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Ceuta  Británica

Era demasiado temprano, pero tenía que llegar a Ceuta en el día y le aconsejaron ese Ave a Málaga. La Estación de Atocha estaba casi desierta y las limpiadoras hacían su trabajo, mientras los vigilantes controlaban equipajes, casi desperezándose. El monitor anunciaba parpadeando los trayectos y el que esperaba apareció en la pantalla, por lo que se dirigió tirando de la maleta hacia el andén 6 donde, todo reluciente, esperaba aquel moderno tren que puso Málaga a dos horas y media de Madrid.
El administrador del periódico le  había sacado una plaza en clase Club, lo que le extrañó bastante, pero aceptó con ilusión porque, de esa forma, podría descansar al menos durante el viaje. Había tenido una semana difícil y trasladarse en domingo era un trastorno porque le partía el fin de semana. Quizás por todo esto, el director había dado orden de conseguirle una plaza en aquel vagón austero pero cómodo y bien atendido.
Su asiento estaba al fondo, lejos de la puerta. Colocó la gabardina en la bandeja encima del asiento y procuró acomodarse lo mejor posible, reclinando el sillón hacia atrás. Entraban algunos viajeros, sonaba un teléfono móvil y se dio cuenta que tenía más sueño del que pensaba. El Globo,  periódico en el que llevaba trabajando diez años, había alcanzado una tirada importante. Su director, respetado y temido a la vez, imprimía a todos en la redacción un afán perfeccionista que redundaba en la calidad del producto final. Como responsable del suplemento económico, había visto en la papelera muchos de sus trabajos, hasta que comprendió que era necesario buscar siempre la excelencia e inculcar esta máxima a los subordinados.
Ahora le encargaban un trabajo sobre Ceuta, la pequeña ciudad norte-africana y, dada la complejidad del asunto, había decidido ir él mismo hasta allí, citando en el hotel a Lorenzo Alba, el fotógrafo con el que trabajaba asiduamente. Lo cierto es que se iba a tratar en el Congreso de los Diputados un cambio importante en el régimen económico-fiscal de aquel territorio franco y el tema había generado gran debate, pues se opusieron determinadas Comunidades Autónomas y algún país comunitario. Por ello, el periódico consideró que debía realizarse un monográfico sobre Ceuta.
La megafonía del vagón dio algunos avisos que sintió lejanos y, entre sueños, notó que alguien le empujaba las piernas para pasar y suspiraba después de sentarse en el sillón de al lado. Oyó el ruido seco que se produce al desplegar la mesita y, con los ojos entornados, pudo ver al  compañero de viaje. Se trataba de un hombre de pelo quizás prematuramente blanco y muy corto, de unos cincuenta años, con el rostro de ese color tan blanco que tienen ciertos anglosajones y las mejillas algo sonrosadas. Vestía una chaqueta de cheviot con coderas de piel y corbata de algo parecido a cuadros escoceses. Decidió, entre sueños, que debía ser inglés y, como el vagón estaba lleno, tendría que aguantarlo más de dos horas a su lado. Pensó que quizás mejor que fuera extranjero , así no se vería obligado a mantener una conversación que su cansancio rechazaba.
II
Notó que alguien le tocó suavemente en el hombro y, al abrir los ojos, pudo ver a la azafata que le ofrecía una toallita caliente impregnada en algún líquido para las manos. La aceptó enseguida y comprendió que iban a servir el desayuno, por lo que incorporó el asiento. El supuesto inglés aprovechó la ocasión para hablarle.
•Buenos días-  dijo, tratando de ser amable. Hablaba un español con acento, pero ello que no solo resultaba agradable, sino tranquilizador, porque musitaba las palabras más que pronunciarlas.
•Hola, buenos días- contestó el periodista tratando también de mostrarse cortés, pero deseando terminar la conversación.
•Perdone, ¿va a Algeciras o se queda por el camino? – insistió el inglés-
•No, todavía más allá, voy a Ceuta- pensó que quizás así le dejaría tranquilo, al nombrarle una ciudad que seguramente era extraña para el otro.
El extranjero retrasó la cabeza, abrió considerablemente los ojos en señal de sorpresa y  dijo como si hubiera descubierto América
•¡Qué casualidad! Yo también voy a Ceuta. Es más, vivo y trabajo allí-
•¿A qué se dedica en Ceuta? –le preguntó el español, ya interesado por si podía ir adelantando su trabajo, ya que, al parecer, la conversación parecía inevitable.
Aquel compañero de viaje le explicó al periodista que era profesor en la Universidad Winston Churchill de Ceuta y daba clases de Economía desde hacía cinco años. Naturalmente, a partir de ese momento, le pareció que una charla preparatoria sobre la vida en la pequeña ciudad le vendría muy bien, así que pidió un café solo doble, bajó los brazos de la butaca y buscó la grabadora en el bolsillo para tenerla preparada.
•Adolfo Estrada, mucho gusto –le dijo presentándose para empezar a romper el hielo, tras su gélida acogida anterior.
•Stephen Sullivan-  contestó enseguida el británico- . Y quizás para terminar de demostrar que era un auténtico anglosajón añadió – Puede llamarme Steve-
•Si te parece, Steve, nos tuteamos- A la costumbre inglesa del diminutivo, el otro aportó la española de hablar de tú a casi todo el mundo. Él estuvo de acuerdo en ese tuteo tan de moda.
Explicó a Steve sin rodeos el objeto de su viaje a Ceuta y añadió que le gustaría cambiar impresiones con él sobre determinados extremos de la vida económica y social de la ciudad, a lo que Sullivan se prestó encantado. Primero, hizo la pregunta que más temía.
•¿Has estado alguna vez en Ceuta, Adolfo?
•No, nunca- confesó algo avergonzado- Solo conozco algunas cosas de tipo general que he podido recopilar de internet o a través de charlas con amigos, pero no tengo impresiones de primera mano, ni datos que pueda considerar originales.
Casi sin darse cuenta había abierto la veda para que Steve le diera una clase magistral sobre el tema y, aunque le fastidiaba reconocer que no tenía ni idea de Ceuta, también estaba satisfecho porque, en aquellas dos horas y media, podía aprender bastante.
•Un poco de historia primero, Adolfo. La gente suele desconocer nuestros orígenes y, como a veces solo mira el mapa, creen que somos parte de Marruecos o un territorio colonial y ni lo uno ni lo otro y los españoles, lo sabéis muy bien.
•Claro, claro, -dijo enseguida Alfredo como si dominara los hechos que necesariamente iba a relatarle. –No obstante, Steve, cuéntame esa historia desde el principio y, si no te importa, lo grabo todo para después redactar mejor mi trabajo
•Ningún problema, Adolfo, graba lo que quieras porque lo que voy a explicarte no es ningún secreto –soltó una risotada y continuó  -Ya sabes que vuestro Dictador Miguel Primo de Rivera, antes del golpe de Estado que le llevó al poder, pronunció un discurso en la  Real Academia de Ciencias y Artes de Cádiz y propuso nada menos que la permuta de Gibraltar por la plaza de Ceuta, añadiendo que se podía renunciar también a las pretensiones españolas sobre Tánger e incluso ceder las islas y peñones españoles en África.
•No sabía nada de esa historia, Steve- Se quedó sorprendido porque desconocía aquel discurso del entonces general Primo de Rivera y se sintió intrigado por tan demoledor comienzo. –Sigue contando –insistió el periodista  a su interlocutor.
Continuará el próximo domingo.

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