Opinión

Circenses sine Panem

  • “En parlamentos, plenos o comisiones, las políticas profesionales simulan desgarrarse sin piedad entre ellas desde mullidas poltronas, alejadas años luz de la realidad ciudadana”

Juvenal, poeta contemporáneo de los que mandaban en la Roma del 140 a.C, dejó constancia por escrito de una perversa pero inteligente idea. Describió, en papiros enrrollados, las cortinas de humo políticas que se elevaban desde el poder para desviar la atención cuando las cosas pintaban mal para el Imperio, o simplemente se querían comprar voluntades.

La citada táctica se remonta a los tiempos en que un ser humano fue convencido de que, siempre por su bien, debía ceder su parcela de decisón a favor de otro supuestamente mejor que él para mandar sobre su propio destino, si bien es al poeta romano a quien se le atribuye la primera anotación escrita de lo que más tarde se llamaría alienación social.

Dicen los escritos del ya citado Juvenal que, regalando comida barata y organizando juegos, los políticos se ganaban los votos de los más pobres o apaciguaban posibles protestas por la inestabilidad de las fronteras. El tema funcionó a las mil maravillas y decidieron llamarle Panem et circenses. El legendario Pan y Circo tenía una efectividad reconocida.

Un siglo más tarde, uno de los dictadores más apuñalados de la historia utilizó esa misma táctica, pero con más brío e inteligencia si cabe. Julio César, como sus antecesores y los lejanos ancestros de estos últimos, empleó el ilusionismo social para vaciar las cabezas de ideas de sus opositores y, por ende, poder preservar su absolutismo. Y si su mandato efecivamente terminó en asesinato, cabe señalar que fueron sus pares quienes acabaron con él, y no la plebe aletargada con el “pan y circo”.

Posteriormente, otras fueron añadiendo más zanahorias al asunto y, además de gladiadores, cuadrigas y pan, concedían una pocas monedas de oro al respetable, siempre ávido de propinas. Como entenderán, el éxito seguía estando asegurado.

El esquema es fácil de entender: unas pocas mandan con impunidad -con la aquiescencia del resto, que se conforma con retozar entre fango y sobras- y todas tan contentas. Lo cierto es que durante siglos y civilizaciones, nada ha cambiado sustancialmente bajo el sol de la dominación absolutista de cualquier color y símbolos. La fórmula de “Pan y Circo” se ha labrado pues una reputación de “infalible” a lo largo de la historia, y, por poco si llega intacta hasta nosotras.

Pero los tiempos han ido mutando, y el sistema que nos controla ya no tiene tanta necesidad de combinar pan y circo para mantenernos anestesiadas, contentitas y con las anteojeras bien caladas sobre los ojos. La sofisticación es lo que tiene.

Si bien es verdad que ahora ya no asistimos a combates mortales entre mirmillones y reciarios, el espectáculo sí nos es servido vía multimedia, y desde todas las salsas ideológicas, con contrincantes vestidas con trajes y corbatas. La gran diferencia con los tiempos del César consiste en que, ahora, ya no hay pan, y oro aún menos.

En parlamentos, plenos o comisiones, las políticas profesionales simulan desgarrarse sin piedad entre ellas desde mullidas poltronas, alejadas años luz de la realidad ciudadana, y sin que ello parezca que les importe en lo más mínimo.

En el más puro estilo “yo he venido ha hablar de mi libro” en su vertiente política, la mayoría de las chicas de los recados (no, no todas lo son… lo reitero por enésima vez) toman los foros de representatividad como el mágico espejo de Blanca Nieves, buscando que siempre les sea devuelta una imagen acorde con sus aspiraciones personales, pero rara vez con las de quienes dicen representar y defender.

Atónita y aborregadamente conformes, las ciudadanas asistimos a patéticos espectáculos cuya misión es la alimentar egos llenos de frustraciones y, sobre todo, para seguir desviando atenciones con la pérfida intención de que nada cambie en lo más mínimo. Discurso parlamentario, le llaman a esa táctica.

Emplean ladridos cruzados en torno a rancias pretensiones nacionalistas mal gestionadas, evitan que entremos en el fondo de los verdaderos debates que sí nos afectan e importan. En lugar de los discursos versallescos y televisivos, nos interesaría saber, por ejemplo, por qué España es el país europeo en el que más poder adquisitivo han perdido los salarios desde el inicio de la crisis, mientras se acrecienta indecentemente la brecha entre los que todo lo poseen y los que nada tienen. Y de paso, nos encantaría conocer cuales son las medidas para solucionar esta situación.

Lejos de ahí, Sus Señorías prefieren enzarzarse en interminables debates que giran en torno a sus supuestos comportamientos éticos, sin tacha a la luz de los medáticos focos. Tan deslumbradas nos dejan que ninguna de nosotras se pregunte por qué, si la banca ha ganado 6964 millones de euros en el primer semestre de 2017 (concretamente un 20% más que en el año pasado) los bancos rescatados jamás devolverán el dinero que les prestamos, con el tácito beneplácito de las gobernantas.

También se le llena la boca de proclamas en forma de autojustificaciones políticas, al más puro estilo politburó. Y mientras seguimos retrocediendo en educación, estas soflamas sólo sirven para salvar “apaños” internos que les permita asentarse sobre los despojos de lo que aún les queda de partido, unas tácticas propias de quienes creen que siempre van a seguir sentadas sobre el Trono de Hierro.

A pesar de los discursos penosos y pobres en estilo que suelen esgrimir, les gusta de envolverse en una lamentable, incomprensible e interminable verborrea que centra la atención en sus enanos ombligos, en lugar de destacar que 13 de las 19 autonomías siguen sin recuperar la inversión sanitaria de antes de la prefabricada crisis.

Pero claro, todo tiene una explicación.

Si Sus Señorías tuviesen una visión fraternal de los verdaderos problemas de la ciudadanía (como se comprometieron), no sólo pondrían el dedo sobre las putrefactas llagas, sino que esa misma ciudadanía tomaría conciencia de la verdadera envergadura de los problemas. De ocurrir esto, todas empezaríamos a poner votos y escaños en su sitio, quedándose al servicio del pueblo las que de verdad piensan y actúan como si el cargo fuese lo que debería ser: una carga.

Evidentemente, ese no es ni mucho menos, el verdadero objetivo. Apoltronadas en bancos rojos y similares, se comportan como los protagonistas de la película francesa de Henri Verneuil, “El clan de los sicilianos”: protegiéndose a sí mismo y blindando a los suyos. Convervar el poder es su única prioridad.

Por ello, siguen repitiendo la táctica de las mandatarias mandonas y abusonas de la época del poeta Juvenal, pero con una gran diferencia: ahora, ya ni siquiera distribuyen pan mientras expulsan su vacío, creído y pomposo aire para ganar plazas en los senados de turno.

Las votantes ya sólo debemos conformarnos con la burda agitación de banderas, con huecos eslóganes gritados al objetivo de una cámara o la acumulación de interminables e incomprensibles argumentos que se contradicen un día sí, y el otro también, en torno a un concepto de nación constantemente revisado.

Vista la nula respuesta de protesta que reciben las nuevas dignatarias del Foro, debe ser cierto que nos merecemos tamaña mediocridad, y sin tan siquiera recibir el cuarto de libra de harina que de derecho nos hubiese correspondido por decir sí a todo en la Antigua Roma. Un circo sin pan en toda regla.

Como siempre, usted sabrá lo que más le conviene, pero visto que en este circo más que cutre el pan es inexistente, y sólo tenemos derecho al más absoluto desprecio por parte de las togadas, quizás haya llegado el momento de que como una sola mujer y repudiemos a todas aquellas que no velan y defienden nuestros intereses.

Pero quizás usted es de las que piensa que el espectáculo debe seguir tal cual, porque atreverse a cambiar la realidad sólo acarrea problemas y dolores de cabeza. Si es así, no venga llorando amargamente el día en que las mercenarias políticas, y sus ideales veletas, dejen de vomitarle a la cara su vacías monsergas dialécticas para arrojarle a la arena transformándola, de nuevo, en merienda de fieras. Y es que, no lo olvide, cuando se usa la táctica de circenses sine panem, el pan es usted…una vez más.

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