Hakhalid, de 16 años, y Hamza, de 25, mostraban con orgullo para las cámaras de FaroTV sus heridas. Como tantos otros jóvenes, algunos de ellos menores, que se agolpan a diario a las puertas de la casa de los padres de Sabah Hamed Mohamed. Son las señales de que consiguieron saltar la valla hace tan solo una semana. No quieren ir al Hospital Universitario de Ceuta porque tienen miedo de que se los lleve la Policía Nacional y los devuelvan a Marruecos.
Cada día pueden ducharse, cambiarse de ropa y esperan a que les den un plato de habichuelas o del puré de guisantes que preparaban las amigas de Sabah. Aunque cada día el menú cambia. Aisha Mohamed acude cada mañana desde el lunes a casa de su prima Sabah para hacer los guisos, que sirven junto a pedazos de pan, agua y zumos a los centenares de personas que entran sin descanso en la vivienda y que esperan a las puertas de la antigua cárcel de los Rosales.
Ropa, comida, agua, mascarillas y una ducha. Parece algo simple, pero es una ayuda muy necesaria para estos jóvenes que llegaron a nuestra ciudad hace ya más de una semana y que deambulan por las calles sin un rumbo fijo, pero con una idea clara: no volver a Marruecos.
“Llegan muchas personas. Ayer (por este lunes) precisamente pasamos el límite. Tuvimos más gente que nunca y contamos mil personas. Hoy (refiriéndose a este martes) vamos ya por 300 y pico, más todas las personas que quedan todavía en la puerta. Lo que estamos haciendo es muy sencillo: que se aseen, si necesitan ropa se la damos y todo lo que les haga falta, y comida y ya está”, explicaba Sabah Hamed Mohamed mientras seguía sacando más bolsas con ropa para los inmigrantes.
La casa de sus padres siempre ha sido un lugar de acogida, pero cuando vio desde su nave del Tarajal, donde tiene su almacén, que venía tantísima gente desde Marruecos con intención de cruzar a Ceuta, reconoce que tuvo miedo.
“Vi que entraban y entraban y que no paraba de entrar gente y me asusté. No sabía que era lo que había detrás de eso ni que era lo que estaba pasando. Aquel día yo no hice nada. El martes por la noche decidí de hacer una olla de macarrones y salimos mi amiga Nayat y yo. Hicimos 28 kilos y creíamos que con eso tendríamos suficiente, pero no llegamos ni a salir del barrio. Eso se repartió solo en Los Rosales. Luego otras amigas hicieron unos 60 bocadillos y bajamos a la frontera. En el camino muchos chicos nos paraban y nos decían que por favor necesitaban ayuda y que tenían mucho miedo”, recuerda la ceutí de 59 años.
Fue a raíz de ahí, que Sabah, “con la ayuda de muchas amistades”, empezaron con esta labor humanitaria tan importante. “Empecé con algunas cosas que yo tenía en mi casa, de alimentos y ropa, y ahora todos los cuartos están llenos de ropa, cosas de higiene, toallas y de todo. Todos los días digo: ya estoy cansada y que voy a parar. Pero al final no puedo y seguiremos haciéndolo mientras podamos”.
En su casa ahora mismo no cabe ni un alfiler. Montañas de ropa y zapatos llenan cada rincón de la primera planta de la casa, donde también están las duchas. En la segunda, además de más duchas, está la cocina y en la tercera, la terraza. El móvil de Sabah no deja de sonar. Son muchas las personas que en estos días le están llamando para ofrecerle cualquier cosa que puedan necesitar para ayudar a estas personas.
“El domingo me he emocionado un montón porque vinieron muchos matrimonios cristianos que me han donado muchísima ropa y me preguntaron qué es lo que me hacía falta. Ayer vino gente también de Gibraltar y nos ha donado casi un camión de ropa y ayer (lunes) también vino gente de las naves a darme zapatos. Lo más que nos hacía falta eran calzoncillos y calcetines, hicieron una recolecta y nos han donado de todo. Otro empresario de las naves nos ha traído zumos. La verdad que estoy muy agradecido y esto demuestra que somos una ciudad muy solidaria”.
Este martes, según contabilizaron, repartieron ropa interior a 1.000 personas. Esto muestra la cantidad de gente que se acerca a diario hasta su casa. Un efecto llamada que se va corriendo de boca en boca. Confiesan que hacen lo que pueden porque están desbordados.
Además, Sabah les explica que lo mejor es que se vayan porque ahora no es el momento para intentar cruzar a la Península o quedarse en Ceuta. “Nosotros aquí en Ceuta nunca hemos visto esta cantidad de gente entrar. Todos vienen con una ilusión y con su historia. Unos son huérfanos y otros que antes se buscaban la vida con la frontera y que ahora están muy mal. Son historias que te llegan al corazón, pero no podemos hacer nada. Muchos se han ido, pero hay muchos que no quieren”, confiesa Sabah.
Ahora recibe a diario a más de 400 jóvenes a los que deja ducharse, les ofrece ropa limpia y les da un plato de comida caliente. Pero Sabah, sus amigas y los hijos de sus amigas, empiezan a estar cansados: todos los días terminan de limpiar y desinfectar toda la casa sobre las 3 de la mañana. Sin embargo, sus ganas de ayudar a los más desfavorecidos pesan más que el cansancio.
En la casa de Sabah no duerme ninguno de estos chicos, excepto Hamza El Karch, de 23 años. Su padre murió y su madre sólo le tiene a él. Habla con ella por WhatsApp para que sepa que está bien y que lleva dos días durmiendo en esta casa de Los Rosales. Es de Fez, pero entró en Ceuta a nado hace justo una semana.
Hamza El Karch cuenta que vino a Ceuta no para quedarse, sino “para llegar a la Península”. “Ceuta es solo un camino. No me quiero asentar aquí en Ceuta, pero como me ha pasado esto en la pierna los de Cruz Roja me trajeron aquí y por eso estoy aquí”, explica.
Este joven marroquí trabajaba y vivía desde hace dos años en Castillejos, pero “como Marruecos no nos da ni futuro ni nada” sin pensarlo dos veces cruzó la frontera del Tarajal. “Estaba allí con mi familia. Pero al cerrar la frontera estaba solo. Allí no hay ni trabajo ni nada y por eso pensé en venirme aquí para buscar un futuro mejor, pero no aquí. Yo quiero llegar a la Península o a cualquier sitio de Europa. En Marruecos no hay ni futuro ni nada”, lamenta.
Hace tres días se rompió la pierna huyendo de la Policía. “Yo no hice nada. Eran unos chicos que estaban robando, pero escapé porque no quería que me cogiera la Policía y me llevara a la frontera y me devolvieran a Marruecos”.
Ahora tendrá que esperar a que su pierna mejore para poder alcanzar su sueño: llegar a la Península. Un sueño que comparte con tantos y tantos jóvenes que aún siguen en nuestra ciudad con esa esperanza.
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