He escrito varias veces sobre don Manuel Alonso Alcalde, poeta, dramaturgo, escritor, jurista de reconocido prestigio (general del Cuerpo Jurídico), persona muy humana y familiar. Falleció en 1989, amigo íntegro y generoso de Ceuta, cuyo mismo nombre suyo lleva el Aula Cultural castrense de la ciudad, en la que tuve el honor de impartir cuatro conferencias. Recogió en su obra su mar, su cielo, sus preciosas vistas y bellas panorámicas, montañas que la rodean, su luz, sus lindos paisajes, su naturaleza y de todo cuanto sobre ella expuso en su dilatada obra. El enorme cariño que por Ceuta sentía es lo que quiero resaltar aquí, porque debe ser conocido por los jóvenes ceutíes.
Practicó todos los géneros literarios. Por sólo citar algunas de sus muchas obras, dentro del campo de la poesía: Los mineros celestiales, Presencia de las cosas, Ceuta del mar, Hoguera Viva, Encuentro, Antología íntima. En relatos breves, publicó: Esos que pasan y la muerte, Se necesita un doble, El hecho de vivir, Cuentos y más cuentos. En novela y Sésamo, Unos de por ahí. En teatro: El agua en las manos, Golpe de Estado en el año 2000, El país sin risa y cuatro piezas más, Historia de romanos. No llegó la paz, La orilla gris de Rubicón, Esclavos para los patricios, El Rubicón ya no lleva truchas, etcétera.
De su obra literaria se dijo a su muerte por la crítica literaria, que detrás de ella se encuentra el poeta pleno de vivencias y dueño de sí mismo, apasionado y sentimental. Siempre llevaba por delante su mano tendida y el gesto generoso, la sonrisa pronta, el gesto afable y cordial, el talante bien humorado y distendido. Creía que el mundo debería estar bastante mejor; pero que así son las cosas y así hay que gozarlas, vivirlas y sufrirlas. El poeta creía, desde su sencillez, que Dios es amor que está en la vida, en la naturaleza, en todo, o casi todo, que merece ser cantado y vivido sin hermetismos, con la misma claridad que él concibe, incluso con pocos símbolos.
Esas son las coordenadas que enmarca su poesía, si es que la poesía puede enmarcarse. Ante el amor, la tristeza y la esperanza, resultado de sus vivencias, pone hondura y pasión; para expresarlas, sólo sencillez y delicadeza. En Ceuta encontró la culminación de sus más íntimas satisfacciones. Fuimos muchos los que allí la encontramos. Uno de sus versos a ella dedicados, comenzaba a así: “Tú sí, ciudad inolvidable, imagen de mis sueños, certeza de unos años luminosos, Ceuta amiga”.
Cuando en 1941 publicó su primer cuaderno de poesía “Los mineros celestiales”, de él escribió Francisco de Cossío en el periódico El Norte de Castilla: “La juzgo suficiente para poder afirmar que Valladolid, tan pródigo en poetas, tiene hoy uno nuevo joven en el que aparecen valores singulares. Fantasía, sensibilidad, fuerza expresiva, tono original...”. Alonso Alcalde fue definido en la prensa de Madrid, con todo cariño y sin egoísmo, como: “Un poeta pequeño de estatura, pero grande de corazón y alto de espíritu”.
Desde Ceuta escribe y versifica constantemente, relacionándose a la vez con los círculos literarios de Valladolid, Madrid, León y otras ciudades. Decía que en ella habían vivido los años más felices de su vida, “vividos en perpetuo estado de felicidad, devorando el pan de la alegría, ya que Ceuta constituyó una isla de luz y de alegría permanente”.
En teatro obtuvo los siguientes premios: Ateneo de Madrid, Windsor de Barcelona Carlos Lemos, Ciudad de Barcelona, Ciudad de Montevideo, Lope de Vega, José María Pemán, Ciudad de Palma de Mallorca, Ámbito Literario, Amigos del Real Coliseo de Carlos III. En poesía, los premios Marruecos y Ceuta, en dos ocasiones, Ciudad Condal y Hucha de Oro. Algunas de sus obras fueron traducidas al catalán, francés, inglés y ruso. Era Medalla de plata de Ceuta.
Cuando falleció, por citar sólo lo que de él alguno de los numerosísimos panegíricos que se publicaron, otro grande de Ceuta, D. Alberto Baeza Herrazti, dijo: “Manolo era un hombre bueno, fundamentalmente, un hombre bueno, un hombre sencillo y afectuoso, a quien no deslumbraban los elogios, los galardones y los oropeles. No le corroían ni la envidia ni la ambición. Huía a la vez de altas cimas y de las lívidas oquedades donde la vida se torna combate y fruto amargo. La poesía era su refugio, su pleamar espiritual, la culminación de sus más íntimas satisfacciones. Su sonrisa era pronta, el gesto afable y cordial, el talante bien humorado y distendido”.
El también rimó a para la Ciudad: “Y como Ceuta me tendió la mano y aquí inicié mi nueva historia, aquel extraño vecino de Castilla quedó transmutado en hombre de Ceuta y barro de su arcilla”. Entró en rápida y buena sintonía con la nueva ciudad que le acogió, con esa característica hospitalidad y generosidad con que suele acoger a todo el que llega a ella. Aunque era castellano, esta noble y gentil ciudad pronto lo tendría como por su hijo adoptivo, y también él se sintió enseguida encantado y muy gratamente reconocido por ello.
Alguna vez confesó a la prensa: “Ceuta es mi segunda-primera patria”; su otra patria chica tan querida, porque a su muerte también fue llamado el “vallisoletano-ceutí”. Y, por su parte, Ceuta dio al poeta su tierra para que en ella nacieran sus hijos, de cuyo origen ceutí tan orgulloso él se sentía. El mismo poeta hizo balance de su estancia en la Ciudad, diciendo: “Ceuta..., la ciudad donde pasamos los veinte años más felices de nuestra vida..., veinte años que vivimos en perpetuo estado de felicidad..., un período que recordamos con nostalgia y agradecimiento... En ella fuimos felices y, si no comimos perdices, sí devoramos, a pieza diaria, el pan de la alegría, ya que Ceuta para nosotros constituyó una isla de luz y de alegría permanente…
Hijos, multiplicados hoy en doce nietos, y allí gran parte de mi producción literaria y muchos de los galardones que figuran en mi palmarés de escritor, entre ellos el Lope de Vega, los obtuve con obras escritas en Ceuta, cuya luminosidad fue para mí el equivalente al numen de los poetas de otrora... Fueron veinte años de escuchar cada mañana mi corazón en el oleaje y confundir sus pulsos con los míos”.
Tuve la suerte de ser compañero y amigo de su hijo, Manuel Alonso Jalón, que estando él destinado en Granada y yo en Málaga, a veces nos citábamos a mitad de camino para compartir amistad y conocer detalles de su padre, porque el hijo lo adoraba. Y me contaba emocionado la fuerza intensa con la que su padre quería a Ceuta y el amor tan profundo con que la amaba, hasta el punto de que cuando marchó desde aquí destinado a Madrid sintió por ella una fuerte nostalgia y hasta cayó algo deprimido. Y es que, Ceuta le impresionó desde el primer instante en todos los sentidos.
Los veinte años pasados en esta ciudad serían fecundos en lo literario, gozosos y muy felices en lo familiar y enriquecedores de experiencias y conocimientos humanos.
Como también me con los ojos humedecidos la ternura y el amor paternal con los que a él le distinguió. Lo llevaba mucho a pescar. Cogía con él los mejillones en las lapas de las rocas, los rociaba con un poco de limón y así se los comía crudos; y le contaba lo importante que eran en la vida la literatura, el teatro y la poesía. Una de sus principales preocupaciones que sentía era la de agradar, hacer sonreír y poner contentos a los niños; por eso escribió tantos cuentos infantiles. Uno de ellos lo tituló: “Cuentos y más cuentos”.
Se escribió de él que tuvo tres amores que estaban por encima de todo: Su esposa Maruchi Jalón Pizarro, la poesía y Ceuta; pero creo que, recopilando retazos de su vida y de su obra, tenía otro amor apasionado y superior a los demás: el amor paternal que se ve que sentía hacia sus hijos.
Eso, además de confirmármelo mi amigo Manolo desde Granada, no hay más que verlo cuando en una ocasión escribió desde Madrid sobre él lo siguiente, referente a Ceuta: “No me aguardes, hijo mío, por aquellos lugares, las Balsas, el Sarchal, San Amaro o el Puerto, pues ya no he de volver a pasear contigo asido a tu manita, ni volveré a llamarte allí en voz alta: ¡Ven acá, Manolo!”.
También se palpa en una de sus últimas obras dedicadas a Ceuta: “Teoría de la nostalgia”, donde el autor dialoga entrañablemente con su hijo en el Parque de San Amaro. O quizá fuera porque así de entrañable y tierno fuera con todos y cada uno sus tres hijos.
Entre las muchas poemas cantados a Ceuta, yo destacaría: “Cifra”, “Isla” y “Septa”. Además, que desde Ceuta escribe y versifica constantemente, relacionándose a la vez con los círculos literarios de Valladolid, Madrid, León y otras ciudades. Por sólo citar dos más de sus numerosos versos dedicados a Ceuta, uno que presenta su melancolía tras su marcha de ella a Madrid: “Yo era antaño un vecino de Castilla/ que llegó a Ceuta un día ya lejano/ Ceuta me tendió su mano/ puso un beso de paz en mis mejillas/ sembró, como se siembra una semilla/ mi corazón en su aire grano a grano/ y acabó siendo, sin que castellano/ lumbre de Ceuta y barro de su arcilla”. Y, “Tú sí, ciudad inolvidable/ imagen de mis sueños/ certeza de unos años luminosos/ Ceuta amiga”.
No dejó nunca de recitar a su Ceuta querida. Lo mismo componía versos de sus calles, que de sus palmeras, de sus preciosas vistas placenteras, de sus bellas panorámicas y de los mares que la bañan y de las olas que la acarician. Don Manuel igual hacía odas de la intensa luz de Ceuta, de sus cielos azules y altos, que del Monte Hacho o la Marina, que de las gaviotas de la Puntilla, que de sus plácidos albas y de sus lánguidos atardeceres. Su fina agudeza para describir en sus versos las imágenes, los paisajes y las perspectivas de Ceuta o de cualquier cosa alegre, eran connatural con él mismo.
Fue todo un poeta en cuerpo y alma, soñador, persona muy humana y familiar. Solía ir a los entierros de los marineros ahogados en el mar, porque con muchos de ellos mantuvo tan buena amistad como con los distintos sectores de la sociedad ceutí. Y llegaba hasta a llorar por ellos velando los féretros. Una de sus obras la tituló “Los marineros celestiales”.
Era un amigo íntegro y generoso para con todos sus amigos; enamorado del mar, del campo, de la naturaleza, de las montañas, de los árboles, de la luz, de los paisajes y de todo cuanto de hermoso puso Dios en el universo. Amó intensamente a Ceuta, hasta quedársele su alma prendida en ella..
Fue definido como un poeta culto, excelente y místico, al mismo tiempo que un poeta de los campos de Castilla, incansable de rimar versos inmortales, como el titulado “Fluir”, que comienza así: “Estoy cansado hasta lo inexpresable/ de esta lenta, lentísima agonía/ de mi lento brotar de cada día/ de mi largo fluir interminable...”.
Manuel Albar comparó sus poemas en la revista “Blanco y Negro” con los de Dámaso Alonso, desbordaban su amor por una humanidad doliente, por la Ceuta que tanto le impresionó desde el primer instante que llegó a ella; la describió con aromas de pinares del Hacho, con la leve vibración del vuelo de las gaviotas, y con el efecto cálido y humano de su gente amable, sencilla y acogedora. Y a Ceuta le quedó de él en sus versos la huella y el obsequio del gran caudal de bellezas que supo crear para ella.
A su muerte fue generalmente reconocido, por la práctica totalidad de la prensa nacional, como un hombre bueno, de profundos principios morales y éticos. Siempre con gesto afable y cordial, de aspecto sencillo y bonachón.
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