A ella la conocí mucho antes, pero volví a encontrármela cuando ya era la esposa de nuestro protagonista. En cambio, él apareció en la vida de todos los que integrábamos el club, cuando un antiguo socio lo presentó como nuevo miembro. Entonces empezó a relacionarse en aquel círculo, aunque no fue persona fácil para hacer amistades. Nunca se entregaba a la primera sino que, muy al contrario, sus relaciones se forjaban poco a poco, si bien su mujer le ayudó siempre a romper barreras y compartir buenos ratos con los demás.
Tardé tiempo en darme cuenta que su trabajo y sus responsabilidades como funcionario estaban en otro mundo distinto al de la amistad. Nuevamente me costó aclimatarme a resolver asuntos de su departamento con alguna persona desconocida, pero así era nuestro hombre. Esa rectitud llevada al límite quizás, le cerró algunas puertas pero ese era su carácter y esas eran sus convicciones, tan extrañas hoy en día.
Su paso por aquel club llamado Rotary fue definitivo porque bajo su presidencia se llevó a cabo una iniciativa a la que Ceuta debe mucho. Él, muy valiente, estampó su firma en un escrito que consiguió el milagro de establecer la libre competencia en las líneas marítimas del Estrecho. Aquellos folios llenos de datos, llevaron a las autoridades competentes al convencimiento de que en Ceuta existía una concertación en precios que impedía dicha libre concurrencia. Y aquella situación injusta terminó.
Luego pasamos muchos años juntos con nuestras esposas, compartiendo experiencias en los más variados escenarios, desde disfrazados en Carnaval en Ceuta o discutiendo cerca del Etna en Italia, hasta bebiendo cerveza en la Oktoberfest de Munich o paseando con su perro por el puerto. Pero donde se ganó el sobrenombre de Giuseppe, fue en aquel pueblo siciliano donde hizo de intérprete para acompañar al supuesto alcalde a un inhóspito paraje con futuro industrial, donde habían colocado el nombre de Ceuta. Allí hizo gala de una paciencia que realmente no tenía y, cosa rara, se calló lo que realmente pensaba.
Su profesión fue la arquitectura pero, aparte de la familia, sus grandes pasiones estuvieron en cosas tan dispares como la caza y los coches antiguos. Podía pasar horas y horas de viaje para asistir a una jornada cinegética, una montería, o emplear días y días en recomponer un vehículo con piezas traídas de países lejanos para, al final, devolver la lozanía y el empaque a una carrocería que antes era carne de desguace.
Y la poesía. También utilizaba la prosa para sus críticas, pero me sorprendía cuando mandaba versos bien concebidos y rimados, para denunciar una situación o describir un personaje. Sin embargo, su principal legado es el ejemplo de entereza, de valor y de fe que desplegó desde que le diagnosticaron la terrible enfermedad. Nunca había visto una persona tan entera, buscando soluciones siempre e incluso animando a los que le rodeábamos. Giuseppe ha sido un ejemplo para todos en su familia, en el Rotary y en los círculos que frecuentaba por sus variadas aficiones.
Él que no faltaba ni un año al Carnaval de Cádiz, también apareció por la tacita de plata en 2017, pero ya muy cerca del final. Este año habrá visto las comparsas y las murgas desde allá arriba, vestido de cazador y en un coche de época, rodeado de los pájaros que antes tanto le temían. Desde esta Ceuta en plena crisis que tu anunciabas, hasta siempre Giuseppe, hasta siempre, José María Morillas.