La nueva reglamentación en materia de asistencia sanitaria a extranjeros, coincidiendo con un reportaje publicado en un medio de comunicación de ámbito nacional sobre el modo en que las mujeres marroquíes acuden a parir al Hospital Universitario de Ceuta han situado esta cuestión en el foco de atención de la opinión. El número elevado y creciente de neonatos extranjeros en nuestra Ciudad, ha resultado argumento suficiente para espolear un debate excesivamente visceral que, desgraciadamente, transita por las bajas pasiones en dirección a la zozobrante ciénaga del racismo y la xenofobia. Algo muy parecido a la ofensiva que recurrentemente se desata contra los menores extranjeros no acompañados.
Las instituciones públicas deberían evitar que los sectores de población más retrógrados se adueñaran del espacio público de opinión, imponiendo sus criterios fundamentados en el odio y el egoísmo. Esto no beneficia a Ceuta. Puede ser comprensible que desde la derecha se sienta la tentación de satisfacer a estos colectivos muy identificados con sus posiciones ideológicas; pero este es un juego muy peligroso desde la perspectiva de los intereses generales de la Ciudad. La talla de los responsables políticos se mide por la altura de miras, no por las estridencias de sus declaraciones o por el número de votos. Por razones obvias, explicadas hasta la saciedad, Ceuta no puede erigirse en referencia de insolidaridad. En estas condiciones no aprobaremos el examen de futuro al que estamos sometidos desde múltiples instancias.
Esto no quiere decir que este asunto no se pueda discutir. Más bien al contrario. La política fronteriza es una cuestión de indubitada trascendencia, que demanda a gritos un debate desde hace demasiado tiempo; y que sin embargo, se aplaza indefinida e irresponsablemente por el miedo ancestral de esta Ciudad a enfrentarse con valentía y sinceridad a los graves problemas sociales que nos acosan.
Ceuta, en su momento, cuando tenía posibilidades de hacerlo, debió elegir el modelo de frontera que mejor se adaptara a sus pretensiones y adoptar las decisiones, políticas, legales y administrativas consecuentes. No es lo mismo una frontera impermeable que una flexible. Se optó por la inhibición. Y el tiempo dicto su implacable sentencia. La realidad actual presenta una frontera absolutamente superada, prácticamente testimonial. Diariamente, miles de personas la cruzan para trabajar, comprar, comerciar, o utilizar los servicios públicos. Lo que no se puede plantear, desde un mínimo respeto al rigor y la coherencia, es eliminar de este flujo descontrolado sólo aquello que plantea inconvenientes o costes, y seguir manteniendo aquello que reporta ventajas o beneficios. Según las estimaciones oficiales, aproximadamente cuatro mil marroquíes trabajan en los domicilios ceutíes, de las que a penas medio millar tienen su situación legalizada. De ello se aprovechan quienes disponen (ilegalmente) de mano de obra muy barata. No se oyen quejas al respecto. Nadie quiere tomar medidas. Más de dos millares de trabajadores extranjeros prestan sus servicios sin asegurar (ilegalmente) en diversos sectores productivos, en especial en la construcción. Nadie se alarma. Los compradores procedentes de Marruecos aportan a las arcas de la Ciudad (haciendo contrabando) veinte millones de euros anuales a través del IPSI. No lo criticamos, sino que lo estimulamos. Hasta aquí la ciudadanía tolera, acepta y aplaude la laxitud de nuestro paso fronterizo. Ahora bien, si el motivo del tránsito es utilizar el hospital, o buscar un centro de acogida (en el caso de los menores), irrumpe la irritación. Se desenfunda la calculadora, se apela a nuestra condición de abnegados contribuyentes, se sataniza al extranjero y se pide mano dura con indisimulada indignación. Este exacerbado cinismo, nutriente de crispación, sólo conduce a contaminar los cimientos morales sobre los que se asienta nuestra comunidad.
Ceuta necesita, urgentemente, ordenar el espacio transfronterizo. No se puede prorrogar indefinidamente este caos que propicia una orgía de ilegalidad. Pero debe hacerlo partiendo del ineludible principio de realidad. Dejando al margen desiderátum nostálgicos. Procurando defender a ultranza los intereses presentes y futuros de Ceuta; pero buscando soluciones posibles, concebidas desde la solidaridad, y observando el más exquisito respeto a los derechos de todos los ciudadanos de ambos lados de la frontera. Garantizar derechos y exigir deberes desde el sentido de una reciprocidad equitativa, ha sido y será siempre el mejor modo de resolver conflictos sociales.
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