo. En los alrededor de mi casa hay escaleras en las que estos inmigrantes se sientan a comer latas de conservas y otros alimentos cuyos recipientes dejan allí esperando a que alguien los retire. También es habitual encontrarse prendas de vestir y otros enseres personales. Se trata de un nuevo agente ensuciador, si se me permite la expresión, que se suma a aquellos ceutíes que demuestran a diario su escasa o nula educación cívica en su forma de desprenderse de los residuos que generan. Son continuos los llamamientos de los trabajadores encargados de la recogida de basura para que los ciudadanos dejen las bolsas de basura dentro de los contenedores habilitados en el horario establecido por las autoridades ambientales de Ceuta. Estas últimas han recordado esta semana que las sanciones por incumplir la ordenanza de limpieza pueden elevarse hasta 750 euros.
La suciedad en Ceuta no es un problema nuevo. Desde que tengo uso de razón, nuestra ciudad no ha sido nunca un ejemplo de limpieza. Este lamentable y triste rasgo de esta tierra sorprende a los que, por distintos motivos, se asientan en Ceuta procedentes de otros puntos de nuestro país. Les resulta incomprensible que un lugar con tanta belleza sea ensuciado y maltratado por sus propios habitantes. Yo, y muchos otros ceutíes, tampoco entendemos que haya vecinos nuestros tan poco respetuosos con los espacios públicos y las zonas naturales. Todavía es más difícil de comprender que se desprendan de los escombros o de otros residuos en el entorno de la propia barriada en la que viven y juegan sus hijos ¿Es que a estas personas no les resulta desagradable vivir rodeados de basura que afean la imagen de su barrio, atraen a roedores, insectos y desprenden malos olores? ¿Cómo puede explicarse que los vertederos incontrolados se limpien un día y resurjan de nuevo a las pocas jornadas? ¿Qué lleva a la gente a tirar sus enseres en cualquier sitio sin importarle las consecuencias de su falta de civismo? ¿Por qué la Ciudad Autónoma demuestra una total incapacidad para sancionar este tipo de actos?
Creo que estaremos todos de acuerdo en que la raíz de este problema es la falta de educación cívica de una parte de la ciudadanía ceutí. Hace falta insistir mucho en los centros educativos sobre la necesidad de cuidar nuestro entorno urbano y natural, en especial sobre la correcta gestión del gran volumen de residuos que genera nuestra “sociedad del desperdicio”. Si la educación reglada constituye un aspecto fundamental en la formación de los futuros ciudadanos, no lo es menos la observación, por parte de nuestros niños y jóvenes, de los hábitos y costumbres de sus respectivas familias y vecinos. Si ven que su padre tira por la ventanilla del coche un paquete vacío de tabaco o que cuando hacen una obra en la casa su vecino, o de su propia familia, tiran los escombros en el descampado de al lado, entenderán que esto es lo normal y reproducirán en el futuro este nefasto comportamiento. Esta forma de actuar pone en evidencia una total ausencia de conciencia cívica y sentido de la responsabilidad individual. Nuestras sociedades se han vuelto cada vez más numerosas y complejas, por este motivo es cada día más necesario que los ciudadanos tomen plena conciencia de sus deberes cívicos y de las consecuencias de sus actos.
La dominante ideología capitalista tiende a exacerbar el individualismo y propicia el abandono de la senda que conduce a la búsqueda del bien común. El prototipo del ciudadano actual responde a un ser egoísta solamente interesado en su bienestar personal, reacio a involucrarse en colectivos ciudadanos que contribuyen al interés general y crítico con todos, excepto con el mismo. El auto-cuestionamiento ha sido un principio ético y filosófico de la civilización occidental que nos ha permitido alcanzar las actuales cotas de conocimiento científico, desarrollo técnico, salud pública y extensión de la educación y la cultura. La contribución de la estructura de consciencia mental ha sido fundamental para los avances señalados. Sin embargo, lo mental ha actuado con suma soberbia despreciando lo que al pleno desarrollo humano ha aportado la consciencia arcaica, mágica y mítica. La principal pérdida ha sido la desacralización de la naturaleza y la cosificación de todos los seres vivos, incluyendo al propio ser humano. Para ello fue determinante el divorcio entre Dios y la naturaleza que promovieron las grandes religiones monoteístas. Al mundo se le desposeyó de su alma y empezó a considerarse algo que debía ser dominado y puesto al servicio exclusivo del hombre. La tierra, en definitiva, paso a ser una creación de Dios, pero alejada de él y de la que el ser humano podía hacer uso sin miramiento.
La profanización de la naturaleza es justo esto: la dictadura de lo profano y el ostracismo de lo sagrado. Vemos lo que somos y somos lo que vemos. Quienes han extraviado su alma no pueden percibir el Anima Mundi que rodea y empapa la tierra. Solo aprecian a su alrededor objetos inertes y seres vivos inferiores carentes de dignidad. De esta forma, a algunos no les supone ningún problema de conciencia arrasar un bosque, desfigurar una montaña o dejar sus residuos en la naturaleza. Para las personas que sí hemos desarrollado cierta sensibilidad hacia lo que existe más allá de lo aparente nos afecta mucho encontrar basura en el campo, en los solares abandonados o junto a los contenedores de basura. Para solucionar un problema como este último al que hemos apuntado hay que revisar y cambiar la manera de gestionar los residuos voluminosos por parte de la Ciudad Autónoma y de la empresa concesionaria. En la actualidad, según explica la empresa TRACE en su página web, disponen de un teléfono al que llamar si deseas desprenderte de muebles u enseres y acordar el día en el que pasarán por el punto de contenedores más cercano a tu vivienda para retirarlos. Este sistema supone que los residuos van a quedar en la calle durante varias horas, incluso días, ya que en muchas ocasiones TRACE no pasa recogerlos en el día establecido alegando problemas de personal y de vehículos para esta labor.
Si deseamos que Ceuta deje de ser una ciudad sucia y maloliente tenemos que poner todos de nuestra parte, empezando por los propios ciudadanos. Por su parte, la Consejería de Medio Ambiente tiene la obligación de poner los medios suficientes para que los ciudadanos puedan desprenderse de sus residuos conforme a la normativa legal nacional y europea, así como velar para que las empresas encargadas de la limpieza viaria y la recogida de residuos ofrezcan un servicio eficaz y eficiente. También recae en la administración autonómica la responsabilidad de promover la educación ambiental y, cuando ésta falla, actuar de manera diligente en la identificación y sanción de los ciudadanos que incumplen la normativa vigente en materia de tratamientos de residuos.

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