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Ceuta, el Estrecho y los mares que la bañan

Decía Herodoto: “Quien ama los vestigios del pasado, es porque siente amor por descubrir la verdad”. También para Cicerón: “La historia es la madre de la vida”. Y nuestro inmortal Cervantes nos dejó dicho  en el Quijote que: “La Historia es madre de la verdad, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo del pasado, aviso del presente y advertencia del porvenir”.

 

Y la historia de Ceuta, del Estrecho de Gibraltar y de los mares que lo bañan, es muy fecunda en vivencias y acontecimientos, que los hacen lugares atrayentes por sus acontecimientos históricos, físicos, geográficos y estratégicos. Lo lamentable es  que la historia de Ceuta y su entorno sea tan poco conocida por el resto de España y en el extranjero.
 Ceuta, como bien sabemos la que tanto la conocemos, es una ciudad marinera por excelencia, bañada al Sureste por el Mediterráneo, y por el Noroeste por el Atlántico. Contemplarla cuando a ella se llega en barco o desde sus alturas, sobre todo desde el Monte Hacho y García Aldabe, es una verdadera gozada poder tener a la vista una auténtica preciosidad en todo su contorno natural, con su precioso puerto en la bahía, sus bonitos paisajes y lindas vistas exteriores que enseñorean su ambiente y el visitante puede recrearse y quedarse pasmado viendo lo que tanto ha recreado la naturaleza. La leyenda mitológica de Ceuta atribuye su fundación a un supuesto nieto de Noé, llamado Ceit, del que se dice que podrían haberle puesto su mismo nombre para que coincidiera con la belleza de Ceuta, porque en idioma caldeo Ceit significa “Principio de hermosura”. Estrabón la llamó: “Ciudad clara y bien definida”. Los primeros navegantes que atravesaron el Estrecho desde el Mediterráneo hacia el Atlántico decían que Ceuta era: “Una perla en su concha de nácar”. Justiniano I la llamó “Vestíbulo del imperio”. Al Edrisi, su hijo natal árabe, la designó  “Hermosa caída”, porque está construida en una península rodeada por los dos mares en todo su contorno, excepto por el istmo que le unía a tierra por Poniente, hoy cortado por el Foso, las Murallas Reales y los dos puentes. En el siglo XII los árabes decían de Ceuta que era la “Altiva reina del Estrecho”.
               Los poetas árabes se recrearon con Ceuta llamándola: “Concha en su perla de nácar, colocada entre el pecho y la garganta del mundo”. Ibn Jatib dijo de ella en el siglo XIV: “Ceuta es como una novia con todos sus atavíos y su esplendor, sentada en su trono de gala, expuesto como una obra maestra en toda su perfección, o como una preciosa joya en su estuche, la cual contempla su imagen en un rutilante espejo de mar”. El rey marroquí Muley Ismail, que la sitió durante 33 años porque se propuso conquistarla a toda costa, aseveró sobre ella en 1672: “Ceuta es la perla entre el pecho y la garganta del mundo”, cuyo calificativo de perla se repite, lo que prueba su condición de verdadera joya. Y recién llegado yo a Ceuta, allá por 1958, era llamada “Perla del Mediterráneo”.
               Pero Ceuta también fue cantada en el siglo XX por poetas ceutíes y foráneos que con rimas supieron captar sus encantos. Manuel Alonso Alcalde la definió como: “Isla de la luz, para la luz nacida”. Y le cantó en verso: “Siete colinas cuentan loma a loma/ siete continuadas primaveras/ un vaivén siete veces de laderas/ siete blancuras donde el sol se aploma/ para siete nidadas de palomas/ siete olas paradas y cimeras/ siete colinas donde perseveras/ Ceuta feliz, como la misma Roma/ que por siete que cuentan como un juego/ un nombre te nació deletreado/ el nombre alegre y blanco que mereces:/ de siete a Septa, un primer brinco/ luego un salto más y el nombre terminado/ siete veces hermoso, siete veces”. Luis López Anglada la rimó diciendo: “Ceuta es pequeña y dulce/ está acostada en los brazos del mar/ como si fuera una niña dormida que tuviera/ la espuma de las olas por almohada…/Y ahí está entre la arena y la muralla/ como una niña  que bajó a la playa/ y se le fue a su madre de las manos”. Y la ceutí Mª Ángeles Bao González, le puso toda su alma “caballa”, para cantarle: “Ceuta, mi niña bonita/ duerme, que yo te tapo/ con sabanitas de espuma/ de tu mar Mediterráneo”.
 Pues, debido a todos esos encantos físicos y valores geoestratégicos con que Ceuta cuenta, siempre ha sido una ciudad muy codiciada. La conquistaron los “fenicios”, en el siglo VII a.C; los “griegos”, al final del mismo siglo; los “cartagineses”, año 206 a.C; los “romanos”, en el siglo I; los “vándalos”, año 409 ; los “bizantinos”,  año 533; los “visigodos”, año 616; los árabes, año 709; los “portugueses”, año 1415; pasó a ser española, de hecho, en 1580, y en 1668 de derecho. Y en 1704 pudo ser otro Gibraltar, porque la codicia británica, todavía no saciada tras habernos robado a mano armada el Peñón, también planeó sobre Ceuta su rapiña para apoderarse de ella sólo días después. Pero se encontró con un valiente general que tuvo, lo que hay que tener... La misma Escuadra anglo-austríaca que nos arrebató la plaza gibraltareña, pretendió hacer igual con Ceuta; pero su Gobernador, el catalán José Pla y Aguyó, marqués de Gironella - al igual que también catalán era el bravo general Prim, que hoy tanta repugnancia y vergüenza ambos sentirían de ver algunos paisanos suyos separatistas de traicionar y ser tan indignos con la Patria que tanto les ha dado - pues hizo frente a aquellos facinerosos británicos y les amenazó con que, o desistían de intimidarle para que les entregara Ceuta o cargaba contra ellos, y que él no se la entregaría como no fuera pasando por encima de su cadáver. Ceuta, que siempre es tan agradecida, creo que todavía sigue en deuda con aquel indómito soldado. Por él, sigue hoy  Ceuta siendo española.
En cuanto al Estrecho de Gibraltar, a menudo se dice que es la llave que abre las puertas de Europa hacia África y también de África hacia Europa. En sus aguas se entremezclan las del  Mediterráneo y del Atlántico, que bañan las dos orillas, al Norte de Ceuta las costas peninsulares y al Sur las africanas. El “ancho” Estrecho, como yo suelo llamarlo, separa y a la vez une dos mundos y dos formas de entender la vida: Oriente y Occidente. El Estrecho ha sido siempre vía de comunicación y de trasvase de numerosos pueblos, gentes y culturas que, sucesivamente, se fueron asentando en las costas ribereñas de ambos mares. Y también ha sido en todos los tiempos vía de paso, camino de encuentro, de comunicación entre culturas y personas entrando hacia uno y otro continentes, europeo y africano. Uno de los mares, el Mediterráneo ha sido uno de los más importantes para el ser humano debido a que es poco profundo y tiene escasas corrientes, facilitando la navegación. Sus riberas tienen un clima templado con veranos secos y calurosos e inviernos fríos. Además sus islas están a poca distancia de la costa, lo que ha facilitado el contacto entre los pueblos y el traslado de mercancías.
Al Mediterráneo que la baña, primero se le llamó Océano de Tetis, cuyas aguas se fueron evaporando hasta desecarse hace entre 5 y 6 millones de años. Después, un cataclismo geológico habría permitido que se formara el Estrecho de Gibraltar y que las aguas del Océano Atlántico se comunicaran con la vieja cuenca de Tetis formando el actual Mediterráneo, más pequeño, al que también se le llamó “Mar de Siria”,  porque se decía que tenía sus orígenes en dicho país. Los tartesios fueron de los primeros que se atrevieron a cruzar el Estrecho hacia el Atlántico, llamándoles “Babr az-Zuqaq”. Cuando el año 711 el cabecilla árabe Tariq lo atravesó desde Ceuta para invadir España,  ayudado por el Conde don Julián de Ceuta, comenzó a denominársele “Fretum Herculis”. Luego se le llamaría “Fretum Gaditanum”. Y los Romanos lo llamaron: “Mare Nostrum” (nuestro mar), porque lo ocuparon por ambas orillas.
Entre el Atlántico y el Mediterráneo, se producen intensas presiones y corrientes que empujan hacia uno y otro lado, lo que también tiene efectos  climáticos. Así, las aguas mediterráneas tienen alta salinidad, originada por las elevadas temperaturas que soporta su cuenca marina, lo que es causa de enorme evaporación; debido a ello, tiene que soportar también una mayor densidad, sin que la aportación fluvial compense la merma que sufre por la evaporación. El Mare Nostrum tiene que compensar tal déficit con las aguas que le vierte el Atlántico a través del Estrecho. Por su parte, las aguas atlánticas tienen una temperatura bastante más fría; eso bien que se sabe en Ceuta, que es la única ciudad que tiene el privilegio de estar bañada a la vez por ambos mares, pudiendo su gente bañarse en el Atlántico y el Mediterráneo con una diferencia de sólo unos diez minutos; y los que hemos podido disfrutar de tal fenómeno bien sabemos que las aguas mediterráneas de la playa de la Ribera son bastante más templadas que las atlánticas de de Calamocarro.
 Esas diferencias de temperaturas y de salinidad influyen en el clima de la zona. Por eso en el Estrecho suele darse una mayor nubosidad que en las costas mediterráneas del Sur peninsular, sobre todo, con vientos de levantes que soplan fuerte haciendo arreciar los temporales. A las fuertes corrientes marinas del Estrecho se superponen otras atmosféricas, a veces bastante violentas. En él predominan los vientos de poniente y levante, producidos por las diferencias de presión atmosférica. La vida biológica de la zona es más pobre en el Mediterráneo que en el Atlántico, porque el exceso de salinidad de las aguas del primero impide que pasen hacia el segundo muchas especies marinas. Las aguas atlánticas vierten al Mediterráneo, aunque no sin dificultad debido a la mayor evaporación. La capa de salinidad mediterránea hace de barrera a la penetración atlántica. Durante el verano el trasvase se realiza con mayor fluidez debido a que las aguas atlánticas aumentan en salinidad y en presión.
Y, así como las aguas atlánticas vierten al Mediterráneo a través de los fondos marinos, las de éste vierten al Atlántico a través de la superficie. Este es el motivo de que los temporales de levante sean más impetuosos que los de poniente.

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