En la actualidad casi totalmente desconocido por el público y la crítica españoles, la próxima publicación en nuestro país de algunas de sus obras supondrá, al cabo, la recuperación de uno de nuestros más notables escritores del exilio: José Flavio Palma (Córdoba, 1910 - Tirana, 1985).
En las historias y estudios literarios más conocidos –ya generales, ya específicos sobre los autores transterrados- en muy rara ocasión se le menciona: ni en Narrativa española fuera de España, de José Ramón Marra-López, ni en La gran aportación cultural del exilio español, de Francisco Zueras Torrent, ni en la extensa colección de Taurus dirigida por José Luis Abellán una sola vez se le nombra.
Esta preterición se debe fundamentalmente a dos motivos: su extrañamiento en la hermética Albania enverhoxiana y la casi marginal publicación sudamericana de sus obras; aunque, hace muchos años –por un escatológico y semisurrealista affaire que en otra ocasión espero detalladamente relatar-, de no haber sido por el aislamiento de ese país –siquiera fuera extraliterariamente- su nombre podría haber alcanzado notoriedad mundial.
Aunque fundamentalmente poeta, singularísima es su obra narrativa, en la que, si bien reducida a un solo título, también dio prueba de su talento y grandes posibilidades. Se trata en ella de los ocho últimos meses del casi año y medio que pasó Carlos Gardel en Nueva York –exactamente, incluyendo un breve viaje a Europa, desde el 27 de diciembre de 1933 hasta el 28 de marzo de 1935: tres meses antes de su muerte- durante los que protagonizó o intervino en las películas The Broadcast of 1935 (Cazadores de estrellas), El día que me quieras y Tango Bar e hizo las postreras grabaciones.
La obra se inicia la madrugada del 18 de agosto de 1934, en la que el Zorzal Porteño, concluida una actuación ante los micrófonos de la NBC (Nacional Broadcastig Company), acompañado por varios de sus músicos camina por la Quinta Avenida con dirección a Broadway; en Madison Square, cuando el grupo se detiene ante una cafetería dudando si entrar o no, un viejo mendigo ciego que había a la puerta, con el bastón extendido, advirtió en español dirigiéndose a Gardel: “Compay, alerta: de aquí a no más diez meses lo presiento un puritito chicharrón”. Al principio , todos lo tomaron a broma; pero pronto, tras referir el suceso en el local, por contagio, paulatinamente empezaron a demudarse los semblantes: uno de los camareros –también hispano-, en un aparte dijo al acordeonista Joe Biviano que el viejo en sus muy contadas y espontáneas predicciones rara vez se equivocaba, su intención al hacérselas saber a los interesados en modo alguno era alarmarlos, sino ver si al tener conciencia del riesgo que corrían podían de alguna forma conjurarlo. El Morocho, al que –pese a los intentos de disimulo- ninguna de las reacciones del grupo se le escapó, empezó a partir de entonces seriamente a preocuparse.
Días después, a bordo del Ward, salió para una gira por Europa. Sus músicos, durante ella, innumerables veces lo encontraron inhabitualmente abstraído, ensimismado; la situación, si cabe, se agravó aún más a su regreso a mediados de octubre a Nueva York, especialmente cuando a la puerta del cabaret El Chico, en Greenwich Village, volvió a encontrar al viejo, que, desconociendo como la otra vez su identidad, descontando de la cifra dada anteriormente el tiempo transcurrido, repitió con el mismo acento y tono sus palabras.
A partir de entonces el artista –que en modo alguno era proclive a miedos e hipocondrias-, al borde de una profunda depresión, se plantea la retirada: título de la obra. Decide aplazarla hasta cumplir los más inmediatos e ineludibles compromisos; para comparecer en los incontables actos sociales a los que le era obligado acudir contrata a un doble, quien, dados los numerosos gajes sexuales que le deparaba el papel, se considera retribuido “en especie” con largueza. Se despliega entonces ante el lector en una detallada analepsis en monólogo la breve pero intensa vida artística de Gardel desde sus remotos comienzos en el Café O´Rondeman, en el bonaerense barrio del Abasto; el encuentro con Razzano, el Oriental; su primera grabación en la Columbia; la presentación formando dúo con el uruguayo en el cabaret Armenonville; el debut de la pareja durante un fin de fiesta en el Teatro Nacional; la gira con la Compañía Dramática Rioplatense por Brasil; el rodaje de su primera película: Flor de durazno; el decisivo estreno en el Teatro Esmeralda, en solitario, de “Mi noche triste”; la primera exitosa tournée por Europa; su larga estancia en París; su venal y criticada relación con la baronesa Sally de Wakefield -el Bagayo jocosamente la llamaba-, viuda del tabaquero Chesterfield; la última estancia en Buenos Aires, durante la que nombró a su vieja heredera universal; el gélido y enneblinado día de su llegada a Nueva York para cumplir un largo compromiso radiofónico y firmar un nuevo contrato con la Paramount, hasta la reciente y corta última gira europea. Todo ello, alternando con magistrales descripciones, especialmente vespertinas, del otoño en la megalópolis norteamericana: infinidad de rincones de Manhattan, el Bronx y Queens en particular aparecen ante el lector en una rara pintura expresionista; páginas sin duda –aunque José Flavio Palma jamás estuvo en Nueva York-, por lo inusitadas, dignas de figurar en la más exigente antología literaria sobre la urbe.
La documentación necesaria para la elaboración de esta obra –tanto la de tipo literario como la fotográfica y los grabados- fue, como es de suponer, desde Albania, de muy difícil consecución.
La novela concluye exactamente el 27 de marzo de 1935, la víspera de su partida de la ciudad de los rascacielos para la gira en que encontraría la muerte. Acababa de hacer sus últimas grabaciones con la RCA: “Apure, delantero buey”, “Lejana tierra mía”, “Sol tropical” y otras canciones pertenecientes a sus tres últimas películas, además de la parcial y curiosa versión al inglés del tango “Amargura”, de Le Pera: “Cheating, muchachita”. El cantante aquitano, después de varios meses cediendo a incontables presiones para que desistiera de ello, a mediados de año, según la novela, tenía la irrevocable decisión de retirarse. El trágico accidente, como es sobradamente conocido, tuvo lugar el 24 de junio en la colombiana Medellín.
La retirada, un denso volumen de casi seiscientas páginas, fue publicada en Buenos Aires por la modesta y ya desaparecida Editorial Pafos; su aparición, desafortunadamente, coincidió con el golpe de estado que derrocó a María Estela Martínez de Perón: marzo de 1976. Los negros años que siguieron sobre todo, unido a la desmitificada imagen que en la obra se transmitía del ídolo, contribuyeron a que pasara casi totalmente inadvertida.
Su segunda novela abordaba un hecho historicoliterario: el encuentro que, en 1526, con ocasión del viaje de bodas del emperador, Boscán y Navagero tuvieron en Granada, y durante el que este, como es sabido, sugirió al poeta catalán que incorporase a nuestra lírica algunos de los más sobresalientes géneros y metros italianos, contrapunteado con el –literariamente no menos trascendente- de Garcilaso e Isabel de Freire, también allí por idéntico motivo. La obra, a falta del capítulo final, quedó inconclusa.
Un lejano tercer proyecto narrativo no menos sugerente tenía por tema, al parecer, los días pasados en Samarkanda por un imaginario miembro del séquito que –entre los años 1403 y 1406- acompañó a Ruy González de Clavijo en su famosa embajada a Tamorlán.
Lástima que estas obras no pudieran ver la luz; aunque, como tal vez un día se pueda comprobar, La retirada justifica sobradamente a José Flavio Palma: La recuperación de este, aunque póstuma y se haya hecho esperar tanto –como el tiempo se encargará de demostrar-, constituirá uno de los acontecimientos más destacables de nuestra última historia literaria.
Me he permitido entrar en tanto detalle: destripar la obra francamente, porque, por razones comerciales, al menos por ahora no está prevista su publicación en España: se le piensa dar prioridad –esperemos que no se demore mucho- a su producción poética.
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