Opinión

Entre la ciencia y el sentimiento de naturaleza

Hace un par de días nos encontramos con la noticia del fallecimiento de E. O. Wilson, uno de los naturalistas contemporáneos más inspirados, que supo combinar su amplio y variado desarrollo científico cómo ecólogo y entomólogo con un firme compromiso por la divulgación y conservación de la naturaleza. Nadie como Wilson ha sabido explicar con gran maestría y emotividad la esencia de un naturalista científico, sus anhelos y preferencias. A través de su maravilloso ensayo “El Naturalista” nos cuenta su niñez plagada de aventuras en los bosques pantanosos del sur de los Estados Unidos. No se esconde y cuenta lo bueno y lo menos bueno de aquellos años de tierna juventud en la que los pantanos, las serpientes y muchas criaturas animales fueron su gran tabla de salvación ante una situación familiar con sinsabores. Tampoco huye de sus convicciones cristianas y las reconoce abiertamente si bien sus postulados (véase Sociobiología) han ocasionado gran decepción entre los más fanáticos de la religión. Siguiendo este libro, su auténtica biografía, una va construyendo un esquema mental donde se combinan entusiasmo y ciencia al estilo americano. A diferencia de la mentalidad de los grandes naturalistas europeos de todos los tiempos como Humboldt y Goethe para los que la vida tenía una expresión muy caleidocópica, poseían una cultura enciclopédica y practicaban una forma de entender el conocimiento muy holística sin perder la perspectiva de lo inabarcable e insondable de la propia existencia. Por ese motivo, al igual que los trascendentalistas americanos, nunca tuvieron reparos en practicar con la misma pasión la ciencia y la elevación poética y artística; los románticos supieron distinguir entre lo que era posible y lo que estaba fuera del alcance de nuestras posibilidades. El genio americano, al que estamos dedicando estas letras, es tremendamente atractivo porque piensa que lo puede conseguir todo con tesón, mucho trabajo y plena confianza en el progreso científico sin fin. Amparado en sus grandes capacidades y enormes medios académicos proporcionados por Harvard, va deambulando de una temática a la otra realizando obras muy diversas con el empuje y un culto a la ciencia que impresiona. Obtuvo muchos frutos y galardones merecidos y sus contribuciones más brillantes en el ámbito de la divulgación y la concienciación, desde mi punto de vista, fueron reflejadas en el ensayo mentado anteriormente (en esta obra incluye una referencia a Henry David Thoreau). También son obras favoritas mías: “Biofilia” y “El Futuro de la Vida”. En estos libros hace aportaciones tan importantes como son el sentimiento de cercanía que se tiene por la vida y la importancia de la conservación. Son muchos, variados e interesantísimos los datos incluidos sobre los problemas que acucian a la diversidad biológica y ha sido una de las voces proféticas que han clamado por la conservación de los ecosistemas a lo largo del planeta. De manera particular, me siento tremendamente conmovido por el Wilson entomólogo que investiga y se maravilla con los descubrimientos sobre las hormigas, a las que dedicó una parte importante de su vida, siendo capaz de elaborar una gran obra dedicada a ellas por el que obtuvo un premio Pulitzer. Los naturalistas científicos tenemos que ser capaces de contar historias verdaderas, muchas veces épicas, sobre las especies que amamos y estudiamos, deleitarnos con los paisajes que hoyamos y elevar nuestra voz para que seamos el canal de comunicación de la diversidad con el resto de los seres humanos que viven tan alejados de estas realidades. Este es uno de los grandes sentidos de la vida de un científico de ecosistemas y de un historiador del mundo natural y E. O. Wilson lo hizo de una forma preeminente con la marca de un verdadero genio. Nunca compartí sin embargo, su excesiva obsesión por convertir todo en pensamiento científico y en clasificar las disciplinas de conocimiento en una escala según su desarrollo mensurable. Tampoco su idea tan radical sobre la inclinación natural del ser humano a la guerra expuesto en su ensayo “La Conquista Social de la Tierra”; siempre me pareció este tipo de consideraciones estaban influenciada por sus notables conocimientos sobre el comportamiento guerrero de las hormigas. De hecho, lo que conozco de su sociobiología creo que está muy impregnado de su mentalidad como entomólogo. Me siento en deuda intelectual E. O. Wilson y agradezco profundamente haber podido disfrutar de sus ensayos, sus ideas y aportaciones. Si bien no fue, hasta donde nosotros sabemos, un científico dado al relato trascendentalista, si profesó un profundo amor por las especies, los hábitats y los ecosistemas. Por eso creo que le hubiera gustado conocer los hallazgos que estamos realizando en relación a nuevas especies de gran valor evolutivo y relacionadas con la historia natural geológica desde el menos el periodo Jurásico. Por ello, en honor a su excelente y brillante carrera científica y sobretodo por la indudable pasión que sintió por la causa de la conservación del mundo natural, le dedico este modesto relato sobre los corales negros en el ámbito Atlanto-mediterráneo. Esta es la fuente de donde mana la salsa de la sintética historia ahora escrita, creo que concentra los atractivos que pueden entusiasmar a un naturalista científico de raza como es Wilson (siempre vivo a través de su dilatada obra): una exploración biológica ardua y dura en un medio marino tan difícil como apasionante; un género de corales con claros indicios de origen Tetiano y por lo tanto con una longeva historia natural de supervivencia y adaptación a cambios convulsos; un escenario geológico épico con la transformación del Tetis en el Mediterráneo actual y la apertura del océano Atlántico; unos ecosistemas marinos muy poco explorados, que se desarrollan en un medio de luz disminuida entre 40 y 120 metros de profundidad y unos bellísimos cuadros naturales que acaban de ver la luz gracias a un documental ya publicado en youtube con el título “Corales Mesofóticos de Canarias: los jardines de la penumbra”. El género de coral negro Antipathella, personaje principal de nuestro drama científico, parecía que tenía mayor radiación por su número de especies en la región del hemisferio sur, concretamente alrededor de Nueva Zelanda, ya que tres especies de habían identificado y descrito mientras que en la región Atlanto-mediterránea solo eran conocidas dos especies. Sin embargo, gracias a nuevos proyectos de exploración biológica, muchas a cotas batimétricas solo accesibles al buceo técnico, se han podido identificar dos nuevas especies de este género. Una en aguas de Canarias y cuya descripción está llevándose a cabo y otra en recogida en las Islas Chafarinas (unas pequeñas islas cercanas a las costas de Melilla); de esta última especie se están ultimando los detalles para su pronta publicación. En poco tiempo estamos duplicado el número de especies de este género, de tal forma que a día de hoy se cuentan con más especies en el hemisferio norte que en el sur. Claro está, que el mar es un gran desconocido y como advertía Wilson, la diversidad por conocer es tan enorme (se cifra en millones de especies completamente desconocidas) que asombra con solo pensarlo y también por lo poco que sabemos sobre las especies descritas y lo mucho que tenemos que resolver y aclarar de las que no se encuentran bien descritas. Además del incremento de la diversidad biológica en el campo de los corales, la nueva especie recogida en Chafarinas gracias a la perspicacia y el buen hacer del profesor Sánchez-Tocino de la Universidad de Granada, es relevante porque se trata de un verso suelto del Tetis que ha quedado milagrosamente vivo en algunos reductos especiales como Chafarinas. Y estos aspectos son los que despiertan con mayor entusiasmo el alma del naturalista: un profundo e inigualable placer el poder describir algo ignoto para la ciencia y elaborar una teoría plausible que explique su devenir histórico hasta nuestros días. Aquí entran en juego la ecología, la historia geológica, la taxonomía y la sistemática para relacionar a la especie con las otras cercanas e incluso con las lejanas. Esta especie será dedicada al especialista en corales negros más brillante que ha visto la historia asociado a la institución Smithsonian en Washington. Por otra parte, el nuevo coral aludido es una bella especie, grácil y con un precioso esqueleto de color caoba con tonos rojizos y diminutas y variadas espinitas que recorren sus ejes principales y secundarios y unas ramitas alargadas muy agrupadas en torno al eje principal que le dan un aspecto recogido. Sus pólipos son pequeños pero bien armados de células urticantes que lo califican como un eficiente cazador de pequeños artrópodos. Querido Wilson, te deseamos lo mejor en tu vida eterna y que hayas encontrado aquello que imaginaste en tu ensayo “El Naturalista”. Por tu inmensa misericordia, Señor, concédele a E. O. Wilson una inmensa tierra para deambular y explorar sus montañas, selvas y aguas; muéstrale cuan fértil es tu imaginación y déjalo suelto para que describa las maravillas de tu creación que habrás generado en el nuevo mundo por venir.

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