Colaboraciones

Ceuta en los libros X | Así comenzó la Guerra Civil

Este libro, amplio y laborioso, está dedicado al golpe de estado que se produjo en España a mediados de julio de 1936, dando comienzo a la Guerra Civil. La conspiración militar quería realizar una rápida campaña de represión como la de Asturias en 1934, pero su organización fue torpe y desordenada, provocando un “golpe frustrado”. No estaban previstos ni el lugar, ni el día ni la hora de la sublevación y en sus planes contra el gobierno del Frente Popular le concedían el papel principal a las unidades militares peninsulares, pero ante las dificultades encontradas entre la guarnición de Madrid y las de otras capitales de provincia para sumarse a la sublevación, el general Mola alteró sus planes y le dio el protagonismo a las fuerzas profesionales de Marruecos. Además, los acontecimientos se precipitaron y el 17 de julio, en Melilla, ante el riesgo de una delación que lo abortara, un puñado de jefes y oficiales se adelantaron en varios días a la ejecución del golpe. El Gobierno republicano estuvo informado de los sucesos antes de que lo supieran el general Mola en Pamplona, el general Franco en Canarias o el teniente coronel Yagüe en Ceuta. El presidente del Gobierno, Casares Quiroga, movilizó a la flota para bloquear el estrecho de Gibraltar y el mar de Alborán, y ordenó a la aviación el bombardeo de las plazas sublevadas. En Melilla, Ceuta y Marruecos los rebeldes se hicieron con el poder en la noche del 17 al 18 y arrestaron al general jefe de las Fuerzas Militares de Marruecos y a todos los militares que intentaron oponerse, “pero durante más de 36 horas carecieron de mando”. Esas horas fueron ganadas por el Gobierno para neutralizar el alzamiento de numerosas guarniciones y sobre todo para impedir que las fuerzas de Marruecos llegaran en masa a la Península. El compás de espera que se abrió el 18 de julio hizo posible la reacción gubernativa y permitió que los militares leales al servicio de la República pudiesen desbaratar en gran parte la conjura. Este es el punto de vista que mantiene el autor, un enfoque compartido con otros testimonios, entre ellos el del general Cabanellas, y con el defendido por el general Jesús Salas Larrazábal, uno de los principales estudiosos de la Guerra Civil. Conocer la realidad de lo que sucedió en esas primeras horas es el objetivo esencial del libro, que se centra prioritariamente en el seguimiento e investigación exhaustiva de lo que hicieron durante esos días los oficiales de alto rango: los sublevados Francisco Franco, Emilio Mola, Miguel Cabanellas, Gonzalo Queipo de Llano, Manuel Goded, Juan Yagüe, y los leales Domingo Batet y Manuel Romerales, así como también del amplio número de oficiales más jóvenes que conspiraron contra la República. “El balance último de esas 72 horas críticas, entre el 17 y el 20 de julio, fue de empate: ni ganó el golpe, ni ganó el Gobierno. Tampoco perdió ningún bando. Se puso así en marcha una Guerra Civil que determinaría el porvenir inmediato de 25 millones de españoles y que más tarde condicionaría, durante largo tiempo, la historia de España”, afirma el autor, que le da a la naturaleza contingente de los acontecimientos una especial importancia. Miguel Platón es un conocido periodista, director de Información de la Agencia EFE, consejero de Radiotelevisión Madrid y director de Multimedia. Autor de una docena de libros de historia contemporánea, entre ellos: “Alfonso XIII, de Primo de Rivera a Franco” (1998), “Hablan los militares” (2001), “Segunda República y Guerra Civil en Melilla” (2013) y “Segunda República: de la esperanza al fracaso” (2017). Nacido en Melilla, amplio conocedor del territorio que pisa, nos ofrece un libro trepidante y ameno sobre las muchas vicisitudes que se produjeron en esos primeros días de la Guerra Civil. El plan de los golpistas, elaborado por Mola, consistía en establecer una dictadura militar republicana, semejante a la que Primo de Rivera instauró, con la que compartía igual indefinición de su desenlace institucional. Sin embargo, la realidad española de 1936 apenas si tenía que ver con la 1923, ni con la de 1932, cuando el intento de golpe organizado por el general Sanjurjo; en 1936 el contexto de “desorden” y polarización política era mucho mayor. De forma que el resultado de la conspiración se vería condicionado por la realidad de los hechos y con la argamasa que unía al conjunto de los conspiradores, que era el derribar por la fuerza al gobierno del Frente Popular.

El enfoque del autor es describir día a día, con gran detalle, la actuación de los militares en relación con su posición frente a la sublevación. Lo hace en general con toda la península, pero muy especialmente se extiende en los acontecimientos de Ceuta, Melilla y el Protectorado

El libro muestra como “nunca llegaría a existir, ni siquiera por parte del general Mola, un control pleno de la conspiración. Los cambios de planes exigían un esfuerzo que en su anterior versión no requerían: en la nueva versión necesitaban la colaboración de la Armada para trasladar las fuerzas desde Marruecos a la Península, y apenas disponían de tres semanas para organizarlo todo. La principal baza era la adhesión de las Fuerzas Militares de Marruecos, “lo que suponía el dominio territorial de Ceuta, Melilla y el Protectorado”. Pero a esas alturas de la conspiración, Franco no terminaba de comprometerse y los contactos con la Marina eran escasos. “La realidad era que no había ni mando (Franco), ni barcos”. Lo que suponía la precariedad de las expectativas de éxito, las cuales se basaban en la rápida llegada de las fuerzas africanas a la capital. Los conspiradores preveían un escalonamiento de la rebelión, organizando la sublevación a lo largo de tres días, entre el 17 y el 19 de julio, algo contradictorio con las más elementales reglas del secreto militar. Su organización contravenía de esta forma la simultaneidad y la concentración de esfuerzos para asegurar la sorpresa inicial. Platón afirma que lo más probable es que los mandos comprometidos debían actuar una vez que comenzara la sublevación en el norte de África. Todos debían estar pendientes de los acontecimientos de Ceuta, ya que el punto de partida habría de marcarlo la llegada de Franco a esta ciudad. Pero la sublevación se produjo ajena a este planteamiento, adelantándose varios días la ejecución del golpe, y siendo determinada por circunstancias muchas veces imprevistas. El adelanto de la sublevación en Melilla, su comienzo inesperado durante la tarde del 17 de julio, trastornó los planes, hasta el punto de paralizarlos. Mola no se sublevó hasta la mañana del 19, sin conocer los planes de Franco, que organizó en la mañana del 18 la rebelión en Canarias y emprendió un vuelo a mediodía, que aterrizó en Agadir hacia las seis de la tarde e hizo luego escala en Casablanca, de donde partió a las cinco de la siguiente madrugada, y no llegó a Tetuán hasta las siete de la mañana del día 19. El retraso había sido de treinta y ocho horas. Los acontecimientos melillenses fueron una de las claves del fracaso del golpe de estado y Franco estuvo especialmente irritado por ello, aunque parece que nunca creyó que el golpe obtendría un rápido triunfo. En esos días le comentó a Bolín que “la guerra duraría más de lo que muchos pensaban”. En Tetuán, “la primera noticia que le dieron fue la defección de la Escuadra y la carencia de aviación de transporte”. Los rebeldes no podían proyectar en la península su activo más importante, como eran las unidades norteafricanas, aunque el día 18 el destructor Churruca y la motonave Ciudad de Algeciras habían comenzado a transportar fuerzas de Regulares hasta Cádiz. Tras conocer un panorama general de la situación, Franco envió un mensaje radiado al Ejército, la Marina y las fuerzas de Guardia Civil y de Asalto. A las diez de la mañana del mismo 19 de julio, partió con su séquito de Tetuán en dirección a Ceuta. Era domingo y se dirigieron a oír misa al santuario de la Virgen de África y, tras la misa, él y Yagüe hablaron a la parte de la población caballa no perseguida desde los balcones de la Comandancia General. A continuación fueron a comer en el Vicentino y después volvió a Tetuán. Al día siguiente, por la noche, regresó a Ceuta, con el propósito de organizar el convoy naval que forzase el paso del Estrecho. En la madrugada del martes 21 cruzaron dos faluchos, con apenas unos 150 legionarios. Ante la imposibilidad de cruzar el Estrecho por mar, acudieron al transporte aéreo, que de forma improvisada “se convirtió en el primer puente aéreo de la historia militar”. Por su parte, el gobierno, que estaba al corriente del descontento de importantes mandos militares, pensaba que se podría sofocar fácilmente la rebelión militar, pero se mostraba renuente a reprimir a los conspiradores, porque temía que las revueltas estarían protagonizadas por los anarquistas y otros revolucionarios, para atajar a los cuales podrían requerirse los servicios del ejército. Las actuaciones del gobierno no impidieron que la rebelión se extendiese desde el norte de África hasta la península, pero consiguieron que no lograra hacerse con las grandes ciudades. A lo largo del lunes 20 de julio de 1936, “el plan del movimiento militar resultó bloqueado y tanto gubernamentales como rebeldes fueron conscientes de que habían empezado a librar una guerra civil”. El enfoque del autor es describir día a día, con gran detalle, la actuación de los militares en relación con su posición frente a la sublevación. Lo hace en general con toda la península, pero muy especialmente se extiende en los acontecimientos de Ceuta, Melilla y el Protectorado, con más profundidad en el caso de Melilla, al que ya había dedicado un libro anteriormente, que en el de Ceuta. Platón destaca que la inmensa mayoría de los españoles no estaban alineados con ninguno de los dos bandos. La muerte violenta de Calvo Sotelo y el entorpecimiento de su investigación por el gobierno republicano contribuyó a profundizar la rebelión y, a su vez, a desatar la propia revolución. Platón destaca que “fue solo una minoría inferior al 10% del colectivo teórico, y casi todos militantes de partidos y sindicatos, la que se alistó de forma voluntaria para combatir en ambos bandos”. La mayoría de la juventud fue alistada de manera forzosa. Un porcentaje de población consideró la guerra inevitable y en su seno existía un colectivo de psicópatas para quienes el exterminio de los adversarios era una causa noble. “Para la inmensa mayoría, por el contrario, fue una experiencia espantosa”. El golpe propició la quiebra del Estado de Derecho republicano. El gobierno se desintegró y las fuerzas del orden perdieron la disciplina. La cadena de mando se había roto en aquellos primeros días. Del orden jurídico-político republicano no quedó prácticamente nada. Las barbaridades de la guerra lo arrasaron todo. El libro no maneja técnicas comparativas o características de las ciencias sociales que expliquen el golpe en un contexto más amplio, pero en su relato detallado va mostrando las particularidades del conflicto que aquejaban a la sociedad española. Corrobora con ello lo que desde una perspectiva histórica sabemos: La experiencia de la Segunda República fue un intento de modernizar España, pero no contó con el apoyo mayoritario de su población. Contaba solo con las aspiraciones políticas de la burguesía más progresista y del movimiento obrero más reformista, y no bastó este apoyo para sostenerla. Una parte amplia de la sociedad, apoyada por la Iglesia Católica, no estaba con ella, y la otra parte políticamente antagónica -el movimiento anarquista, los socialistas de izquierda y el inicial movimiento comunista-, tampoco fueron leales a la democracia social y liberal que establecía la Constitución de 1931. La izquierda revolucionaria intentó derribarla en octubre de 1934 y la derecha antidemocrática hizo lo mismo, primero en agosto de 1932 y luego, con fatales consecuencias, en julio de 1936.

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