Adoum Mahamat sonríe. Es imposible desdibujar esa seña de su rostro que intenta edulcorar, incluso, cuando salen a relucir los fantasmas del pasado. Este camerunés de 33 años todavía debe pellizcarse para sentir que lo que vive es la realidad, que cada paso en firme que da no es un idilio, no es otra fase más de ese sueño que durante tantos años le hizo mantenerse en pie, le hizo avanzar, le mantuvo con vida. Seis años se impusieron en su camino hasta que alcanzó la tierra deseada. Seis largos años de vivir la muerte de cerca, la violencia, la desesperanza, el miedo constante... Pero su actitud, su perseverancia y sus ansias por alcanzar su objetivo le recompensaron como el mejor de los regalos que llega por Navidad. Un 25 de diciembre de 2015 desenvolvió el suyo, cuando en uno de los incontables intentos de saltar tres vallas, las superó. Al fin había llagado, ahora volvía a nacer, podía ser la persona que siempre quiso.
La suya, asegura, es una historia inusual. “No todos tienen la misma suerte”. Es una novela de amor, el que vence a todo y el que ha conseguido hacer la luz a lo largo de en un oscuro túnel. Mientras Ceuta la abrazaba y arropaba una joven procedente de Barcelona que pasaba unos días en la ciudad por trabajo le conquistó y, por suerte, hubo reciprocidad. “Regresó unas semanas más tarde y mantuvimos el contacto”. Así que una vez en la península, cuyo destino fue Villanueva del Arzobispo (Jaén), la que ya era su pareja no lo dudó “me dijo que fuera a Barcelona. Me abrió su hogar, sus círculos sociales, su vida. Ella me lo dio todo. Es la persona más especial de mi vida”, asegura, no solo con sus palabras, también con su mirada.
Pero Adoum es consciente que el suyo es un caso entre cientos. “Abrirse camino en la península es muy complicado. Una vez se cumple el periodo que puedes pasar en un centro o una ONG se abre un limbo en el que no puedes trabajar, pero tampoco tienes los papeles, así que lo único que queda es buscarte la vida, llevar a cabo acciones ‘no muy legales’ como la de los manteros, pero ¿qué vas a hacer?, hay que comer, creo que nadie se va a quedar de brazos cruzados esperando la muerte”.
Explica que durante un periodo de tres años deben demostrar lo que se llama el arraigo social: estudiar, empadronarse, llevar a cabo acciones de inclusión en la sociedad gracias a las cuales se puede optar a regular la situación. “No es tan fácil, tengo conocidos que transcurridos siete años siguen sin obtenerla”, señala.
“Abrise camino en la península es muy dificil, ya que te encuentras en un limbo legal”
Ahora, además, el país atraviesa uno de sus momentos sociales más críticos. La crispación contra el migrante está más latente que nunca, aunque él sonríe y dice hacer caso omiso a los comentarios y las miradas, confiesa que le consterna la situación. “Todos somos humanos. Todos tenemos derecho a la vida y a soñar por una vida mejor”.
Él soñó, aunque los comienzos no fueron fáciles. “Salía a la calle y cuando alguien me miraba, me sentía observado por todo el mundo, así que volvía a casa y me encerraba. Hasta que con la ayuda de mi pareja me fui imponiendo, me quité ese lastre y conseguí que me diese igual”.
Cita la “actitud” como clave en este proceso. Adoum comenzó a estudiar hasta que le llegó la homologación de su título de soldador, arrancaba entonces otra etapa ansiada: la búsqueda de un empleo. “Sinceramente, no me costó en absoluto. Tengo muchísima experiencia y fue lo que se valoró cuando dejé mi currículum”.
Hace ya un año de aquello. Una fecha clave que no olvida, al igual que cuando consiguió formalizar su situación y, por supuesto, inscribirse con su chica como pareja de hecho que, explica, no fue un proceso fácil.
Ahora, después de un año de trabajo, por fin disfruta de un mes de merecidas vacaciones durante el que ha decido hacer una parada en Ceuta. “Han pasado más de dos años y tenía muchas ganas de volver a ver a todos aquellos que tanto hicieron por mí”. Una semana de estancia durante la que también ha aprovechado para dar algún que otro consejo a los que se encuentran en el mismo puesto que él ocupó. “En primer lugar que no desesperen porque en la península están todos los centros completos. Y para cuando salgan lo esencial es que deben integrarse, respetar la cultura que se encuentren aquí, que no es la nuestra, ya que no puedes llegar a la casa de alguien y decirle cómo debe hacer las cosas. Pero tú sí debes aportar”.
Una integración que para Adoum no fue complicada, aunque es cierto que sí hubo un choque cultural y social que, desde su punto de vista, se ha vestido en positivo. Destaca por encima de todo la educación. “Vengo de vivir en un ambiente de violencia, algo que siempre he rechazado, y encontrarme con ese respeto ha sido como hallar la paz”. Aunque también destaca la igualdad entre hombres y mujeres, y una filosofía de vida. “El vive y deja vivir”.
Este joven camerunés de 33 años, duda si emprendería el mismo camino, pero afirma que fue la decisión más acertada de su vida. “Tengo todo lo que siempre. Este era mi sueño, tener una vida normal. Un trabajo, una pareja y una casa”. Tan solo falta un pieza en el tablero para que todo sea perfecto: completar la familia. “Me encantan los niños”, y por supuesto, ayudar a los que todavía se encuentran en Camerún.
El suyo es un sueño cumplido, pero no todos los finales son igual de dulces. Señala constantemente al factor “suerte”, el esfuerzo y la actitud ante la vida. “No somos perfectos. Ni absolutamente buenos o malos. Pero debemos desprendernos de esa faceta de maldad y lanzarnos a la vida con la mejor de nuestras bondades quizá, así, será probable alcanzar los sueños”.
A Adoum al fin la vida le sonríe, le brilla como este fuerte sol de agosto que destaca las cicatrices que marcan su piel. Señales de un pasado amargo que prefiere olvidar. Él tan solo vive el presente de su nueva vida, lo saborea como un dulce caramelo que no quiere que se termine porque ha conseguido el más grande de sus deseos y, sobre todo, que la mayor de sus utopías se haga realidad.
La historia de Adoum se divide en dos partes, la que deseaba y abraza sin querer desprenderse y, el ‘antes de’. El antes de llegar a Ceuta es una etapa de sufrimiento, dolor, penurias que revive un poco a regañadientes porque duele, todavía duele. Solo los valientes se adentran en el camino que el tomó seis años antes de calar en la ciudad. Un amigo le avisó, “no lo hagas”, pero él estaba decidido. Ahora con ese peso sobre sus espaldas reconoce que “ni a mi peor enemigo le daría el consejo de tomar este camino”.
Sus cicatrices, que recorren su cuerpo desde la cabeza hasta las piernas, le recuerdan a diario esa vida anterior. Cada una tiene una historia, tiene un dolor, es un capítulo de ese intento de alcanzar una vida mejor. “Ésta me la hizo la policía de Marruecos con una piedra”, dice mientras enseña su cabeza. En uno de los innumerables intentos de pasar, en esta ocasión hacia Melilla, Adoum había conseguido llegar a la segunda valla, pero allí en lo alto, sus sueños nuevamente se desvanecieron. Desde su cabeza comenzó a brotar un caudal de sangre que impregnó todo su cuerpo y finalmente hizo que se desvaneciera. Este es uno más de los tantos episodios que componen ese libro que prefiere cerrar. Por suerte hubo un punto y final, aunque siempre estará dentro de su mochila.
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