No representa ninguna novedad constatar lo que nos han inculcado: el sumun de la Libertad consiste en delegar sistemáticamente nuestra voluntad mediante papeletas de todo tipo y color.
Bien es cierto que en otras latitudes ni siquiera se toman esas molestias y, directamente, nos arrebatan por la fuerza lo que generalmente cedemos en las urnas. Así son las dictaduras.
Estas siempre surgen en dos tipos de situaciones: cuando el nivel de conciencia supera los límites permitidos y supone un peligro para el sistema, o cuando la apatía de las ciudadanas es tal que no sólo aceptamos dócilmente el servilismo, sino que hasta lo imploramos. Y parece que en ello estamos.
Desde los tiempos en que una se apoderó del sillón del trono de turno haciéndole creer a las demás que la solución sólo residía en ella, seguimos inmersas en una eterna búsqueda de la lideresa salvadora. A pesar de que la historia está repleta de personajes que vinieron a este mundo para solucionarlo todo pero se quedaron con leche y chivo, nosotras continuamos machaconamente y sin remedio buscando esa mesías que nos librará de todo mal.
Bien es cierto que algunos nombres forman la excepción que confirma la regla.
Verdad es que Lucio Quincio Cincinato fue nombrado dictador de Roma en torno al año 450 a. C. y que tras su mandato, volvió a su arado. No menos cierto es que Pepe Mujica, el carismático expresidente de Uruguay, ha vuelto a su casa de siempre demostrando que el cargo, si no es una carga, es una estafa. Verdad también es que algunas –insisto, sólo algunas- ministras anarquistas de la II República también supieron ver que su tarea era provisional, y que tras el mandato tocaba de nuevo la vida cotidiana, como no puede ser de otra forma. Pero poco más.
A pesar de las evidencias, nosotras a lo nuestro… Y en los tiempos que corren, más.
Ahora, cuando el miedo más que nunca lo domina todo, la masa de ciudadanas asustadas parecemos buscar ansiosamente amparo y refugio bajo la figura del dios político de turno para que nos proteja de cualquier maleficio. Seguimos sin ver que continuamos poniendo a la zorra a guardar el gallinero.
Muy al contrario, encumbramos con nuestros votos, sin vergoña alguna, al Júpiter de turno; tal es así que el nuevo inquilino del Palais del Élysée (Monsieur le Président de la République Française, Gran Maestre de la Legión de Honor y Copríncipe de Andorra) dijo en octubre de 2016 que Francia necesitaba de un liderazgo jupiteriano, es decir, digno del rey de dioses. ¿De verdad necesita alguna aclaración más?
Como nos han enseñado desde nuestra más tierna infancia, tenemos el deber de confiar sin cuestionar a quienes se encuentran en lo más alto del escalafón político. Castrándonos cualquier atisbo crítico (pensar a contra corriente siempre estuvo mal visto) nos han grabado a fuego en nuestros millones de conexiones neuronales que quienes nos dirigen están arriba porque son grandes, y no que SON GRANDES POR ESTAR AHÍ. Brutal diferencia.
Tal y como están las cosas, los debates en torno a la jefatura del Estado sólo pueden circunscribirse al DNI de la que tenga el privilegio de encadenarse. Pero poco más.
Y así vamos, buscando como gallinas sin cabeza al “Papá Pitufo” que por fin consiga salvaguardarnos del Gargamel de guardia. A la vista de los miles de años de historia escrita y repertoriada, parece que, como se dijo en Al Sur del Edén, definitivamente semos ñus. Lo recordarán fácilmente: los ñus son esos mamíferos que, a pesar de que el National Geographic repita de forma machacona que los cocodrilos los esperan en ese río del Seregueti tanzano, ellos siguen intentando cruzar por el mismo punto, trashumancia tras trashumancia. Mueren por miles bajo las potentes mandíbulas de los saurios, pero ahí siguen, no vaya a ser que un año de estos se arrepientan y dejen de zamparse a los cuadrúpedos. ¿Absurdo? Pues eso.
Pero si normalmente la tónica está en laurear a la que manda y adularla hasta lo absurdo (no sin agrado y/o petición de la baboseada, por cierto), ahora el rumbo está en llevar esta lógica hasta los límites marxistas -siempre línea Groucho, claro está-.
Buscamos hasta debajo de las piedras la dominadora del fuego eterno, aquella que evitará que sobre nosotras se abatan las siete plagas y nos lleve hasta el edén. Decididamente, nos han enseñado que no tenemos arreglo y parece que lo han logrado.
Pero párense un momento, miren sus manos y a poco que se fijen comprenderán que en ellas reposa el verdadero poder, y no en la imagen a todo color de la cesaresa de turno que incansablemente se nos presenta como la nueva y definitiva benefactora.
Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene, pero si sigue delegando su alma y voluntad en las lideresas de turno, poca libertad va a lograr conquistar. Otra cosa es que le apetezca que usted y su descendencia tengan por horizonte los grises barrotes de una jaula.
Claro que todavía le queda la posibilidad de esperar a que llegue otro Lucio Quincio Cincinato u otro Pepe Mujica, aunque ambos personajes le dirían que solo la necedad es inoxidable frente al ataque del tiempo.
Ahora bien, si lo que le gusta es lo que tiene, siempre se puede agenciar una estatua de Nerón. Convendrá conmigo en que como lo auténtico no hay nada.
Eso sí, mañana las lágrimas a otra.
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