La ciudad de Ceuta tiene la misma propiedad que los agujeros negros estelares: una infinita capacidad de absorber materia y energía. Nuestra principal diferencia con otros sistemas urbanos es nuestra absoluta dependencia de entrada de materiales de otras zonas del planeta, así como la casi nula capacidad de producir en el seno de su propio hábitat los elementos indispensables para la supervivencia del desorbitado número de personas que alberga en su reducido territorio. Todos nuestros alimentos proceden del exterior, ya sea de la península o del vecino reino de Marruecos, al no contar con explotaciones agrícolas y ganaderas propias. Otro elemento básico, el suministro de agua, depende en más de un 80 % de una desalinizadora, que a su vez requiere un elevado gasto energético. Otros materiales que en otras zonas se extraen del entorno cercano, como los materiales de construcción, principalmente los áridos, desde hace algunos meses tienen que traerse de la península, una vez agotadas las canteras locales.
La cada vez mayor dependencia de Ceuta del suministro exterior de alimentos y materiales tiene importantes consecuencias sociales, económicas, medioambientales y políticas. Empezando por estas últimas, es suficiente evidente el uso político que se le pueda dar a esta dependencia si atendemos a la reciente noticia de la acción de una asociación marroquí de impedir el acceso de pescado y cemento a la ciudad hermana de Melilla. En el plano económico, sin duda el transporte de la miles de toneladas de mercancías que llegan a Ceuta por vía marítima encarecen su coste económico y ecológico. Este desolador panorama se acelera de manera exponencial de la mano del crecimiento poblacional y urbanístico. Cada día somos más habitantes y la capacidad de carga del sistema ecológico viene dando muestras evidentes de colapso. El principal problema es que cada paso que damos por este camino de la insostenibilidad nos conduce a un profundo precipicio que la mayoría de la población ignora y del que las autoridades no quieren ni oír hablar.
El panorama que acabamos de describir es cierto que podría encajar con el observable en otros puntos del planeta. Sin embargo, existe una serie de características autóctonas que nos hace singulares, ese término que tanto les gusta utilizar a los políticos para estrujar las ubres públicas. La primera de ella estriba en nuestra inconciencia e irresponsabilidad colectiva, que se hace especialmente grave entre la clase política. Después de más de una década trabajando en pro de la sostenibilidad hemos llegado a la conclusión de que el medioambiente preocupa poco a nuestros máximos mandatarios, a pesar de la buena voluntad que van adquiriendo con el paso del tiempo las personas que han asumido en los últimos años la Consejería de Medio Ambiente. Y no será por falta de datos estadísticos e información accesible para el público en general. A las periódicas estadísticas que publica el INE, sobre todo sobre las condiciones de vida, -en la que seguimos ocupando los primeros puestos en cuanto a contaminación acústica-, se suman los perfiles ambientales del Ministerio de Medio Ambiente, el informe anual del Observatorio de Sostenibilidad en España (OSE) y los estudios emitidos por el propio Observatorio de la Sostenibilidad de Ceuta, que coordinamos desde nuestra entidad. La imagen que ofrecen todos estos análisis sobre la situación ambiental de Ceuta es alarmante y nos conduce a otras características de nuestro particular modelo: la falta de respuesta institucional, el pensamiento arcaico y la insolidaridad colectiva. Pasemos a comentar estos aspectos.
De los humanos se dice que quien capacidad de aprendizaje y memoria a largo plazo, algo de lo que carecen buen parte del reino animal. Se supone que un ser humano dotado de inteligencia readapta su estrategia vital en función de la información que obtiene de su entorno, lo que le sirve para diseñar planes y proyectos que den respuesta satisfactoria a los retos que se le presentan para lograr su supervivencia en unas condiciones de mínima dignidad. Para nuestra desgracia, los humanos ejercemos la inteligencia poco y mal, desperdiciando un cualidad extraordinaria de la que nos ha dotado la naturaleza. No hay otro modo de explicar la falta de respuesta a los continuos síntomas de destrucción del planeta a causa de la acción del hombre, llevados por algunos de sus más representativos pecados capitales: la avaricia, la envidia, la ira, etc…En Ceuta, la falta de respuesta institucional resulta extraordinaria, motivada por la perpetuación de un pensamiento arcaico que impide el más mínimo desarrollo de las políticas medioambientales. Mientras que el resto de España se hacen esfuerzos en materia medioambientales, más o menos intensos y eficaces, aquí vivimos en una especie de burbuja en el tiempo y el espacio que nos asemeja a aquella popular aldea gala de Asterix y Obelix, pero en vez de conformada por valerosos guerreros, contiene recalcitrantes desarrollistas que no temen que se les caiga el cielo encima, sino que se les acabe el negocio. Su única obsesión es mantener a la población deslumbrada por una mejora estética de la ciudad a base de granito, flores y esculturas. Sirva de ejemplo, el hecho de que a los pocos días de presentar el informe sobre energía y cambio climático redactado por el equipo del Observatorio de la Sostenibilidad de Ceuta, en el que alertamos del despilfarro energético en nuestra ciudad, muy por encima de la media nacional, el gobierno de la Ciudad inauguraba la iluminación ornamental de varios edificios del Paseo de las Palmeras, bajo las luces de unas farolas, tipo globo, consideradas las más ineficientes desde el punto de vista energético y más contaminantes desde el punto de vista lumínico.
Decimos y nos ratificamos que somos un pueblo tremendamente insolidario, si nos atenemos a nuestro modelo de vida. Nos producimos nada de lo que consumimos, y no consumimos nada de lo que producimos. Dependemos de manera absoluta de alimentos, materiales y combustibles que provienen de los puntos más dispares del planeta, y a cambio les devolvemos un volumen de basura, superior porcentualmente a lo que producen nuestros propios compatriotas. Claro que cómo no la vemos, apenas tomamos conciencia de la cantidad de residuos que generamos en una ciudad tan pequeña. Unos nos presta sus materiales y otros acogen nuestras basuras, y nuestra respuesta es el despilfarro y la ausencia de un mínimo esfuerzo para consumir menos y mejorar nuestra política ambiental. Somos la ciudad más pequeña de España, pero la primera en número de vehículos; no tenemos recursos hídricos naturales, y desperdiciamos el 60 % del agua producida en la red de distribución; consumimos energía más que nadie en nuestros hogares y en el alumbrado público, y carecemos de un plan de ahorro y eficiencia energética; el territorio se agota, y queremos ocupar hasta el último metro cuadrado para saciar la codicia de un pequeño grupo de personas y empresas.
El futuro escenario económico y ambiental puede que ponga en peligro la solidaridad que han tenido con nosotros, y nos veamos obligados a depender exclusivamente de los recursos propios. ¿Qué comeremos, si las pocas tierras fértiles que teníamos en Ceuta han sido urbanizadas?¿Dónde obtendremos el agua, si hemos acabado con los arroyos naturales que hasta principio de siglo XX aportaban este elemento básico a la población?¿Dónde obtendremos la energía, si nuestra única fuente de producción es una planta basada en combustibles fósiles y no hemos diversificado este aporte energético hacia otras energías renovables?. Sí, somos insolidarios con nuestra congéneres, y aún más con las generaciones venideras.
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