Categorías: Sucesos y Seguridad

Cerco al pistolero cuando la ciudad duerme

En la pared de una de las laberínticas callejuelas del Príncipe alguien se ha entretenido en escribir, a lápiz y con letras bien visibles, un “Gora ETA. Mátalos”.

No incluye destinatario, pero los agentes de la Policía Nacional que patrullaban en la madrugada del sábado el barrio la señalaban, quizás como síntoma de que se internaban en terreno hostil. En silencio, protegidos por chalecos antibalas y bajo una molesta  e intermitente lluvia, apuraban la noche en busca de cualquiera de los pistoleros que integran alguna de las bandas que de forma periódica zarandean la tranquilidad de la zona. Un extremo de la ciudad en aparente calma pero que, alertan, sirve de nido a clanes enfrentados y aficionados a apretar el gatillo.
El Príncipe no es el único punto que controlan, pero sí el más caliente para los diez integrantes de la Unidad de Prevención y Reacción (UPR), concentrada en librar una batalla diaria contra las principales redes de delincuencia que hacen sonar sus armas por las esquinas de la ciudad. Suya fue la actuación que se tradujo hace semanas en la detención de El Pincho, acusado entre otros delitos de participación en un tiroteo a finales de 2012, pero el currículum del subgrupo lo adornan una larga lista de intervenciones que son, una por una, golpes a una lacra que sirve de alimento a la inseguridad. Son los encargados de dar forma a la Operación Búho, el dispositivo permanente que desde hace meses ataca  la raíz del crimen organizado.
La del viernes al sábado era una de tantas jornadas nocturnas para la UPR: ruta diseñada de antemano, coordinación milimétrica, charla previa para minimizar errores y marcaje claro de los objetivos. “No intervenimos por casualidad. Detrás de cada actuación hay un trabajo previo y detallado a partir de los datos que reúnen los servicios de información o la Policía Judicial. Marcamos puntos negros o conflictivos y actuamos allí”.  Quien avanza los prolegómenos de las ocho horas de cerco al delito que le quedan por delante es Alejandro Foncubierta, oficial de la Policía Nacional y responsable de la unidad. A su cargo, otro oficial y un puñado de agentes que define como “un grupo humano y joven, con las ideas muy claras y el trabajo como prioridad”.
La medianoche marca la hora de salida a bordo de dos furgonetas. Primer destino: controles en dos de las rotondas que dan acceso a la barriada Príncipe Alfonso. El grupo se despliega sobre el asfalto en apenas unos segundos. Coloca carteles indicadores, un reguero de conos y cierra el paso en los  dos sentidos de la circulación. Cada  uno conoce la función que tiene asignada y se comunican casi por gestos, sin levantar la vista de los conductores a los que dan el alto. “No se puede bajar la guardia porque no sabes qué va a ocurrir cuando le pides a alguien que baje de su coche. No se puede cometer ni un error”, aseguran. Los vehículos reciben el alto. Los pasajeros cumplen el ritual: cacheos, documentación personal y del vehículo, registro de pertenencias e inspección detallada del interior. Buscan armas o cualquier objeto que arroje pistas sobre un acto delictivo. En los minutos que abarca la actuación se solicita información a la central para comprobar que no hay deudas pendientes con la Justicia. “Nuestra misión es realizar un patrullaje activo. No nos limitamos a pasar por una calle con un vehículo. Nosotros nos desplazamos hasta donde sabemos que podemos combatir la delincuencia: identificamos, cacheamos y registramos”, confirma el oficial.
Entre los conductores alguna que otra cara molesta, aunque minoría frente a los que se ofrecen a colaborar. No hay decomisos ni detenciones. Tan sólo el encuentro con un viejo conocido que en otra actuación, hace ahora un año, ya fue sorprendido con sustancias estupefacientes adosadas en su cuerpo. “Buena noche, buen servicio”, pronuncia uno de ellos tras superar la inspección. “Esto es como un juego. Si cumples las reglas no tienes problemas, pero si no las respetas la cosa cambia”, sentencia uno de los agentes.
El control se levanta en apenas un minuto. Son las 2:25 de la madrugada y toca nuevo operativo. La unidad se prepara para colarse en el corazón del Príncipe, a pie, en el que puede ser el tramo de la noche más arriesgado. Los agentes recuerdan actuaciones saldadas con éxito y otras con colaboración ciudadana, pero también  días complicados en los que tras una detención a plena luz  les despidieron con lluvias de objetos. “Hasta verduras del mercado y cientos de escupitajos”, rememoran. “Las calles por las que vamos a entrar son las más peligrosas de todo el Príncipe, porque son pequeñas, estrechas... Es muy difícil moverse y hay que tener cuidado”, advierten. El grupo se ha protegido ya con chalecos antibalas, cascos y un escudo. En ocasiones la bienvenida que les brindan desde los pisos altos de los bloques de viviendas contempla el lanzamiento de piedras. Toda precaución es poca. Caminan en fila india, en silencio, comunicándose  con un lenguaje de gestos que decodifican de forma instintiva por pura experiencia.
2:40. A la altura del Polifuncional se topan con un grupo de jóvenes. “Toda va bien”, susurran. Frente a ellos, a unos metros, un vehículo sospechoso con tres jóvenes a bordo. Cacheo y registro, pero nada irregular. “¿Alguna china o algo?”, interroga un agente.
Un local en la planta baja de un edificio, a oscuras y con el interior saqueado, pone en alerta a la UPR. En el subsuelo se oyen voces. La unidad avanza, siempre en silencio, y se topa con un garaje. Seis de los policías entran en su interior y encuentran a cuatro hombres en torno a un cajón que hace las veces de mesa improvisada. De nuevo cacheo, documentación y registro. A oscuras, con linternas, los agentes inspeccionan coches, un cuartillo y los alrededores. “¿Algo que comprometa?”, pregunta un policía. “Nada, sólo estamos pasando la noche con este compañero. Yo ni fumo. Es mi salvación, no tengo vicios”, desliza uno de ellos. La inspección, sin embargo, descubre un puñado de piezas de hachís, confiscadas.
A las 2:55, el grupo comienza su particular serpenteo por el laberinto de callejuelas. Espacios angostos que se abren en apenas metros a derecha e izquierda, trazando esquinas sinuosas en las que es imposible no toparse de frente con quien recorra el camino en sentido inverso. El subgrupo se aposta en una esquina e intenta descifrar una conversación al otro lado del muro, sin ser vistos. De repente se precipitan sobre un grupo de jóvenes sentados frente a una vivienda de dos plantas que despierta alguna sospecha. Hay gritos y momentos de tensión. Los policías han desenfundado las armas y, en plena madrugada, piden calma y reclaman identificaciones. Una mujer recomienda a los jóvenes, desde una ventana, que colaboren. Del interior de la casa aparece su propietario, que exige explicaciones pero tras unos minutos se relaja e incluso agradece la actuación. “Pensábamos que era otra cosa. No sabéis cómo está el barrio”, asegura antes de levantarse el despliegue.
En el camino de regreso a las furgonetas, la UPR se topa con tres individuos. En el cacheo encuentran droga. “Hemos venido a pillar”, reconocen mientras entregan el DNI. Esgrimen quejas y protestas. “¿Por qué nos lo quitan? ¿Qué hacemos si estamos enganchados? ¿Me pongo a robar ahora para conseguir más?”, justifica uno de ellos. La sustancias son decomisadas y se pierden calle arriba, junto a una pared en la que luce otra pintada clarificadora de las leyes no escritas que rigen en el Príncipe: “Vida por vida, y ojo por ojo”.
El reloj ronda las 4:00 y la unidad sale al encuentro de las dos furgonetas. Acaba el periplo de la patrulla a pie por el Príncipe. Fuera chalecos, cascos y escudos. El subgrupo se relaja en su camino hacia el último punto de la jornada: el Poblado Marinero. “Ahora toca cambiar el registro. Pasamos de la tensión del recorrido por las calles estrechas, donde te pueden llover piedras o encontrarte cualquier cosa, a controlar locales, identificar a sospechosos y, sobre todo, intentar que quien haya bebido demasiado no dé problemas”, matiza Foncubierta. Por delante queda aún un puñado de horas, hasta el amanecer. “Hay que seguir, porque la gente cree que todo el mundo es bueno, pero hay muchos malos. Y no somos nosotros”, concluye.

Inspección de vehículos
Un control montado en apenas segundos

Durante la noche los agentes se apostan alrededor de las rotondas que dan acceso a la barriada Príncipe Alfonso. Detienen vehículos y obligan a los conductores a bajar para identificarse e inspeccionar el interior. Cada uno conoce a la perfección el lugar que debe ocupar y hay apoyo de armas. “Nunca se sabe lo que puede ocurrir cuando abres la puerta de un vehículo”, asegura uno de los miembros de la UPR de patrulla.

El punto más conflictivo
Patrulla a pie por la red de callejuelas

El ‘punto negro’ en el que se ha convertido una porción del Príncipe como nido de delincuencia encuentra su epicentro en la red de callejuelas que marcan su peculiar trazado. Los agentes confiesan que en más de una ocasión han sido recibidos a pedradas y que la dificultad para entrar o salir de ese particular laberinto complica las operaciones. De ahí que el despliegue a pie esté calculado, sin margen de error. En las calles más anchas, como la de la imagen superior, uno de los agentes protege la retirada con el escudo para anticiparse al probable lanzamiento de objetos a media distancia. En la fotografía del centro, una identificación de tres individuos sorprendidos de madrugada merodeando por la zona. En la inferior, la unidad recorre una de las avenidas del barrio en busca de posibles sospechosos o actividades ilícitas.

Registro
Droga decomisada en la visita a un garaje

Cuatro personas en un garaje despertaron sospechas a los agentes de la Policía Nacional. No encontraron en su interior nada irregular, salvo unas piezas de hachís que fueron confiscadas (aparecen en la imagen, a la derecha). La inspección se extendió a parte de los vehículos estacionados en su interior por si pudieran ser utilizados para el transporte de algún objeto o sustancia sospechosa.

 

“Unos alimentan el odio; otros te lo agradecen”

La etiqueta de “barrio más peligroso de España” acuñada más allá de Ceuta para identificar al Príncipe puede ser más tópica que real. Eso es, al menos, lo que creen los integrantes de la UPR, que asumen que patean a diario el punto más caliente de la ciudad, con poderes que crecen o menguan al calor del delito y resoluciones de conflictos  que hacen fluir sangre, pero donde una mayoría colabora. “Es que hay de todo. Te encuentras con el típico niño de 12 años que al ver a un policía pasar le insulta o le mira mal, porque hay quien se encarga de alimentar ese odio, y al lado a una persona mayor que te para y te agradece que estés ahí, que veles por su seguridad”, aclara el oficial al mando de la unidad.
Los años y años de servicio acumulados en Ceuta, pese a llegar en su día desde el otro lado del Estrecho, le permiten concluir que en realidad la zona es “tranquila”, pero víctima de una “idiosincrasia” particular, tanto que son esas barreras que la aíslan del resto de la ciudad las que alimentan sus problemas. El primero, señala Foncubierta, es el entramado de “intereses creados” en torno a la barriada. Sin citarlas expresamente, se intuye que se refiere a la red de bandas que se han hecho fuertes en sus calles, que captan a jóvenes para que integren su particular infraestructura y que han instaurado un régimen de silencio en el que los policías más que servir a los ciudadanos aparecen como “los malos de la película”. Los roles asignados a cada uno de los colaboradores incluye el de los informadores: cuando el uniforme policial se deja ver por un extremo del barrio los móviles se encargan de lanzar la alerta y de poner en fuga a quien esté en riesgo de pasar una temporada por prisión.
El otro déficit es fruto del desorden urbanístico. El caos del ladrillo en el que se convirtió el Príncipe aupado la explosión demográfica y constructora de los años 80 beneficia los delincuentes, que conocen el entramado de calles al centímetro y saben cómo explotar la baza a su favor. “El barrio parece más peligroso por la estructura de sus calles. Hay una circunvalación y una gran avenida, que es la que acaba en la Iglesia. Pero alrededor lo que existe es una re de callejuelas por las que sólo es posible patrullar a pie, es imposible introducir un vehículo. Eso implica moverte por unas 200 calles sabiendo que si hay un problema todo se complica”, añade el oficial al mando de la unidad. “Si la zona fuera más transitable, seguramente todo sería más fácil”, añade antes de concluir que “las zonas fronterizas son complicadas, pero aquí se añade que tenemos puerto, con el tránsito que supone, y además lindamos con Marruecos”.

 

El grupo que cazó a ‘El Pincho’

Ocultan el rostro y su identidad por motivos evidentes de seguridad, pero los diez integrantes de la UPR que aparecen en la imagen  –más otro que cuenta con nuevo destino– lucen en la hoja de servicio la actuación que a finales el pasado mes de octubre concluyó con la puesta a disposición judicial de Nordi H. M., que entre otros sucesos se vio envuelto en un tiroteo en diciembre de 2012 a la altura de Puente del Quemadero.
El oficial al mando de la unidad reconstruye los detalles del operativo desplegado aquella noche, cómo se acercaron hasta el punto exacto por donde sospechaban que podía pulular El Pincho y cómo se toparon efectivamente con él. Uno de los agentes tenía grabado su rostro en la memoria, lo identificó y le dio el alto, pero el presunto delincuente no estaba por la labor de facilitarles la noche. Parte del grupo de seis jóvenes que le acompañaba fue retenido, pero otros huyeron siguiendo sus pasos. A Nordi H. M. le dieron caza tras una persecución de casi un kilómetro, y reducirlo no fue sencillo. “Se resistió y hubo que esforzarse por contenerle, porque su intención era huir”, recuerda Foncubierta.
Todo ocurrió en las mismas callejuelas que patrullaban en la madrugada del sábado. La reconstrucción de los hechos conduce, necesariamente, hacia el arma que portaba El Pincho. “Portaba una pistola que estaba cargada, con el seguro quitado y con una bala en la recámara, así que no se descarta que pudiera ser utilizada de forma inminente”, añade la UPR. Luego sería identificada como una HK USP Compact 9mm Parabellum. Su aventura acabaría frente al juez y camino de prisión.
Las últimas actuaciones del subgrupo incluyen la contención de la marea humana que protestó arrojando una lluvia de piedras durante los disturbios de la frontera, en el mes de julio. Y también la interceptación, hace apenas una semanas, de un joven que portaba un arma simulada, de gran parecido con un revólver real, pero cuya culata había sido recubierta con esparadrapo para ser utilizada, presumiblemente, en algún atraco y evitar dejar huellas.
A esa decena de compañeros Foncubierta los define como “gente sana, jóvenes y deportistas”, pero sobre todo “especialistas en su función, que forman un grupo cien por cien coordinado y esforzado en la realización de su trabajo con la máxima dedicación y profesionalidad posible”. Y todo enfocado hacia “el deber principal de atender al ciudadano, de servir a la sociedad, de trabajar allá donde haya una incidencia”. Y eso, como bromea el oficial, “aunque al final algunos nos tiren cosas cuando nos ven”.

Más de 800 identificaciones y 17 detenidos en el barrio en octubre

El despliegue de la UPR y de otras unidades en el Príncipe arroja sus frutos en forma de cifras y balances. Según datos oficiales, el Cuerpo Nacional de Policía practicó el pasado mes de octubre 17 detenciones en la barriada, entre ellas ocho por infracciones vinculadas a la Ley de Extranjería y otras dos de personas reclamadas por la Justicia. Los agentes identificaron a 881 ciudadanos y controlaron el paso de 436 vehículos. También se recuperaron 17 armas blancas y una de fuego (la que se encontró a ‘El Pincho’) y fueron localizados dos vehículos sustraídos. Todo ello, gracias a un total de 243 despliegues a pie y 54 fijos que también facilitaron la tramitación de 50 actas por tenencia de sustancias estupefacientes y 22 por tenencia de armas sin licencia. Los agentes atendieron 27 llamadas de vecinos y actuaron en cuatro incendios.

 

                     

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