Segunda entrega de la trilogía que comenzó con buen pie hace tres años con El origen del planeta de los simios y que con idéntico pie camina con firmeza ahora hasta nuestras pantallas. Si la historia nos había dejado a los primates alterados genéticamente campando a sus anchas, en esta ocasión vamos un peldaño más allá y nos topamos con toda una comunidad simiesca perfectamente organizada y capitaneada por César, verdadero protagonista de la trilogía.
La complicación reside en que los humanos han sido muy mermados por causa de un terrible virus y las fuerzas ahora más equilibradas que nunca de ambos bandos van a ponerse a prueba en busca de la supremacía de una de las dos razas. La cosa no debería desembocar en conflicto con un humano y un simio pacifistas al cargo, pero las personas y aquellos que se encuentran en el espectro del “casi humano”, desde el principio de los tiempos han encontrado la manera de acabar a la gresca, así de entrañables somos; en esta ocasión el impedimento para el enfrentamiento cantado, la figura sobrante de la ecuación, es el propio César, que verá puesto en peligro su liderazgo e incluso su propia integridad.
Matt Reeves (Monstruoso, Déjame entrar) es el encargado de dirigir esta reflexiva y filosófica cinta (en el más rico sentido de la palabra “filosófica”, aunque a veces peque un poco de exceso de solemnidad), que a pesar de tener el inconveniente de ser una segunda parte, con lo cual el comienzo es atípicamente directo al grano y el desenlace nos emplaza a la tercera entrega, brilla en su atmósfera de oscuridad y se convierte en un portento visual desde el primer minuto.
Sin duda estamos ante una de esas cintas que ponen una marca de referencia futura en el campo del avance técnico y será nombrada como ejemplo de perfección en el ámbito de los efectos.
Detrás de los rostros de los primates hay una expresividad y un alma, unos ojos cargados de vida que realmente hacen creer que estamos viendo mucho más que a un mono, y resulta casi estremecedor observar todo lo que César tiene de Andy “Gollum” Serkis, el especialista por antonomasia en la captura de movimientos, actor que lo interpreta y que posteriormente es modificado digitalmente hasta mostrarlo con su simiesco aspecto final.
Tenemos entre manos una interesante fábula sobre lo más profundo y oscuro del alma, nada maniquea, que te permite identificarte dependiendo del momento y por igual con el bando de los primates o de los homo sapiens. Como ya lograra su predecesora de 2011, supera las expectativas, por lo que esta secuela cumple con su promesa y nos deja con ganas de más, que a fin de cuentas suponemos que es la idea cuando hay una tercera parte en camino…
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