Cuenta mi amigo Andrés que, cuando se instaló en Ceuta una de las importantes empresas nacionales de construcción, se llegaron a producir en la forma de trabajar tantas fricciones entre quienes procedían de la Península y sus homólogos locales, que el volumen cotidiano de reclamaciones, quejas, disparidades e incongruencias, condujeron al capataz de las obras a colocar en la puerta de su oficina un cartel en el que se decía escuetamente: “Esto es Ceuta”. Quería dar a entender a los peninsulares con esta somera explicación que nada de lo que era normal en la práctica laboral del país tenía en esta tierra aplicación, siendo inútil reclamar coherencia y organización donde la singularidad se expresaba de forma chapucera e inexplicable, lejos de las reglas racionales de una labor profesional. La frase era un juicio inapelable, que aludía a que no existía ninguna otra explicación, y que era inútil exigir lo imposible, como muchos años antes lo había sido la expresión de “la ley y el derecho no pasan el Estrecho”. Nada más se podía hacer. Que nadie pidiese aquí lo que era normal en el resto de España, por no decir de lo que tratábamos de emular con el resto de nuestros compatriotas europeos, porque aquí era imposible exigir la medida lógica de las cosas. No obstante, lo más preocupante de la anécdota es que mi amigo la cuenta sin sarcasmo, sino más bien con un deje de compasión, como si esa opción fuera un maleficio que incluyese la renuncia a toda iniciativa de superación.
Viene al caso esta anécdota al repensar en el artículo de José María Campos, publicado en el Anuario 2016 de El Faro de Ceuta, del pasado viernes 30 de diciembre, titulado “La teoría de la mano negra”. Acostumbrado a seguir sus diagnósticos sobre los problemas de la ciudad, sus constantes llamadas de atención sobre las torpezas locales, descubro en esta advertencia una nota más alarmante, un acento que expresa en esta ocasión gran desesperanza y pesimismo sobre el destino de nuestra comunidad. Más allá de los títulos y el contenido de sus libros – Ceuta, ciudad sin rumbo; Ceuta: problemas y soluciones; Ceuta en su laberinto; o Predicando en el desierto-, este artículo destila una valoración muy negativa de nuestro presente. En estos momentos –llega a decir- no aconsejaría (a mis clientes y amigos) que invirtieran en Ceuta o que aconsejaran a sus hijos que regresaran a la ciudad tras sus estudios, esperaría un cambio de rumbo que, la verdad, no tiene visos de producirse a corto o medio plazo. Y tras mencionar cómo los asuntos estratégicos más importantes están abandonados a su suerte y sin que nadie tome medidas al respecto, ironiza con la existencia de una improbable mano negra que impide el desarrollo de Ceuta.
Lo cierto es que, en estos momentos, ya no predica aislado en el desierto, sino que son muchos los ceutíes que muestran abiertamente su preocupación ante los síntomas que se están haciendo evidentes y observando los temas importantes que se desploman, sin que se aborde un diagnóstico y se pongan en marcha planes para ponerles solución. Pero esto es Ceuta, señores, y en lugar de afrontar los problemas y adoptar medidas al respecto, programando racionalmente un rumbo para sortear los escollos, parece que resulta más rentable esconder la cabeza y taparse los ojos mientras la realidad se nos viene encima.
A la vista de la situación, creo que resulta estéril señalar a los culpables, porque cuando la acción política se degrada, sin duda, es responsabilidad de todos: gobierno, oposición y ciudadanos. Aunque no de igual manera, tienen todos en ello algo de responsabilidad. De manera que puede ser más positivo, dentro de los reducidos límites de un artículo de esta naturaleza, sondear el funcionamiento de nuestras instituciones e intentar buscar en ellas cómo podrían mejorar su rendimiento para agregar y defender de forma más eficaz los intereses generales de la Ciudad.
Lo primero que observamos al examinar detalladamente el reparto de competencias que inciden en los temas candentes de nuestra realidad, es que en pocas materias la acción política puede desarrollarse de manera independiente, sin afectar a otras instancias competentes. No es nada nuevo. En ningún sistema descentralizado es posible en nuestros días establecer una distribución de competencias cuyos efectos se produzcan en compartimentos estancos. Los sistemas son interdependientes en los efectos de sus acciones y, además, estas se producen casi de forma concatenada. Para subsanar esos efectos, o para producir que sus acciones sean más eficaces, es necesario que se desarrollen mecanismos de cooperación. En concreto, respecto de la singular determinación geográfica de Ceuta, la incidencia de estos efectos resulta amplificada. Pensemos en el transporte marítimo, por ejemplo. El ejercicio de las competencias estatales en esta materia es determinante para el desarrollo económico y para la igualdad de derechos de los ceutíes con el resto de los españoles. En la práctica no deberían ejercerse tales competencias de manera independiente, porque ello atentaría contra el principio de lealtad constitucional. Han de ser oídos y atendidos los intereses autonómicos. Y así sucede, también, en otras competencias de las que afectan a nuestros problemas principales.
Una cuestión fundamental que se deriva de ello, es que se requiere la colaboración entre nuestras instituciones para dar solución a los problemas. Pero no de forma retórica, discrecional o improvisada. Cuando hablamos de cooperación, estamos hablando de acuerdos y programaciones establecidos con garantías jurídicas. Pero las autoridades de la Ciudad han sido casi siempre reacias a planificar. Y eso es una de las cuestiones importantes que permiten que los problemas ni se aborden ni se resuelvan.
Ahí está como uno de los escasos ejemplos de planificación, el planeamiento urbanístico. Desde el año 2000, hace ya diecisiete años, el PGOU de 1992 tenía que haberse revisado. Los cambios socio-económicos experimentados desde entonces no han tenido respuestas y son muchos los problemas que se han acumulado. El resultado ha sido que sin un diagnóstico contrastado y compartido con los colectivos implicados, la decadencia de la ciudad se ha ido precipitando. Y eso que la estabilidad política propiciada por la mayoría absoluta de la que ha disfrutado desde 2003 y aún sigue disfrutando el partido en el gobierno, podía haber sido rentabilizada para llevar a cabo esa tarea con solvencia. Pero se ha preferido actuar con discrecionalidad, sin criterios regulados ni un planeamiento riguroso, y eso no solo ha originado suspicacias y desconfianza sino importantes perjuicios económicos. (Véase Carlos Pérez Marín https://myalbum.com/album/4WfFhZinlBNM )
Lo cierto es que los asuntos estratégicos en los que se ceban los principales problemas de la ciudad tendrían que haberse abordado a partir de procedimientos semejantes. Tendríamos que haber partido diagnosticando qué ciudad somos y qué ciudad queremos ser, sopesando lo que tenemos y con qué contamos para lograr los objetivos necesarios para llegar a ser lo que deberíamos ser. Ceuta necesita de mucho planeamiento, pero no solo a través de un conjunto de planes inconexos, sino a través de un Plan Estratégico que los agregase a todos ellos. Ese es el camino que debería haberse seguido.
Por otra parte, la gestión de la res publica en un ámbito territorial autonómico como el nuestro, se debería haber abordado poniendo el acento en el incremento de la participación y en la interacción de los actores implicados, sean públicos, privados o mixtos, con el fin de alcanzar una mayor responsabilidad y eficacia de las autoridades y de la acción política. Los ciudadanos están cansados del estéril y tú más que impregna la vida política. Aún está en carne viva la experiencia de los trescientos días sin gobierno en España. Se esperaba un cambio que diera paso a un tiempo político diferente, en el que resultaba necesario que primase el diálogo y fueran fructuosos los acuerdos, pero las expectativas no se cumplieron y se vieron a los partidos políticos, los viejos y los nuevos, sin asumir las reglas del nuevo juego multipartidista. Se puso en evidencia la falta de costumbres democráticas, arrinconadas durante los largos periodos de mayorías absolutas, donde primaba más la confrontación que la búsqueda de soluciones compartidas. Y ese ambiente es el mismo que en todos los lugares de este país existe, incluso aquí.
El objetivo es alcanzar una mayor integración social, mediante formas diversas de colaboración y coordinación entre los actores implicados en una acción de gobierno. El Libro Blanco sobre la Gobernanza Europea ya señalaba cómo abordar la función de gobierno de forma más eficaz e integradora. “El concepto de gobernanza designa las normas, procesos y comportamientos que influyen en el ejercicio de los poderes a nivel europeo, especialmente desde el punto de vista de la apertura, la participación, la responsabilidad, la eficacia y la coherencia” (DOCE, 2001: 287/5).
Si en los problemas que nos aquejan desde hace tiempo en los principales asuntos estratégicos, no existe un diagnóstico y un acuerdo para intentar solucionarlos entre los principales actores políticos de la ciudad, difícilmente nos van a hacer caso allí donde debemos convencer a los poderes estatales y europeos para que nos ayuden a resolverlos. En estas cuestiones, debería propugnarse un tipo especial de consideración, que podrían denominarse como cuestiones de la Ciudad, algo así como los temas de Estado, que a todos nos afectan y que todos debemos intentar resolver, valorando las coincidencias y desechando las discrepancias. Solo la lógica y el convencimiento deberían primar en esta tarea.
De modo que resulta prioritario realizar el esfuerzo en casa, antes de solicitar o reclamar la ayuda necesaria a quienes, más allá, tienen el poder y la capacidad suficiente para ayudarnos. Remar todos, o una gran mayoría, en la misma dirección. Remover las energías de la ciudad que yacen desaprovechadas. Conducirlas con honradez y coraje. Hay mucha doctrina acumulada en las bibliotecas sobre estas prácticas; hay mucha experiencia en el trabajo de grandes y pequeñas ciudades que han utilizado estos métodos y hoy son reconocidas por su éxito. Podríamos hacer de la necesidad, virtud, y entonces, sentirnos orgullosos de utilizar el lema ¡Esto es Ceuta!, en el sentido contrario, distinguiendo a la ciudad por todo lo opuesto a lo que ahora se le reconoce.
Pero soy consciente de que no cabe la ingenuidad en estas posiciones. Es inútil sembrar en terrenos yermos, porque no existen signos evidentes que justifiquen la esperanza. Aunque la realidad es tozuda y puede que la deriva de los problemas den origen a situaciones más difíciles de conducir. Sería entonces de urgente necesidad reflexionar sobre la propia existencia de la ciudad, sacarla de su aislamiento, preservarla de un entorno hostil y accidentado geográficamente. Mientras tanto, no está de más la iniciativa sugerida en el artículo mencionado, que da origen a estas reflexiones, y apelar a la responsabilidad de los ciudadanos para que manifiesten sus preocupaciones y, subsidiariamente, reclamen u organicen lo que no parece estar en la agenda de sus representantes políticos.
Ha sido una travesía, pero con final feliz. Ha ocurrido este sábado en la ruta…
El Ministerio de Transportes y Movilidad Sostenible ejecuta las obras de rehabilitación de la carretera N-352, la…
El ministro de Política Territorial y Memoria Democrática, Ángel Víctor Torres, ha citado este sábado…
Este sábado 23 de noviembre ha sido un día muy especial en Ceuta para dos…
El Centro Universitario UNED Ceuta dedicará a África la vigésima edición de las Jornadas de…
La Selección de Ceuta Sub-16 perdió su segundo compromiso del Campeonato de España de Comunidades Autonómicas…