En lo que supone la tercera entrega en solitario del Vengador Dorado, cuarta película en total, también asistimos a la circunstancia de que estamos ante lo incierto del futuro de su protagonista enfundándose la armadura, puesto que hasta aquí llega su contrato con Marvel. A favor de la continuidad está el incentivo económico que sin duda va a tener, puesto que a día de hoy no se concibe el personaje sin un Robert Downey Jr. que lo ha fagocitado con la naturalidad del enorme (en calidad profesional, se entiende) actor que es. También es obvio que el actor es un gran fan y se lo pasa realmente bien haciendo heroicidades y bromas socarronas en la gran pantalla. Pero también ha anunciado que podría pensarse encauzar su carrera por otros derroteros, que todo desgasta, y evidentemente la productora no va a dejar de seguir explotando su mayor gallina de los huevos de oro. La vida siempre sigue, aunque no sea lo mismo, y si, permítanme el momentáneo cambio de tercio, Heath Ledger hizo como hizo de Joker tras Nicholson, todo es posible. El caso es que mientras se deshoja la margarita, la mayoría coincidimos en que Downey Jr. ha saltado el listón que él mismo se puso bien alto y realiza la mejor interpretación de Tony Stark hasta el momento, echando el resto y aprovechando la oportunidad que le brinda un guión que le concede más minutos que nunca sin armadura, pudiendo mostrar un aspecto de carne y hueso del héroe en apuros, así como algunos de los demonios interiores que humanizan al icono público de la frivolidad con traje de alta costura.
El guionista, actor y director Shane Black, consumado especialista del cine de acción en cuyo currículum están los libretos de películas que dejaron huella como Arma letal, El último boyscout o El último gran héroe, es quien toma los mandos de la macroproducción sustituyendo a un Jon Favreau que sigue ligado al proyecto en tareas ejecutivas y en el papel de Happy Hogan, ahora más liberado y con más minutos de aparición.
El resultado es notable, si exceptuamos el auténtico des-pi-po-rre pirotécnico del final, y el diseño artístico de la armadura, horrendo con avaricia.
Se toma lo en serio que debe y lo en broma que necesita, la trama tiene interés, el reparto, con la atractiva inclusión de Rebecca Hall, Guy Pearce y (sobre todo, poniendo cara a un atípico Mandarín, cuyo particular enfoque logra que no quede ridículo en la gran pantalla) Ben Kingsley, está a la altura de lo que se vende y el espectáculo, sin llegar a los tintes épicos (en todos los sentidos) de la predecesora Los Vengadores, como seguramente tiene que ser, merece mucho la pena. Por supuesto hay referencias al resto del universo marvelita y a todo lo que está aconteciendo por otros lados, así como impagables cameos de Stan Lee (como siempre) y Mark Ruffalo (búsquenlo, búsquenlo…). Y todo ello en los albores de un curso cinematográfico plagado de grandes eventos superheroicos. Lo siento por los detractores…
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