Cinco meses sin volver a casa. Cinco meses sometiéndose a mudanzas obligadas: de la calle a un pabellón deportivo, de sus literas a una nave en el Tarajal con vistas a su auténtico hogar. Este es el panorama de los atrapados marroquíes en Ceuta, los que no fueron a decirle a Mohamed VI que era el mejor rey cuando se acercó a la bahía sur escoltado por varias motos de agua. Y no lo hicieron porque nada tienen que agradecer, contando los días, las horas para matar un tiempo obligados a vivir en una tierra que no es la suya y de la que no pudieron marchar porque aquel 13 de marzo las puertas de la frontera se cerraron sin fecha de apertura.
Cinco meses han dado para mucho: para protestas públicas, para trasladar historias, para visibilizar la diferencia de trato existente entre quedarse atrapado en cualquier otro punto del país y hacerlo en Ceuta. Porque para los marroquíes que se quedaron en las ciudades hermanas no ha habido más pasillo humanitario que el que benefició a un listado muy concreto de elegidos por las autoridades marroquíes y algún otro caso aislado. Repatriaciones de tres días que no tuvieron más continuación y que no sirvieron para canalizar el regreso de las más de 600 personas que, se estima, siguen en nuestra ciudad. Mientras los marroquíes atrapados en otro punto de España regresan. Cuestión de criterios, por llamarlo de una forma políticamente correcta.
Eso sí, el cierre de la frontera ha dado pie a una nueva vía de escape, la que se hace al revés porque la protagonizan los marroquíes que huyen hacia su tierra porque lo que quieren es regresar a ella. Medio centenar lo ha conseguido, pero más del triple se han quedado en un mero intento por sortear los espigones que vigilan los agentes del Instituto Armado y de la propia Gendarmería.
Detrás de estos hombres y mujeres hay auténticos dramas. Hay bebés que han nacido en Ceuta ya con la condición de atrapados, hijos que no han podido ver a sus padres, esposos y mujeres que no han podido regresar para llevar el dinero a sus hogares. Cuentan con el apoyo material y psicológico de la Cruz Roja, cuyos trabajadores y voluntarios las conocen ya como si fueran de su propia familia. Pero ni ese apoyo consigue calmar la injusticia mantenida en el tiempo, sin fecha de erradicarse, sin una esperanza que sea una realidad.
La delegada del Gobierno, Salvadora Mateos, confirmaba esta semana que cuando abran las fronteras de Ceuta y Melilla habrá prioridad en la salida para estas personas que quedaron en un lugar que no era el suyo. Tendrán preferencia, pero lo que nadie se atreve a confirmar es cuándo podrán repetirse esas imágenes de despedida.
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