Juan Carrasco de las Heras CEUTA
Esta semana me he decantado por echar un ojo a La línea invisible, temeraria serie de Mariano Barroso sobre los orígenes de ETA, más bien sobre los orígenes del hecho de cruzar la frontera del asesinato, de la que no se puede (no se pudo) dar marcha atrás. Eso desde el foco en lo que había detrás de la organización, de las personas jóvenes e idealistas que se vieron convertidos en asesinos casi sin darse cuenta.
Los años han transcurrido cerrando heridas y dejando cicatrices, y la memoria debe hacer su efecto. Nunca debería olvidar una sociedad las cicatrices que deja algo como el terrorismo. Pero ha pasado suficiente tiempo como para que la ficción pueda permitirse en este país tocar ciertos temas sin levantar ampollas.
El 7 de junio de 1968, el líder de ETA Txabi Etxebarrieta "cruza la línea" asesinando a la primera de las 853 víctimas de la organización terrorista, el guardia civil gallego José Antonio Pardines, de solo 25 años de edad, y comenzando una escalada de violencia contra el régimen, posteriormente extendida a los diferentes gobiernos democráticos (acabó asesinando a más de 800 personas en casi medio siglo de actividad), de cuya pesadilla no saldríamos en generaciones.
No pretende, o al menos no logra convertirse la producción en una historia aséptica que no tome partido alguno, pero sí un ejercicio de exorcizar demonios desde una propuesta con tintes de thriller y un reparto actoral que ha sabido tomar el pulso a la ambientación y a la trama. Trata un tema especialmente sensible y lo hace centrándose en el drama humano desde las tripas.
La miniserie de Movistar+ cuenta con seis episodios creados por el mismo equipo que se encargó de El día de mañana (el director Mariano Barroso y el guionista Alejandro Hernández, más Michel Gaztambide, a partir de una idea original de Abel García Roure). El cartel está encabezado por el catalán Álex Monner, al que le falta carisma en su discurso para ser un líder creíble y no parece vasco por su acento ni de lejos, pero que aun así, logra transmitir los dobleces y matices que su personaje exige. En la réplica tenemos a Antonio de la Torre, otra ve imperial en un papel difícil, que transmite naturalidad con la facilidad natural que posee el que hoy por hoy es el mejor actor de nuestro país. De los mejores trabajos que se le han visto, y con un actor de este calibre, eso es mucho decir.
No se trata de una serie convencional ni de puro entretenimiento, pero el caso es que resulta entretenida de ver y atractiva en lo que a la relación de gato y ratón de sus protagonistas se refiere. No parece mal plan para un medio maratón de seis capítulos de poco más de cuarenta minutos…