Lo de Pablo López con el público caballa es un caso aparte. Hoy ha ofrecudi su segundo concierto en la ciudad y, como era de esperar, consiguió meterse al público en el bolsillo nada más sentarse en el piano. El mérito, más allá de la capacidad del malagueño para ofrecer unas dos horas de concierto que fue de menos a más, pasa por la heterogénea composición del público que lo disfrutó.
Cierto es que los precios del evento no fueron nada privativos, (20 euros las entradas más caras) y que obligaron, incluso, a aumentar en unas 400 plazas el aforo que vivieron el mismo destino que los dos millares previos, agotarse en tiempo récord.
Así por el entorno de las Murallas Reales pasaron desde las obvias adolescentes que esperaban horas antes del concierto , hasta parejas de mediana y avanzada edad que revivieron el espectáculo como un regreso a su juventud.
Tras un escaso retraso de diez minutos el malagueño hizo su entrada triunfal sobre el escenario. Instante en el que se desató la locura entre el público, gritos y aplausos que denotaban la cariñosa y calurosa acogida con la que el público caballa se reencontraba dos años más tarde con el artista.
Las emociones iban in crescendo al igual que el nivel del espectáculo, así a más de uno se le pusieron los vellos de punta con la mezcla de sentimiento y rabia que le infunde López a sus canciones y que le llevó a establecer una conexión especial y única con su público
El mar de aplausos se fue opacando al mismo nivel que lo hizo la luz. Así en la oscuridad del escenario los focos se posaron sobre un López, aparentemente tranquilo que apenas duró unos segundos hasta que se desató en cuerpo y alma, a la vez que lo hacía una asistencia que no perdía la oportunidad de inmortalizar el momento a través de sus dispositivos móviles.
Y enganchado a su inseparable compañero de trabajo, sin el cual es ya imposible concebirlo, el cuál golpeó con el puño, lo pateó e incluso lo utilizó como instrumento de rock, las más de dos mil almas que disfrutaron de la velada fueron testigos de un amplio repertorio.
‘El camino’ abrió la veda para dar paso a una tarareada ‘Vi’, tras ella el malagueño se dirigió a su público con una frase que repetiría minutos más tarde: “Si estáis aquí es porque sois libres, ser libres hoy, ser libres siempre y cada día de vuestra puñetera vida”.
La fiesta sobre el escenario y fuera de él se iba perfilando en mayúsculas. ‘El Patio’ marcó el punto y parte, para conseguir que el público se terminase saliendo del guion con los demandados clásicos que le catapultaron hasta la cima.
Con cada uno de ellos reafirmó su espíritu baladero, pero que se sale de la norma con explosivos contrastes entre momentos intimistas y, otros, de más descaro, muy aplaudidos por sus incondicionales.
Después, la gente en pie aplaudía cada tema, bailando y saltando. Ovación tras ovación, entre luces ámbar y amarillas sobre un escenario de tonos azules, tras él y su banda se proyectaban siluetas con figuras tales como un tirachinas, grafías japonesas, alas alegóricas de la libertad... Y hubo varias dedicatorias, entre ellas, no falto la de Ceuta, su gente y el envidiable entorno en el que sucedió la velada.
“Bendito material, podrían hacer todos los Auditorios así, me siento como en el salón de mi casa”. Y, así, entre confesiones, referencias al futuro incierto, la palpable deshumanización contemporánea y en un ambiente introspectivo fue desgranando un disco político. Minimalista, cercano, contundente y preciso, López encendió en emociones a unas Murallas llenas a rebosar y entregadas a su ídolo.