Nosotros, aquellos que en la adolescencia abandonamos el mar azul y a veces esmeralda de Ceuta, nunca hemos podido encontrar un lugar bajo el sol. Sí; es cierto, desde que rompimos nuestra atadura atávica con nuestra tierra, jamás hemos vuelto a encontrar la paz. Y es probable que no podamos volver a encontrarla mientras que no nos reconciliemos con nuestros recuerdos que habitan en lo más profundo de nuestras almas.
Todos mis compañeros de viaje están como yo, prisioneros del mismo «síndrome de extrañitud (1)», que nos hace sentirnos ausentes, aún cuando vivamos largos años en el nuevo lugar de residencia. Yo no diría que hablamos de nostalgia o de las conocidas saudades al modo gallego, sino de una cierta tristeza que va calándote como una lluvia fina y sin darte cuenta, un día, al levantarte, se te agolpa toda esa tristeza en el pecho dejándote sin el necesario aire en los pulmones para poder respirar…
"Desde que rompimos nuestra atadura atávica con nuestra tierra, jamás hemos vuelto a encontrar la paz”
Y en ese instante, cuando llega ese momento crucial que la ausencia año tras año ha ido inundando el estanque de tus recuerdos: sí, en ese preciso instante explota la emoción durante tantos años guardada, y nos abandonamos completamente trastornados a las horas soñadas de nuestra niñez...
¡Oh, la niñez!, tesoro mágico donde se alberga todos nuestros sueños inalcanzables... Quizás por mágico, sea el único lugar donde hoy los mayores deseamos volver para reivindicar que un día fue posible alcanzar la felicidad junto a una sonrisa alegre de luna, allá en cualquier esquina de una de aquellas calidas noches de verano de entonces…
Yo, ya dije fuerte y claro, que mi patria, mi verdadera y única patria está de este lado del mar… Yo no reconozco más bandera que el azul y el blanco del cielo que roza las cumbres de la Mujer muerta; o el verde de los pinos del Monte Hacho; o el rojo fuerte, de sangre, luego tinto, más tarde cárdeno… de los atardeceres del Estrecho.
"Todos mis compañeros de viaje están como yo, prisioneros del mismo «síndrome de extrañitud»"
Mi patria es Ceuta…Y mi alma es suya…Yo no soy nada…Yo sólo quiero ser una palabra pronunciada una sola vez por don Bernabé Perpén en Nª Sª de África, a saber: «Este niño se llamará, Manuel». Manuel -Dios con nosotros-, sólo un nombre perdido en el archivo de bautismo de una iglesia; y más tarde, inscrito en el padrón del censo del Ayuntamiento del año 1951; pero un nombre que da fe que nací en la Ceuta vieja, entre Foso y Foso y entre Puente y Puente, donde los ceutíes decían que habitaban los hombres de las caballas; aquellos que en la noche sin luna oteaban el «arda»(2) de los bancos de peces, y luego se hacían a la mar con la esperanza de llenar sus redes.
Más tarde, con el paso del tiempo, la palabra caballa, tendría aún un carácter más simbólico e identificativo que el propio gentilicio.
"Con el paso del tiempo, la palabra caballa, tendría aún un carácter más simbólico e identificativo que el propio gentilicio"
Queda claro, pues, que el agua que don Bernabé Perpén derramó sobre mi cabeza, determinó la impronta de mis afectos a un lugar determinado y a un tiempo. Por tanto, es claro que yo pertenezco a los patios y a las calles del «Callejón del Asilo Viejo», aquellas callejuelas que a modo de blanco laberinto de enjalbegadas casas y muros, principiaban al pie de la plaza de África y el Ayuntamiento, y corrían paralelas a la calle Larga (Jáudenes) hasta desembocar en la calle Muralla (Paseo de las Palmeras,) frente a la rampla del Muelle Comercio y el Kiosco de Rosita de Amado, que además de caramelos y regaliz, surtía el mejor tabaco americano, pongamos: el Chesther, el Camel, el Winston, el Lucky Srike, el Roy, o el Pall Mall largo...
Un espacio habitado de entrañables patios andaluces donde los jazmines, los geranios, los claveles, los celindos, los trompeteros y enredaderas de flores amarillas de jugoso néctar, trepaban por las paredes hasta alcanzar las primeras tejas de los pardos y cenicientos tejados, donde se hallaba el reino de los noctámbulos gatos.
Un lugar y un tiempo, que algunos dicen que ya sólo habita en los recuerdos y es cosa del pasado; pero sin embargo yo os digo: que al atardecer, cuando vuestros pasos se dirigen a una plaza, a una alameda, o la orilla del mar, escuchad a vuestros corazones, y quizás se obre el milagro de que aquel lugar y aquel tiempo, de nuevo, como una caricia, como un susurro, volváis a sentirlo como si fuese ayer…
Miren, cualquier actividad literaria, cualquier creación artística, siempre lleva un lado oculto, esotérico que no se muestra a primera vista; en este caso que nos ocupa, también internamente lleva una carga que no se aprecia de una primera lectura, pero que está detrás de cada palabra y de cada párrafo de «Ceuta, mi niñez perdida…»(3), el libro que escribimos y nos publicó el Ayuntamiento.
"Aquellos que estamos alejados del Estrecho si sentimos una cierta soledad y un cierto desamparo de nuestra tierra"
Y lo que está detrás de cada palabra y cada párrafo es la búsqueda de las raíces, la búsqueda de nuestro origen en un tiempo determinado y un lugar geográfico concreto llamado Ceuta. Quizás los que habitualmente vivís en ella no sentís un cierto síndrome de extrañitud o de ausencia que nos alberga a los que vivimos en «la diáspora»(4); sin embargo, aquellos que estamos alejados del Estrecho si sentimos una cierta soledad y un cierto desamparo de nuestra tierra. Ser natural de Ceuta es algo que marca carácter de una manera extraordinaria.
No lo digo en un sentido chovinista, o localista de sentirnos mejores que los demás; sino que nacer en Ceuta nos hace sentirnos de una manera diferente. Ceuta es África, pero también nos sentimos europeos; y somos hijos de una cultura cristiana, pero con nosotros conviven también otras culturas que nos hace tener una impronta diferente en la convivencia de cada día.
Y, hemos de decir: que nuestra mirada comienza en la piedra gris y cárdena de la Mujer Muerta y termina en los abruptos acantilados del Hacho y el faro de Punta Almina; lo demás es mar, es mar azul que nos rodea hasta el infinito. Y al hilo de estos párrafos, díganme, atentos lectores: si con estos mimbres se puede construir un cesto diferente a como son nuestras almas…
"Esta generación de la diáspora son la que están sacando a la luz nuestra antigua memoria y nuestro acervo cultural”
Los que hemos nacido en Ceuta, llevamos en nuestro interior, en nuestro corazón, una cierta tristeza, una cierta nostalgia de sentirnos marineros en aguas del Estrecho, navegando entre el Atlántico y el Mediterráneo. No; no es una licencia poética, ni un bello verso de un poema culto o anónimo, «es lo más necesario, lo que no tiene nombre…», como diría Gabriel Celaya: es nuestra impronta. Sí; nuestra impronta es sentirnos marineros a medio camino entre el mar y el cielo transido de azul, o de nubes grises y blancas de aguacielo(5) -como decimos en Ceuta-, en los vendavales y en los temporales de levante.
Nuestra impronta es eso: sentir la nostalgia como una herida en el costado; sentir las nubes, con el viento del vendaval, correr por trozos de cielo añil, desde los montes del Atlas, la Mujer Muerta, hasta perderse por el Hacho y luego el mar inabarcable…
"Nuestra importa: una cierta soledad, que aún se alarga, habitando en nuestras casas y calles"
Esa es nuestra impronta: una cierta soledad, que aun se alarga, habitando en nuestras casas y en nuestras calles. Y, que os podría yo contar, si esa soledad se siente habitando otras casas y otras calles lejos de aquí; que os podría yo contar, de esa cierta soledad, que vosotros al igual que yo, alguna vez habéis sentido muy cerca del lado izquierdo, del lado del corazón…
Miren, todos los pueblos, por muy pequeños que sean, pertenecen a un lugar, a una comarca, a una provincia; y se sienten bien con esta pertenencia, con esta ligazón a un lugar determinado. Escojan cualquier pueblo de España, y verán que por muy remoto y escondido que se encuentre, siempre pertenecerá a una comunidad.
Si ustedes pasan su mirada sobre Ceuta, se darán cuenta que no existe una comunidad o entorno territorial que nos proteja y nos dé una seguridad en un sentido colectivo.
Ceuta es como aquellas ciudades de la antigua Grecia, una ciudad estado. Una ciudad que se consume al límite de sus 19.000 K2 y al pie mismo de una mirada desde el Hacho o desde el mirador de Isabel II(5). Ceuta, lejana y sola, como cantara a Córdoba, García Lorca. Ceuta, como un barco, sola en medio del mar y sin embargo unida a tierra por el Atlas, por la silueta pétrea y gris de la Mujer Muerta.
"La soledad cada uno la lleva a su manera"
Y esta soledad, cada uno la lleva a su manera, unos la sienten más y otros menos, pero, en definitiva, bien es verdad, que todos la hemos sentido en algún instante de nuestras vidas… Pero esa soledad también es nuestra fuerza, también es lo que nos distingue y nos da una impronta capaz de soportar cualquier temporal de levante que azote las costas de nuestros sentimientos y de nuestra propia identidad.
Si; nosotros somos un pueblo, bien sabemos que pequeño, pero un pueblo al fin y al cabo, un pueblo con su propia historia, con su cultura, con sus gentes y costumbres diferentes, y localizado en un lugar singular bajo las estrellas y junto al mar del Estrecho.
Nosotros no podemos negar que seamos un pueblo, y que nuestro destino sea perpetuarnos en el tiempo, No; no podemos negarlo y hemos de trabajar para que nuestro pretérito no se borre por la modernidad, y quede grabado a fuego para que en el futuro las nuevas generaciones sepan de su historia y se sientan orgullosas de ella.
"Ceuta no sólo cuenta con los que tenéis la fortuna de vivir aquí"
Y he de deciros que Ceuta no sólo cuenta con los que tenéis la fortuna de vivir aquí, pues también cuenta o debe de contar con los que nos situamos en la diáspora, y llevamos el nombre de nuestro gentilicio a todos los foros, ámbitos y lugares en donde trabajamos y habitamos, llámese: Cádiz, Sevilla, Madrid, Valencia, Barcelona, Paris, Londres, Caracas, San Francisco, Tokio, Singapur, Shanghái o Melbourne, etc.
Y ésta referencia última fuera, quizás, lo que yo quisiera reivindicar aquí esta mañana en las páginas del FARO: una voz entre los ecos desatentos, unos sentimientos y un acto de pertenencia a un tiempo y a un lugar, más bien unos recuerdos primigenios para los ceutíes que habitan otras latitudes, pero que todos los días, se encuentren donde se encuentren, tienen un pensamiento para su pequeña patria; y, a veces tanto, que ya no les basta con sólo pensar, sino que escriben y realizan una labor de investigación histórica y producción literaria sobre los acaecimiento pasados y presentes de Ceuta.
Y, en atención a estos ceutíes de la diáspora, que de manera desinteresada emplean su preciado tiempo y dedicación en estas labores, son a los que van referidos estos párrafos, pues en definitiva, esta generación de la diáspora son la que están sacando a la luz nuestra antigua memoria y nuestro más genuino acervo cultural desde la distancia y las horas de ayer...
(1) Síndrome de extrañitud o de ausencia: Tristeza o nostalgia de pérdida de identidad y pertenencia a un lugar y a un tiempo determinado.
(2) Arda: Los cardúmenes de peces en sus desplazamientos producen unas fosforescencias que da la sensación que la mar arde, de ahí el nombre de “arda” para describirla. «De noche se ve el “pescao”, con el agua hace un “arda” como si fuera fosforescente; eso hace el ”pescao” de noche cuando hay arda, cuando el agua tiene fuego, tiene ardentía, que llamamos nosotros». Descripción literal de un pescador.
(3) Ceuta, mi niñez perdida...: Libro editado por el Archivo Histórico de Ceuta, donde el autor relata su niñez y adolescencia transcurrida en nuestras calles.
(4) Diáspora de Ceuta: El conjunto de paisanos ceutís que aun viviendo en otras poblaciones durante un largo tiempo, recuerdan con nostalgia la ciudad donde nacieron.
(5) Aguacielo: Nubes blanquecinas y grisáceas que corren por el celaje en tiempo de vendaval y levante que anuncian el agua de lluvia entre trozos de cielo añil y sol.
Yo fui un caballa mas de un barrio ya desaparecido llamado el charra frente a la mezquita que todavía existe por debajo del morro, siempre siento esa nostalgia de mi adolescencia, de mis amigos de las puertas del campo, los partidos en el llano las damas, o en el morro frente a las carmelitas, o el 54, o el Alfonso Morube tantos y tantos recuerdos que nunca podre olvidar