Tribunas

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Esa es una de las cifras. Otros la reducen a 17, ayer algún medio la elevaba a 21. Ni en esto nos ponemos de acuerdo. Son números, números de muertos. De personas que naufragaron cerca de Melilla y cuya historia llegó a protagonizar la segunda o tercera noticia de los medios de comunicación nacional.

Dos minutos de reloj después de la información sobre el frío que estamos pasando los españoles. Hoy ya poco se habla de ellos. Los muertos quedaron en Marruecos. La historia murió con sus cuerpos porque ahora interesa saber cómo es posible que dé a luz una cría de 11 años y que encima el padre de la criatura sea su propio hermano, por ejemplo.

De esas 17, 20 ó 21 personas (ni en eso acertamos) nada más se sabe porque hoy habrá otros asuntos que captarán nuestra atención. Y no porque en ellos se esconda el fracaso de nuestra civilización, sino porque, sencillamente, serán más atractivos a ojos del general espectador: morbo, egoísmo, idiotez colectiva llevada al extremo de interesarnos si la princesa Leonor se quema o no al tomar la sopa real.

Que sigan muriendo personas en el mar, en la valla o atrapadas en el motor de un coche es un fracaso como humanidad. No son reflexiones de perroflautas, ni tengo que llevarme a nadie a mi casa, ni me tienen que tildar de ‘gentuza vete de mi tierra’ por publicitar mi opinión. Lo hago porque nada tengo que ocultar y porque considero que es nuestra obligación; nuestro deber es mover las conciencias colectivas para que, al menos, reflexionemos sobre lo que está pasando.

Y aquí nosotros tenemos mucho que decir en esta tierra, una Ceuta que ha sido testigo de muchas tragedias: de muertes de niños, de embarazadas, de jóvenes ensangrentados enganchados en las concertinas o aplastados en pleno centro por un autobús... Esto no puede ser olvidado, tendremos que hacer un examen de conciencia para considerar que no es normal que siga habiendo riesgos, que 17, 20 ó 21 varones mueran a bordo de una embarcación cuando solo querían cruzar unos metros; que 20, 50 ó 100 personas sean apaleadas de forma brutal, violadas y saqueadas porque solo quieren saltar unos metros de vallado.

La solución es compleja y va mucho más allá del ‘no a las vallas’ tan manido. Sabemos que es difícil encontrar una respuesta pero eso no debe mermar nuestra capacidad de sentimiento, nuestro reconocimiento de fracaso colectivo por lo que sucede a nuestro lado. Porque ellos son como nosotros, con otro origen y otro destino, pero iguales en el fondo. Y tanta dureza, tanta falta de corazón no puede ser ni bueno, ni estar permitido. Nuestros corazones hoy deberían echar lágrimas de sangre, escondidas ahí en lo más profundo por vergüenza. No sé ni si de eso somos ya capaces.

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