Categorías: Opinión

Ceuta, bloqueada

Nos hemos acostumbrado con una pasividad pasmosa a que Ceuta esté bloqueada. Día tras día atrapada en infernales colas, con amplios sectores perjudicados, con una área comercial tratada como si fuera una delincuente, con unas fuerzas de seguridad concentradas en la contención de unos porteadores tiempo ha criminalizados mientras quedan abandonadas otras áreas de control, con una sucesión de avalanchas inhumanas... pero aquí no pasa nada. Las autoridades tienen bastante trabajo explotando la magia de la Navidad antes de poner el freno y preocuparse de lo que deben.
Particularmente me parece insultante todo este culebrón al que estamos asistiendo. Desde el derribo de la escalera cuyo hueco se ha convertido hoy en una escombrera de cartones -muy apropiado- hasta las colas de hombres y mujeres a los que se les registran las bolsas, se les manosea la mercancía y se les trata de aquella manera en cumplimiento de no se qué acuerdos alcanzados entre países. Miren qué pronto han entrado las ganas de legalidad entre las autoridades, que ahora nos dicen eso de que la mercancía es ilegal, no puede pasar por el Tarajal, son expediciones comerciales... y todas estas cosas que ahora valen pero antes no. La conclusión es evidente: si ahora se está cumpliendo la ley y hasta hace unos meses no... cabe aplicar una responsabilidad en forma de dimisión, como poco, entre quienes desde sus áreas de poder permitían esto ¿no? Estos derroteros no gustan, así que se apuesta por organizar un caos absoluto cada mañana, dándole cuartelillo a la auténtica amenaza que a diario se está escenificando en la frontera. Se masca la tragedia. Eso es algo que cualquiera puede ver. Las situaciones agónicas que se están viendo en el Tarajal no pueden ser evitadas por nadie: están ahí, protagonizadas por agentes desesperados que terminan adoptando actitudes desesperadas; por hombres y mujeres a los que ayer les dejaban pasar un bulto y ahora les requisan hasta una bolsa de pijamas; con decomisos que están contrariando a los que ven que lo que está pasando es, cuando menos, anormal.
Las explicaciones dadas hasta el momento son insuficientes y poco convincentes. Pero más llamativo resulta el absoluto silencio que impera en la ciudad ante las escenas e imágenes que ofrecemos día a día. El gobierno, insisto, tiene demasiado con su Navidad particular. La oposición ha alargado sus vacaciones y reduce su malestar a cuatro quejas en las redes sociales. Las entidades comerciales de peso tampoco se pronuncian, asomando con descaro claras diferencias: así, el sector empresarial es capaz de movilizarse en cuestión de horas por la ordenanza de terrazas, pero se doblega a una situación de esta gravedad.
Vamos marcha atrás. Temo confirmar que es así.

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