Ceuta parece haber caído en un estado de calma inquietante. Nuestra sociedad, tradicionalmente activa y combativa frente a los retos, parece hoy atrapada en un letargo que resulta difícil de explicar. Mientras tanto, los problemas que afectan a la ciudad se acumulan, formando una lista larga y dolorosa que pone en jaque no solo el presente, sino también el futuro de nuestra ciudad.
El paro sigue siendo uno de los males endémicos más graves. Ceuta encabeza las cifras de desempleo en España, con cientos de familias viviendo en la incertidumbre diaria de cómo llegar a fin de mes. Esta situación afecta especialmente a los jóvenes, quienes enfrentan una falta de oportunidades que los obliga a mirar más allá del Estrecho en busca de un futuro que aquí parece negárseles.
El fracaso escolar agrava aún más este panorama. Las aulas de nuestra ciudad, lejos de ser espacios que motiven y formen, se han convertido para muchos en trampas que perpetúan la desigualdad. La falta de apoyo, recursos y estrategias educativas efectivas deja a nuestros niños y jóvenes sin herramientas para construir un mejor mañana.
Nuestra sanidad no es ajena a esta crisis. El Hospital Universitario, que debería ser un pilar de tranquilidad para los ceutíes, está lejos de cumplir con las expectativas. La falta de especialistas, las interminables listas de espera y el enfrentamiento entre administraciones condenan a los ciudadanos a vivir con la sensación de que están a la deriva, expuestos y desprotegidos.
A esto se suma el declive del comercio y la hostelería, sectores que tradicionalmente han sostenido la economía local. El cierre de negocios se ha convertido en una constante, mientras que la pesca, una actividad histórica en Ceuta, prácticamente ha desaparecido. Todo esto se desarrolla bajo la sombra de una frontera cuyo funcionamiento precario afecta a diario a miles de personas, tanto a nivel económico como social.
Y en el fondo de todos estos problemas está el gran elefante en la habitación: las desigualdades sociales que dividen a nuestra ciudad en dos realidades opuestas. Mientras algunos barrios disfrutan de servicios e infraestructuras adecuadas, otros viven en un estado de abandono crónico. La falta de inversiones en barriadas como El Príncipe o Los Rosales perpetúa una sensación de olvido institucional, donde la pobreza, la falta de formación y las condiciones de vida indignas se han normalizado.
La brecha social se hace cada vez más evidente, y con ella crece el resentimiento y la desesperanza. Estas desigualdades no solo son injustas, sino que también son un obstáculo insalvable para el desarrollo de Ceuta. Una ciudad dividida no puede prosperar.
Y mientras esta lista de problemas crece, la ciudadanía parece estar inmersa en una calma incomprensible, un silencio que preocupa y que debería alarmarnos. ¿Dónde está la indignación? ¿Dónde está la exigencia de soluciones? Es como si Ceuta hubiera perdido su voz, resignándose a una inercia que solo beneficia a quienes se conforman con gestionar la precariedad.
Es urgente despertar. Nuestra ciudad no puede permitirse más tiempo en este estado de letargo. Es hora de que cada ceutí tome conciencia de la gravedad de la situación y exija el cambio que todos merecemos. No podemos esperar que las soluciones lleguen de fuera; deben surgir desde dentro, desde nuestra fuerza colectiva, desde la convicción de que Ceuta merece un futuro digno.
La calma no siempre es buena. A veces, como ahora, es el preludio de un abismo. Pero también puede ser la pausa necesaria antes de una reacción. Depende de nosotros convertir este silencio en un grito unánime por el cambio.
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