Opinión

Celebración de la Hispanidad

Tengo dicho bastantes veces que los españoles tenemos por nuestros peores enemigos a los propios españoles. No hace falta que nos vengan de fuera a criticar nuestros defectos, porque de eso ya nos encargamos nosotros, si hace falta, hasta para auto inculparnos de que todavía no se hayan juntado el cielo y la tierra. Por eso, uno a veces siente envidia sana de ver que en otros países sus nacionales se unen como una piña contra quienes critican a su nación, o censuran a sus compatriotas, su historia, sus símbolos, su idiosincrasia, su forma de ser o de sentir, que, con razón o sin ella, todos defienden al unísono lo suyo con uñas y dientes.
Pero como “España es diferente”, pues sus naturales andamos siempre tirándonos al degüello. Que si España como nación es “discutido y discutible”, a pesar de serlo desde los visigodos; que si Cataluña y el País Vasco sí que son auténticas naciones, aun cuando nunca pasaron de mero condado y simples señoríos; que si a ambas les asiste su sacrosanto “derecho a decidir”, cuya figura jurídica para el Derecho Internacional ni siquiera existe; que si las pitadas al rey, al Himno Nacional o la quema de banderas españolas; o que por qué tenemos que celebrar el Día de la Hispanidad, cuyas protestas y manifestaciones para que deje de conmemorarse el 12 de Octubre, cada año arrecian más, incluso desobedeciendo autos judiciales de forma provocativa, desafiante y chulesca, rompiéndolos públicamente ante las cámaras de televisión avisadas previamente, con tal de abominar ante las redes sociales de España y todo lo español. Y es que algunos tienen tal complejo de inferioridad que quieren a toda que nos avergoncemos y pidamos perdón por haber descubierto, conquistado y evangelizado América, la mayor gesta que haya conocido el mundo y de la que todos los españoles deberíamos sentirnos muy orgullosos.
Hasta la emblemática estatua de Colón en Barcelona, que es uno de sus monumentos más representativos,  pretenden ciertos anti sistemas demoler. Y eso que el almirante descubridor no era español, sino genovés. Bueno, eso si yo no estoy equivocado, porque años atrás ya tuve que salir con otro artículo al paso de mendaces declaraciones de un llamado Institut de Nova Historia - otra institución más del extenso elenco de organismos ilegales creados en Cataluña con el dinero de todos los españoles - subvencionado por la Generalidad y dirigido por “historiadores” de tan reconocido prestigio como que no les produce ningún sonrojo arrogarse públicamente para Cataluña la figura del descubridor y otros ilustres españoles, declarando solemnemente que Colón, Hernán Cortés, Pizarro, Almagro, los hermanos Pinzón, Cervantes, Bartolomé de las Casas, San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús, el Gran Capitán, Elcano, El Quijote, El Lazarillo de Tormes, La Celestina, así como los extranjeros Leonardo de Vinci, Américo Vespucio, Miguel Ángel, Lutero, Magallanes, Erasmo de Roterdam, y hasta el “sunsur cordam”, pues ahora resulta que eran catalanes, pero que “España se los arrebató a Cataluña en un fraude orquestado durante siglos”; no digamos ya de la milenaria monarquía catalana, los “paisos catalns” o el  imperio de Cataluña, de los que tanto presumen, pero que jamás existieron.
¿Pero cómo se puede ser tan cenutrio como para aseverar tan tremendas monstruosidades?. ¿Tan ignorantes son los separatistas catalanes para que nos tengan a los demás por iguales?. ¿Es que no saben que en los Registros Civiles y Eclesiásticos existen actas, documentos fehacientes, que hacen prueba plena contra tan burdas mentiras?. Más a mí aquí me asalta la siguiente pregunta: Si esos “historiadores” soberanistas son capaces de inventarse tan tremendas barbaridades, con tal de arrogarse la paternidad catalana sobre las más relevantes figuras de los que hicieron posible la epopeya española en América, ¿cómo se explica que ahora ellos mismos se contradigan tan ridículamente para arremeter contra Colón y su monumental estatua levantada en Barcelona, en la plaza que en 1888 tanto empeño tuvieron en darle su mismo nombre; o también contra la celebración de la Hispanidad, con la insultante falacia de que los españoles no hicieron en América sino cortar cabezas y cometer y genocidio?. ¿Es que no se dan cuenta tales “eximios”” que con su mediocridad cultural desacreditan a Cataluña, a tantos miles de catalanes cultos e inteligentes y a ellos mismos?.
No se puede negar que en la conquista los españoles cometieron muchos excesos, como toda lucha de tal naturaleza conlleva, y que ya fueron denunciados por el obispo Bartolomé de las Casas en su mal llamada “Brevísima relación de la destrucción de las Indias”, publicada en 1699. Pero de eso, a calificar de “genocidio cultural” la ingente obra de España en América, no es más que una aberración propia de los más ayunos e ignorantes en cultura. No se puede insultar la increíble obra del descubrimiento y evangelización de América, conquistando a los grandes imperios inca, azteca y otros extensos territorios, teniendo que luchar contra cientos de miles de indígenas con sólo unos 400 españoles en el caso Méjico por Hernán Cortés, y en parecida proporción en el caso de Francisco Pizarro en Perú. Eso sólo se consigue con heroicidad, derrochando coraje e indómito valor. Más aquella colosal hazaña, sólo se puede medir con el metro histórico del tiempo en que se vivió, teniendo en cuenta que entonces existía el derecho de conquista que los Estados europeos reconocían, practicaban y los Papas legitimaban con la autoridad del poder que entonces la Cristiandad les confería, en una época en la que no existía libertad religiosa y al cristianismo se tenía como la única fe verdadera inseparable de la conciencia universal.
No se olvide que aquellos bravos conquistadores (en su gran mayoría extremeños) eran recibidos en el Nuevo Mundo disparándoles a bocajarro con flechas envenenadas que les hacían mortales de necesidad; tuvieron que soportar toda clase de inclemencias y naufragios, como hacer la travesía de grandes Océanos teniendo que vencer mares procelosos en los que numerosas embarcaciones y tripulaciones se perdían; andar en un territorio inhóspito y desconocido, donde tenían que sobrevivir harapientos, descalzos, a veces hambrientos, teniéndose que alimentar con pieles y raíces de árboles, con alimañas, serpientes y otros animales repugnantes y siendo víctimas de numerosas enfermedades desconocidas. Y aun cuando allí se encontraron con personas humanas como ellos, pero  practicaban el canibalismo, la sodomía y el sacrificio inhumano de hasta 20.000 jóvenes cada año que engordaban para después abrirlos en canal su propia familia y ofrecerlos inmolados a sus dioses, y que los nuestros entendieron que tan horrendos crímenes tenían la obligación cristiana y moral de erradicarlos a toda costa. Y también en aquel tiempo se practicaba la esclavitud, que en casi todo el mundo se tenía por normal y lícita.
Y tuvieron en su contra la feroz “leyenda negra” que los países protestantes anglosajones y nórdicos desataron contra España por envidia y para disputarle el poderío que entonces tenía, en cuyos dominios de Felipe II  se decía que “no se llegaba a poner el sol”. Y con independencia de la parte de verdad que tuvieran algunas denuncias de Las Casas, al principio él mismo tuvo en las Antillas varias Encomiendas de explotación de esclavos. Y muchas de sus denuncias vertidas contra España y que la leyenda negra magnificó, luego resultaron ser falsas, o exageradas, o inexactas, como después demostraron autores de la talla de Theodor Bris, Antonio de León Pínelo y Juan de Solórzano Pereira, en el siglo XVII; Juan Ginés de Sepúlveda en su obra “Demócrates Altei”; también desmontadas por Menéndez Pelayo en el S. XIX y en el XX con Menéndez Pidal, Judería y Carbia. El norteamericano Maltby, profesor de Historia de Sudamérica en una universidad de EE.UU., en 1971 publicó en uno de sus libros: «Ningún historiador que se precie puede hoy tomar en serio las denuncias injustas y desatinadas de Las Casas (…). En resumidas cuentas, debemos decir que el amor de este religioso por la caridad fue al menos mayor que su respeto por la verdad». Y otro escritor norteamericano, F. Ch. Lummis, dijo: “Nunca otra nación madre dio jamás a la luz ninguna de las conquistas en la Historia de América que pueda compararse con la que los españoles realizaron”.
Isabel la Católica, en su Real Provisión de fecha 20-12-1503, regulaba el trato que debía darse a los indígenas por los titulares de Encomiendas: “Mando a vos – decía - dicho nuestro gobernador, que hagáis pagar a cada uno el jornal e mantenimiento que según la calidad de la tierra e de la persona e del oficio vos pareciere que debiere haber (…). Lo cual hagan e cumplan como personas libres, como lo son, e no como siervos, e hacer que sean bien tratados e los de ellos. Y no consintáis ni deis a que ninguna persona les haga mal a los indios ni ningún daño o desasosiego alguno”. En 1530 Carlos I prohibió allí toda clase de esclavitud. Las Nuevas Leyes de 1542 reconocían a los indios como súbditos libres de la corona española. Felipe II ordenó: «Yo he sido informado que los delitos que los españoles cometen contra los indios no se castigan con el rigor con que se hace los de unos españoles contra otros (...) Os mando por ello que de aquí en adelante castiguéis con mayor rigor a los españoles que injuriaren, ofendieren o maltrataren a los indios, como si los mismos delitos se cometiesen contra los españoles». Y las Leyes de Indias fueron mucho más avanzadas socialmente que las dadas en la Península para los españoles. Regulaban los trabajos en las minas, prohibían las duras tareas y determinaban hasta el peso máximo que podían coger los indios.
Tan “eruditos historiadores” del mencionado Institut catalán deberían saber que hay un aspecto que se dio en América que nunca llegó a darse en ningún otro país colonizado. Y fue la unión consanguínea entre las razas española y americana, dando así lugar a la mezcla de ambas etnias a través de matrimonios y uniones legales entre españoles e indígenas, que vino en llamarse el “mestizaje”, o cruce de razas. Pues que comparen eso con el “apartheid” o separación de razas que tan a rajatablas se practicaba en las colonias inglesas de la Commonwealth, o en los EE.UU. con los indios norteamericanos. Esto último, lo ha resaltado el prestigioso escritor Hugth Thomas, al decir en uno de sus libros: «El mestizaje fue la mayor obra de arte lograda por los españoles en el Nuevo Mundo, una mezcla de lo europeo y lo indio. A aquellos que piensen que se trata de una afirmación obvia, les pediría que consideren cuán raro fue este estado de cosas entre los anglosajones y los indios de Norteamérica. Existen razones obvias para dicha rareza, por supuesto –y no es menor la ausencia de una sociedad urbana entre los indios norteamericanos–, pero no tenía por qué haber constituido una barrera tan grande como resultó». Y hace unos años, los pocos indios norteamericanos que quedan sin exterminar, solicitaron al Presidente de EE.UU. que les fueran restablecidos los mismos derechos y tierras que en el siglo XVI habían recibido de España.
En resumen, lo que hicieron en América España y los españoles, no cabe en la Historia española, pertenece a la Historia Universal, porque dieron a nuestro país universalidad en América. Y la celebración de la Hispanidad nos une a pueblos e individuos a los que el destino quiso darnos un tronco común con estrechos lazos históricos, de sangre, fraternidad, cultura,  lengua, religión y todo un sinfín de valores que hoy nos confieren una identidad común, de la que la inmensa mayoría de españoles y americanos nos sentimos orgullosísimos.
Sólo desde la ignorancia y el resentimiento de algunos se puede mostrar rechazo por tal hecho universal, que a españoles y americanos nos suscita hondos sentimientos fraternales y profundo afecto. Todo obedece a que en España estamos ahora empeñados en poner todo al revés, en romper todo lo que nos une y en reconstruir todo lo que nos separa. Y, claro, así nos va.

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