Durante decenios Berlín (entonces dividida en 4 zonas: Norteamericana, francesa, británica y rusa) fue sinónimo de barrera, de vergüenza, de intolerancia, de muerte, de dictadura, de separaciones y de dolor. Como se puede comprobar, hay cosas que tienden a perpetuarse.
La actual capital de Alemania tuvo, atravesando su corazón, una cruel cicatriz cuya historia empezó a fraguarse con los “Acuerdos de Postdam” -1945- entre las potencias aliadas. Terminó de materializarse a mediados de 1961 con la construcción del tristemente famoso “Muro”.
El “Muro de Berlín” fue el origen de “la crisis de los tanques” de ese mismo año que llevó al planeta al borde de una guerra nuclear. El 27 de octubre diez carros de combate del ejército norteamericano, y otros tantos del lado soviético, estuvieron apuntándose durante muchas horas. El inicio de uno de los momentos más tensos de la guerra fría fue la negación a dejar circular un vehículo del oficial de guardia norteamericano por la zona rusa de Berlín, tal y como recogían los acuerdos antes citados.
El lugar de la tensa confrontación incruenta, que se resolvió finalmente por vía diplomática, tuvo lugar en un lugar emblemático de Berlín, una ubicación neutra desde la que se podía bascular hacia un sitio, u otro: el “Checkpoint Charlie”. Ese control fronterizo, fue escenario de muchas tensiones y de no menos dramáticas escenas protagonizadas por quienes huían de una inmensa cárcel llamada el “paraíso de los trabajadores”. Más de doscientas personas perdieron la vida intentando cruzar este límite fronterizo…algo tampoco le resultará nada nuevo.
El caso es que el “Checkpoint Charlie” seguía inmutable, como punto el cero de la báscula. Era el punto de referencia desde el que todo podía cambiar, para bien o para mal. Y ahora, en pleno siglo XXI, en esas mismas nos vemos.
En el ojo del huracán de una crisis prefabricada a medida de las de siempre que está barriendo todos los valores, menos los que encarnan los Ibex 35, nos encontramos en el mismo lugar que ese puesto de control ubicado entre dos mundos en el Berlín de la guerra fría.
Queramos admitirlo, o no, estamos instaladas en una particular tierra de nadie. En este punto, sólo hay dos salidas. La primera abre sus puertas a quienes, descerebradamente, siguen creyendo en el mensaje de ese mesías político, portador de Luz, al que hay que seguir incondicionalmente. No hace falta ser una científica para entender que eso nos llevaría, tal un manso rebaño, camino del matadero y de la paz eterna. Una vez más, lo de siempre.
La segunda opción se encuentra en las antípodas de lo políticamente establecido, de los esclavizadores dogmas y del servil inmovilismo. De adoptarse esta vía, deberá tener claro que habrá de enfrentarse a una ola de involucionismo social que está llegando a cotas nunca conocidas, salvo en la edad media. ¿Exageración? Que se lo digan a ese parado que, en la Alemania del milagro económico neoliberal, ha visto como le han retirado la mitad de su prestación porque se encontraba mendigando en la puerta de un supermercado. A partir de ahora, se le considerará como un “trabajador independiente”. Sinceramente, no tengo palabras.
También le tocará oponerse a la destrucción del planeta que se está llevando a cabo de formas concienzuda. Este suicidio colectivo, a mayor gloria de los beneficios a ultranza, se está llevando a cabo de forma sistemática sin apenas oposición.
La lista de atropellos es tan grande que resulta imposible recopilarlos vitriólicamente aquí, pero quizás la mayor de las amenazas sea el adoctrinamiento constante al que estamos sometidas. Nos hacen creer, con notable éxito, que cualquier tipo de oposición frente a esta avalancha de destrucción masiva no sólo es inútil, sino que es del todo inviable.
Nos hallamos pues en un “Checkpoint Ø” en el que ciudadanas, aunque presa del síndrome de la inacción, aún tenemos la capacidad de elegir nuestro destino. El riesgo de estas situaciones de indefinición es que casi siempre que nos acabamos inclinando por quien emplea palabras gruesas, banderas grandes, mentiras populistas y holocausto seguro. Así lo refleja la historia.
Como siempre, usted sabrá lo que más le conviene, pero más vale que, en este puesto de control en el que nos encontramos, sepa elegir la dirección correcta. Es el momento de realizar que nos estamos jugando mucho más que un mero cambio de cromos en los parlamentos o unos simples cambios de rumbo en el ámbito macroeconómico. En estos momentos estamos hablando de supervivencia pura y dura de la Humanidad. Así de dramático.
Claro que siempre se puede optar por no hacer nada y dejar que las cosas sucedan como hasta ahora, fingiendo que esto no le concierne y aguardando que le vendan al peso, como está sucediendo ahora mismo en Libia con absoluta impunidad arropada en una indecente indiferencia.
Sin embargo, en este “Checkpoint Ø” en el que nos vemos instaladas, y a diferencia de aquel octubre de 1961, los carros de combate ya no se están apuntando entre ellos. Ahora, el objetivo es usted.
Nada más que añadir, Señoría.
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