Lo único al parecer evidente es que el general Silvestre pereció el 22 de julio de 1921 en la posición de Annual, tras iniciarse la retirada que él mismo ordenó. Sin embargo, existen muy diferentes versiones de su muerte facilitadas por los diversos testigos y autores que estudiaron este hecho histórico a través del tiempo.
Unos sostienen que buscó las balas enemigas en el parapeto y resultó muerto por fuego rifeño, cuando no quedaba ningún soldado en la posición, al estilo de un capitán del barco que se hunde. Otros le sitúan en la salida de Annual intentando contener, revólver en mano, a aquella marea humana y sucumbiendo por los disparos que llegaban de todas partes. Hay quienes testifican que permaneció de pie, haciendo fuego contra los asaltantes, hasta que fue derribado y muerto.
Dentro de los que mantenían que el general murió en Annual combatiendo, algunos apuntaron que sus colaboradores más leales le rodearon hasta última hora, protegiéndole mientras le rogaban que se pusiera a salvo. Entre esos compañeros de desventura se citan a los coroneles Morales y Manella, al teniente coronel Manera, Kaddur Amar, caid de Beni Said e incluso a su ordenanza, el soldado de Artillería Eusebio Casanova. Este último, parece que recibió el encargo del general antes de morir, para que tomara su maletín y lo pusiera a salvo en Melilla.
Los datos obtenidos de testigos rifeños se dividen igualmente. Abd el Krim, en las memorias que dictó durante su destierro a Roger-Mathieu, sostiene que Silvestre sucumbió en la batalla junto a lo que él llamó “su Estado mayor”. Contó a Roger-Mathieu que un niño rifeño se acercó para decirle que había encontrado al general en tierra rodeado de sus oficiales y, para probarlo, le entregó el fajín y las estrellas. El caudillo rifeño cuenta que, cuando terminado el combate intentaron encontrar el cuerpo, ya resultó imposible.
La teoría del suicidio es igualmente defendida por algunos. Parece que la imposibilidad de ayudar a Igueriben el día anterior, había afectado profundamente a Silvestre. Con sus prismáticos observó como el heliógrafo solicitaba que la artillería de Annual disparara sobre ellos porque estarían mezclados rifeños y españoles, como algunos oficiales se suicidaron en el parapeto y además recibió a los únicos once que se salvaron, de los que muy pocos pudieron sobrevivir, tras abusar del agua. Esto llegó a trastornarlo profundamente y hasta se negó a tomar líquido, recordando a los sedientos de la posición perdida. Con esos antecedentes, al observar la magnitud de la tragedia, decidiría dispararse con su propia pistola, después de que todos salieron de Annual. Esta versión la apoya con sus declaraciones, el propio hijo del general que lo comentó al coronel Sánchez Monje y al alto comisario Berenguer que se lo explicó así a Jordana y otros. Por esta posibilidad se pronunció el historiador Jesús Pabón, en su obra “Cambó”, además de otros muchos autores contemporáneos a los hechos y algún escrito particular.
Las razones de esa fatal decisión hay que buscarlas en la mencionada impresión por las horribles muertes de los defensores de Igueriben, el miedo a las consecuencias de su fracaso, la vergüenza de afrontar ante su hijo y, sobre todo ante el Rey, una humillación semejante y, desde luego, el pundonor como militar profesional, mal entendido desde luego. Por otra parte, la posibilidad de encontrarse en un estado de locura transitoria para tomar esta decisión, es apuntada por Francisco Camba y otros autores que le sitúan observando la desbandada, deambulando por la posición sin cubrirse y gritando a los soldados que huían, con risa de demente : “¡Huid, huid, que viene el coco….¡”
No obstante otros opinan que la razón de que no se encontrara su cuerpo fue sencillamente porque desapareció. Para ello afirman que, después de caer muerto o herido, se derrumbaron sobre él una balas de paja ardiendo y fue consumido por el fuego. Y Eduardo Ortega y Gasset escribe que, como se había incendiado el depósito de municiones, estalló este, alcanzando probablemente al general que desapareció en el aire, al explotar las bombas y cartuchería acumuladas.
Sin embargo, últimas investigaciones apuntan otras posibilidades. Una de ellas afirma que en Beni Urriaguel se encuentra una tumba muy cuidada y respetada sin epitafio alguno y que allí descansa el general.
Y últimamente un grupo de expertos en el tema de Annual han encontrado una tumba también sin nombre en el cementerio cristiano de Alhucemas que, según la tradición, podría albergar al general Silvestre. Incluso, en el Legado del citado general, consta un interesante documento fechado el 9 de junio de 1927, ya terminada la guerra del Rif. Dicho documento se titula RESUMEN DE LAS GESTIONES EFECTUADAS POR EL COMANDANTE QUE SUSCRIBE CON EL FIN DE AVERIGUAR EL PARADERO DE LOS RESTOS DEL GENERAL SIVESTRE. Y lo firma el comandante Fortea de las Intervenciones Militares y Fuerzas Jalifianas de Melilla. Este laborioso documento describe todas las gestiones e interrogatorios que se realizaron para tratar de localizar los restos de Silvestre e incluso, en uno de esos interrogatorios a rifeños que participaron en el asalto a Annual, un tal Ihalief Hamadi ben Amar manifestó que después de herir al general, éste se disparó con su propia arma en la cabeza. Incluso entregó al oficial español una pistola FN de 9 mm que afirmó haberle quitado al general Silvestre junto a su reloj y algún dinero. Sin embargo, tanto el teniente coronel Tulio como el comandante Pina explicaron más tarde que dicha arma no pertenecía al general Silvestre, lo cual descartaba la historia. No obstante, se elaboró un croquis donde la mayoría de las declaraciones coincidían en la situación del cadáver del comandante general
En el caso de la retirada de Annual, quedaron miles de muertos sin enterrar, jalonando el camino hasta Melilla. Todos ellos fueron dados por desaparecidos y se ignoraba si habían sido bajas o estaban prisioneros. Esto generó una incertidumbre en familias de toda España, que no sabían la suerte que corrieron sus maridos, hijos o familiares. El resultado fue que cientos de mujeres enlutadas seguían a las tropas que avanzaban meses después, para localizar los cuerpos de sus deudos. Encontraron restos martirizados, calcinados por el sol e imposibles de reconocer, salvo en contadas ocasiones. Cuando no se identificaban, la duda persistía y la esperanza tomaba otros caminos, pensando en cautiverios en Marruecos.
Algo parecido ocurrió con el general Silvestre. Después de acabada la campaña en 1927, continuaba el rumor clamoroso que le situaba en el Protectorado francés, junto a una larga comitiva de prisioneros españoles, muchos de los cuales se habrían casado, viviendo en poblados bereberes. Respecto al citado general Silvestre se dijo “que seguía vivo y que encabezaba un ejército de algunos centenares de hombres que luchaban contra los franceses en las montañas del Atlas”. Convertido al Islam, había formado un harem y adoptó un nombre árabe, todo completamente absurdo.
El asunto de los cautivos en Marruecos y la serie de historias conexas llegó a tener tanta importancia que el Ejército, tras el advenimiento de la República en 1931, decidió formar varias comisiones de encuesta que recorrieron el país anotando datos y tomando declaraciones. Ya antes, en 1921, el capitán Antonio Got y Dris Ben Said habían buscado a Silvestre en el Gran sur. Ante esta situación, el periodista Cesar González-Ruano que ganó el premio Mariano de Cavia, se incorporó a la redacción de ABC y fue elegido, a finales de 1933, entre varios aspirantes, para trasladarse a Marruecos como enviado especial, a fin de escribir unos reportajes y averiguar si había algo de cierto en esta leyenda de los prisioneros y el general renegado. Fruto de aquel viaje son una serie de crónicas recogidas en el libro “Viaje a Africa. Por las rutas posibles de los posibles prisioneros” (Fundación Mapfre. Madrid, 1996). González-Ruano no encontró ningún prisionero, pero tuvo una entrevista que aportó datos de primera mano sobre la muerte del general Silvestre.
El entonces popular Sid Mohamed Azerkane, cuñado de Abd-el-Krim, mas conocido por “pajarito”, fue también ministro de Asuntos exteriores de la república del Rif y llevó adelante un gran numero de asuntos concernientes a la campaña de 1921. Controlado el levantamiento, Mohamed Azerkane recibió permiso de los franceses para instalarse en Mazagán, en la costa atlántica marroquí. Hasta allí se marchó el redactor de ABC para preguntar por Silvestre y los prisioneros. El relato de las dos entrevistas que sostuvo con “pajarito” constituyen un relato de gran interés, pero en ellas quedó claro que el ex-ministro no apoyaba la tesis de los prisioneros errantes. Respecto a la muerte de Silvestre manifestó que el general abandonaba la posición el último, cuando su grupo recibió una descarga de fusilería que alcanzó al militar español en la cabeza, falleciendo en el acto. Según la narración, lo encontraron el mismo Azerkane y el hermano de Abd el Krim, los cuales dieron orden para que fuera enterrado. “Tenía el pelo crespo y los dedos rotos, no puede haber confusión, yo lo conocía bien”, manifestó “pajarito” a González-Ruano. Incluso, añadió el nombre del guerrero que lo alcanzó con un disparo y se hizo famoso por ello. Se llamaba, según él, Al-lal-Ben-Mohamedi-el-Tuxani.
Hay, alrededor de esta triste historia, una serie de detalles que la hacen todavía más misteriosa e interesante. El sargento Basallo, personaje que cayó prisionero en aquellos días y, tras la guerra, recibió constantes homenajes en toda España por su conducta de ayuda a los demás, contó en sus memorias una versión diferente. Mantiene que al ser conducido prisionero hacia Alhucemas días después de la retirada, encontró cerca de la posición el cadáver del general Silvestre, al que le faltaba el labio superior porque le habían arrancado el bigote. Se le mandó un ataúd de zinc desde el peñón de Alhucemas con permiso de los bereberes, pero ya no pudo encontrar el referido cadáver. Basallo afirma que Abd el Krim había jurado con anterioridad cortar el bigote al general.
Otro superviviente de Annual presenta otra versión poco creíble de la mantenida años después por Abd el Krim ante Mathieu. Afirma que cuando el joven rifeño le entregó el fajín del general a Abd-el-Krim, este se lo puso, mandó cortar la cabeza de Silvestre y la mostró por los zocos con posterioridad, como prueba de su victoria.
Si el fajín del general suscitó estas historias otro tanto ocurrió con su mesa de trabajo y el maletín. Algunos dicen que mientras el Alto comisario y el gobierno recomendaban prudencia a Silvestre y le ordenaban no progresar hacia Alhucemas, el Rey Alfonso XIII remitió un telegrama al general que decía más o menos “Olé los hombres. El 25 te espero”. El mensaje, al parecer, fue cursado en el mes de julio y se hacía referencia al 25 de ese mes, patrón del Arma de Caballería, de la que formaba parte Silvestre. El telegrama podía ser entendido como un empujón hacia adelante del Rey a su general favorito. El hecho es que unos se pusieron a buscar el supuesto telegrama para atacar a la monarquía y otros a intentar destruirlo, para defender la institución.
El asunto se complicó aún más al presentarse en Melilla el ordenanza del general Silvestre que portaba el maletín de éste, ya que declaró había recibido la orden de ponerlo a salvo. El revuelo debió ser enorme porque todos presumían la existencia del telegrama, así es que el mencionado maletín fue abierto ante testigos. Solo encontraron las insignias de Ayudante del Rey y una cruz. No contenía documentos ni el fajín que, evidentemente, se quedó en Annual y fue devuelto, según publicó “Mundo gráfico” en octubre de 1922. Con respecto al telegrama también se declaró que la mesa de Silvestre había sido descerrajada, al conocerse el derrumbamiento de la posición.
A la tragedia que vivió Silvestre aquel 22 de julio se unió el hecho de que su hijo había viajado hasta el frente para estar con su padre, por primera vez en mucho tiempo. El político socialista Indalecio Prieto ejerciendo esos días de periodista en la zona de Melilla, tuvo ocasión de hablar con el mencionado hijo de Silvestre después del desastre en Septiembre de 1921 cuando este, con 20 años, regresaba a su Regimiento en Melilla, después de pasar unos días con su familia. En aquella ocasión, el alférez se sinceró con Indalecio Prieto confesándole que estaba hundido y presa de la desesperación. Perdió a su madre en 1907 siendo un niño y siempre estuvo separado de su padre, ya que éste se dedicó en exclusiva a su carrera militar, sin prestarle mucha atención. Porque admiraba profundamente al general consiguió que, una vez terminados sus estudios en la Academia militar fuera destinado a Melilla, antes de producirse la tragedia. En aquellos días su abuela, como ocurrió en otras familias españolas, confiaba en encontrar vivo a Silvestre o quizás prisionero.
Mientras Melilla recobraba la calma y las fuerzas llegadas de la Península iban recobrando poco a poco el terreno perdido, el espíritu del general Silvestre, con su aspecto impresionante y su bigote inolvidable, permanecía en el pensamiento de tantos soldados y oficiales que sirvieron bajo su mando y ahora caminaban lentamente por aquellos campos llenos de cadáveres, hacia la tumba desconocida del militar, allá en las lomas de Annual, casi a la vista de la mítica bahía de Alhucemas.
Junto a esas tropas iba también el hijo del general desaparecido, Manuel Fernández-Silvestre y Duarte que, tras buscar infructuosamente el cadáver de su padre, regresó a España marcado para siempre por aquellos trágicos días de julio.
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