Ha transcurrido apenas una semana de los acontecimientos sucedidos en nuestra ciudad y en este breve lapso de tiempo hemos fotografiado escenas que han dado la vuelta al mundo. De alguna manera, en algún lugar, en un momento determinado, nos trasformamos en una especie de “periodistas de guerra” atrapados en emboscadas, sumidos en la incertidumbre del presente, escribiendo en linotipias improvisadas los acontecimientos acaecidos en los últimos siete días
El gobierno de Marruecos, dirigido por unos de los líderes más siniestros que sufre la humanidad, decidió mandar a sus conciudadanos saltar la frontera y ocupar territorio español. Llegaron niños, adolescentes, seres humanos con sueños a cuestas. El Rey convirtió en un birlibirloque a sus súbditos en bombas, en minas, en cañones, en la más atroz de la artillería que suelen utilizar los genocidas para amilanar al enemigo.
Riadas humanas circularon por las calles ceutíes: mojados, asustados, eufóricos, engañados, usados, manipulados. Ahí estaban, sin saber que estaban, en una ciudad sin límites, añorada como Ítaca de Ulises.
Colegios, comercios, bares, casas.. convirtieron los lugares cotidianos en trincheras infinitas. Los medios de comunicación se hicieron eco de la noticia y Ceuta fue cabecera de todos los titulares de prensa, radio, televisión, redes sociales y del boca a boca que funciona en nuestro pueblo
El Presidente de la Ciudad lanzó un SOS al gobierno de la Nación intentando despertar de la extraña pasividad silenciosa que los envolvía a la hora de tomar decisiones.
Se desplegaron en un goteo constante las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, Organizaciones no Gubernamentales y una ciudadanía desbordada que ejercía la solidaridad a trompicones bajo la lluvia del desasosiego y la indecisión. En definitiva, eran personas portando sus pertenencias en una bolsa de la compra.
El Presidente del Gobierno acompañado del Ministro del Interior se personaron en la cudad no sin antes ser increpados por los exaltados de turno, por los pirómanos que acuden a los incendios con tanques de gasolina.
Las declaraciones de la embajadora marroquí dinamitaron las reglas más básicas de la diplomacia: ya advertimos que el asilo político del líder frente Polisario en territorio español traería consecuencias.
Activados todos los protocolos las fronteras se abrieron de nuevo para que miles personas volvieran a cruzar al otro lado de la realidad. Ahora había que organizar a los menores no acompañados bajo las condiciones de una mínima dignidad reconocida en la Declaración Universal de los Derechos humanos.
Con buen criterio la Delegación del Gobierno prohibió todo tipo de manifestaciones y contramanifestaciones anunciadas por VOX y otros colectivos contrarios a la ideología de Ultraderecha. Los tribunales ratificaron la decisión tomada por la Delegadas del Gobierno.
Las casualidades de la vida hicieron que el pasado lunes compartiera Ferri con Santiago Abascal. Me acerque a él con la excusa de una foto y le recordé lo que ya sabía: está prohibida todo tipo de manifestación; mis palabras le sonaron huecas, nadie ni nada podría detener los propósitos de su visita.
Y así fue, como la crónica de unos eventos anunciados, todo siguió el guion de la provocación programada.
Juan Vivas tuvo que suspender el último pleno celebrado en el Palacio de la Asamblea y abogar con toda la rotundidad por el respeto democrático, exponiendo con la contundencia de sus argumentos que en Ceuta cabemos todos, que Marruecos no dirigirá nuestro destino y que la visita de Pedro Sánchez supuso el abrazo político que necesitábamos en esos momentos.
Cito a Isócrates Sus palabras avalan las palabras de Juan Vivas:
“ Nuestra Democracia se destruye porque ha abusado del derecho de igualdad y del derecho de libertad, porque ha enseñado al ciudadano a considerar la impertinencia como un derecho, el no respeto de las leyes como la libertad”.
Ha llegado la hora de volver al ágora. La Plaza de los Reyes no sería un mal lugar. El espíritu de Sócrates sería una especie de cielo protector.
Amanecerá la concordia y la libertad.
Nuestra tierra, la tierra de nuestros ancestros nos lo pide.
*Carlos Antón Torregrosa es profesor de Filosofía del IES Luís de Camoens.
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