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Ceuta en el discurso del profesor Olivencia

A pesar de la tarde lluviosa, cientos de personas se concentraron el pasado jueves en el Casino de Madrid, para rendir homenaje  a Manuel Olivencia, cuya trayectoria profesional lo identifica como catedrático destacado, jurista brillante, abogado de éxito y protagonista de otras actividades que se mueven, en general, alrededor del mundo del derecho.

El motivo de esa acumulación de personalidades de todo tipo que llenaron varios salones, era la entrega al profesor Olivencia del Premio Pelayo para juristas de reconocido prestigio en su XX edición que le fue concedido recientemente. En las anteriores ediciones del citado premio, fueron distinguidos Gregorio Peces-Barba, Joaquín Ruiz-Jiménez, Miguel Herrero, Manuel Jiménez de Parga y Eduardo García de Enterría, entre otros.
Bajo las lámparas del salón real, más de ochocientas personas esperaban el comienzo del acto frente a la Mesa de honor en la que estaban situados los presidentes del Congreso de los Diputados, del Consejo General del Poder Judicial, de la Ciudad Autónoma de Ceuta, del Consejo de Estado y del Jurado del premio. También el Ministro de Justicia, la Alcaldesa de Madrid, el Fiscal General del Estado y la Defensora del Pueblo. La presidencia de honor la ostentaba Su Majestad el Rey.
El Jurado que había tomado tan acertada decisión estuvo integrado, entre otros, por Carlos Carnicer, Presidente del Consejo General de la Abogacía, Juan Carlos Domínguez, Rector de la Universidad San Pablo CEU, Eugenio Gay, vicepresidente emérito del Tribunal Constitucional, Emilio Cuatrecasas, presidente de honor de Cuatrecasas Abogados, Manuel Pizarro, Académico de número de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, presididos por Landelino Lavilla, Consejero permanente de Estado.
Precisamente fue Landelino Lavilla, recordado político de la Transición el que, tras la introducción de José Boada, Presidente de la Mutua Pelayo que organiza el Premio,  continuó el turno de intervenciones destacando la figura de Manuel Olivencia que mereció los votos de los integrantes del Jurado. A continuación, hizo una entrañable semblanza del premiado, Miguel Rodríguez-Piñero, presidente de la sección segunda del Consejo de Estado.

Ceuta en el discurso de
Manuel Olivencia
Tras recibir la estatuilla del premio de manos del Presidente del Consejo del Poder Judicial bajo una prolongada salva de aplausos, Manuel Olivencia ocupó el atril para dirigirse a los asistentes que, lógicamente, esperaban como cierre las palabras del profesor. Éste, tras destacar que el Premio Pelayo es el único específicamente destinado a los profesionales del derecho en sentido amplio, dividió su parlamento en dos partes. La primera fue para el capítulo de agradecimientos, entre los que tuvo un sentido recuerdo para sus familiares en general, con especial referencia a su padre, a su hijo Luis recientemente fallecido y a su esposa. Pasaje difícil, según mi experiencia, para cualquier orador que, sin embargo, fue superado con nota.
Tras una interrupción de prolongados aplausos, la segunda parte del citado discurso fue una verdadera lección magistral sobre el trabajo del jurista, del profesor y del abogado, estableciendo las delgadas pero definidas líneas que separan a veces estas actividades. Sin entrar en el detalle del contenido, las palabras del profesor Olivencia dejaron además en el ambiente su amor por Ronda donde nació, por Bolonia donde cursó el doctorado y, desde luego, por Ceuta en la que vivió con su familia, fue Alcalde su padre y sigue residiendo su hermano. Las miradas de complicidad al presidente Vivas denotaban ese afecto por las tierras africanas.
Manuel Olivencia terminó su parlamento haciendo mención del Estado de Derecho tan trabajosamente conseguido y a algunas desviaciones que en él se producen. Citó, entre otras, el uso abusivo de ciertos derechos constitucionales, los peligros del populismo, la lacra de la corrupción y, en el caso de Ceuta y Melilla, se refirió a las fronteras que están continuamente siendo violadas y, en  ocasiones, se critica agriamente a los agentes del orden encargados de su custodia, más que a los intrusos que intentan forzarlas o a sus instigadores.
En definitiva, una tarde memorable e incluso emocionante, sobre todo porque representé en esta ocasión al Instituto de Estudios Ceutíes que  propuso entre otras instituciones a Manuel Olivencia, el cual forma parte de dicho Instituto, no como alguien ajeno a sus actividades, sino como miembro activo que colabora y ayuda en todo lo posible.

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