Opinión

Catalepsia

Hace unos días escuché una conversación que no tiene desperdicio.

“Estaba destinado en un lugar muy distanciado de la vida de la metrópolis”.

Allí aunque no existían muchos adelantos, sí que había una cosa: camaradería.

De la que los hombres de ciudad conocen muy poco.

Solo debemos de pensar, en algunos casos, si conocemos a todos los vecinos de nuestro bloque.

Se encontraba dando una vuelta por su zona, andando, ya que coincidió con la falta de dinero para carburantes, cuando unos cabreros le pusieron al corriente de que uno de sus compañeros no había vuelto de su lugar donde solían pacer con su rebaño.

Lo curioso era que sí lo habían hecho tanto el perro guía como las ovejas y cabras que este pobre hombre cuidaba habitualmente.

Se procedió a la búsqueda del mencionado y sabiendo las costumbres se le encontró.

El pobre yacía muerto al lado de un árbol y parecía que había sido un ataque cardíaco, por la forma que estaba arrecostado hacia el limonero, que le estuvo dando sombra y le vino el suspiro final.

Se procedió a la llamada del forense y juez correspondiente, y todos hicieron lo mismo; por estar en un lugar muy difícil de llegar que se levantaría el cadáver y después el médico dictaminaría la defunción del mismo.

Gracias a unos buenos amigos se pudo meter al finado en un coche, teniendo que ir la caja fuera de la parte trasera.

Muy despacio se llevó al principio dirección hacia la Casa Cuartel, mientras se hacían las indagaciones y se hablaba con los familiares.

Se dejó en la sala donde se daba antiguamente la academia a los guardias civiles un par de veces a la semana y allí trascurridos casi dos días, se escucharon de buenas a primeras unos chillidos terroríficos.

Nadie quería entrar en tal estancia hasta que nuestro protagonista se hizo el valiente.

Observó que los berridos no eran del otro mundo, sino que procedían del interior de la caja fúnebre.

Rápidamente abrió el féretro y fue cuando apareció, sacando la cabeza, el hombre que según el dictamen del médico estaba muerto.

Pero eso no era lo cierto.

Este señor estaba vivito y coleando.

Los que no tuvieron un buen día, debido al ataque de ansiedad, fueron esos pobres honrados defensores de la Ley y Orden, los guardias civiles que estuvieron de turno en ese momento.

Todavía está presente ese instante.

Los principios que pueden llevar a esta escena se pueden buscar en nuestra enciclopedia llamada Google de internet y se llama catalepsia.

Hay muchos casos donde se ha llegado por parte de un profesional de la medicina a esta conclusión, ya que al no respirar y tener casi cero pulsaciones por minuto, se puede confundir y dar un diagnóstico desafortunado.

Como fue el caso.

Y muy agusto que se quedó el nuevo ser vivo.

Durante mucho tiempo se estuvo poniendo un sistema antierror muy curioso, que la verdad era muy ingenioso.

Al finado se le colocaba un anillo que iba amarrado a un hilo de nailon fuerte, que iba conectado a una campanilla.

Este sistema era un antipérdidas de vidas ya que cuando sonaba la misma todos sabían que algo anormal ocurría.

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