La Historia es la que es y solamente hay que echar la vista atrás en el tiempo para darse cuenta que esta se repite una y otra vez. En nuestro país tal afirmación tiene especial incidencia, dándose una peligrosa tendencia en insistir en los mismos errores que históricamente tanto sufrimiento nos han causado, hecho este que sin duda, nos da muestra de la catadura moral y por supuesto falta de talla de una parte importante de los políticos que han tenido la responsabilidad de dirigir los destinos patrios, en cada uno de esos momentos de nuestra historia.
El asunto catalán es buen ejemplo de todo este despropósito histórico, una región levantisca desde antaño a causa de la actuación de unas élites políticas y económicas que han querido aprovechar en beneficio propio la singularidad regional, de profundas raíces españolas, propia de aquellas tierras, la cual han manipulado y vomitado en una especie de mejunje con el que han contaminado a una parte de los catalanes, a quienes han enfrentado directa e irracionalmente contra su incuestionable condición hispana.
Quizá la nación española haya sido en exceso generosa en su deseo de apaciguar los ánimos de esa parte contaminada, llegando incluso a asumir la culpa por las consecuencias derivadas del abuso de esas élites, accediendo al chantaje victimista de estas y viéndose en la obligación de colmar todas y cada una de las exigencias que eran requeridas como parte del desagravio.
Pero acceder al chantaje por lo general suele traer nefastas consecuencias para quien a ello se presta, pues el extorsionador rara vez tiene medida en sus exigencias. Ese ha sido el gran error de España con su región catalana, asumir como algo normal la práctica extorsionadora, concediendo y cediendo más de lo que la lógica aconsejaba, permitiendo el insulto, el desprecio y la manipulación de unos políticos regionales que veían como de esta forma se podían llenar los bolsillos, abandonando, y esto es lo peor, a una parte de los españoles quienes por miedo o adoctrinamiento generacional han sucumbido al mensaje de sus captores, convirtiéndolos una vez más en la historia en sus cómplices, pero también y cuando devienen las consecuencias, en sus chivos expiatorios.
La España de hoy, la del régimen del 78, posiblemente afectada por un severo síndrome de Estocolmo, ha sido connivente en exceso con quienes perpetraban la fechoría, haciéndose participe en más de una ocasión de ella, consintiendo lo indecible en aras de una supuesta estabilidad política, aún a sabiendas que esta se esfumaría en el momento que el chantajista dejara de percibir la minuta estipulada. Así ha sido y en este punto nos encontramos, con un gobierno intentando recomponer las bases del chantaje al que ya se había acostumbrado y con una élite política catalana a la que ya todo le parece poco, todo ello mediatizado por una tremenda fractura social en Cataluña que amenaza con incendiar toda la región, extendiendo como no podía ser de otra forma el humo y las cenizas al conjunto del país del que indudablemente forma parte.